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martes, 9 de julio de 2013

Amodio Pérez: “Esta es mi verdad y no voy a mentir para hacerla creíble”

AVANCE

Amodio Pérez: “Esta es mi verdad y no voy a mentir para hacerla creíble”

El Observador viajó a Madrid para encontrarse con el extupamaro. La entrevista se publica el jueves en un suplemento especial



  Gabriel Pereyra @gabrielhpereyra - 09.07.2013, 05:00 hs - ACTUALIZADO 12:13 


La historia “oficial” acerca del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros y sus acciones, que marcaron a fuego la peripecia del país desde comienzos de la década de 1960 en adelante, está plagada de medias verdades, de mentiras completas, de espacios sin llenar, de contradicciones. Posiblemente esto de mezclar episodios confirmados con otras cosas que no tienen que ver con la verdad no sea privativo del MLN y la historia esté plagada de estos defectos. En los relatos sobre la saga de una de las guerrillas más famosas del mundo como lo fue la del MLN, faltó siempre una voz no menor, la de un hombre que ocupó los cargos más encumbrados de la organización, el único guerrillero que, a fuerza de acciones militares que parecían imposibles, amenazó con hacerle sombra al líder histórico de los tupamaros, Raúl Sendic, y que luego, por 40 años, su nombre y sus dos apellidos, Héctor Amodio Pérez, fueron sinónimo de traición, de entreguismo, de cobardía. Una traición que adquirió, en la voz de sus relatores, una dimensión proporcional al prestigio y al arrojo que se le atribuía en sus tiempos de jefe guerrillero. Entre tantas verdades brumosas hubo una que nadie puso en tela de juicio: de los traidores que el MLN supo admitir, el rey de reyes fue Amodio Pérez.

Tras 40 años de ausencia y silencio que contribuyeron a erigir la imagen del traidor en leyenda negra, Amodio Pérez se decidió a hablar; no solo a enviar cartas de dudosa autoría como lo hizo desde hace unos meses, las que fueron publicadas por El Observador una vez que obtuvo una foto actual del exguerrillero –algo que para muchos no fue suficiente para aventar las dudas–, sino que se decidió a hablar frente a una cámara y un grabador.

Así ocurrió hace unos días en un lugar cercano a Madrid, cuyo nombre el protagonista pidió no mencionar. Y entonces, 40 años después de los hechos que dieron origen a la leyenda maldita, su voz se suma a los relatos que tras el fin de la dictadura (1973-1985) fueron pintando el cuadro actual, que muestra la imagen de lo que hizo y fue el MLN.

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¿Por qué alguien habría de esperar que esta nueva voz estuviera exenta de los mismos vicios de las voces que lo precedieron y que dieron lugar a la historia oficial mezclando verdades con medias verdades, con mentiras completas, con espacios sin llenar, con contradicciones?

El relato que Amodio aportó en las entrevistas que se extendieron por varios días en España, donde reside desde octubre de 1973, es nuevo en algunos aspectos, pero no diferente en sus formas, entre otras razones porque piensa y se posiciona como el más tupamaro de los tupamaros.

Su voz es nueva porque cuenta detalles hasta ahora desconocidos de su vida en estos 40 años, de qué vivió y vive, qué pasó con Alicia Rey Morales –la guerrillera de la que estaba enamorado y a quien los militares liberaron junto con él–, el sentimiento por sus hijos, lo que piensa hacer en el futuro, así como es novedosa la lectura y la mirada que aporta sobre cuestiones que fueron determinantes no solo para la derrota militar del MLN sino para el advenimiento de la dictadura militar en 1973 y el papel que jugó en esto la guerrilla y no precisamente por el uso de las armas. Es nueva por esto y por muchas otras razones que los lectores encontrarán en la transcripción de sus palabras.

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Pero no es muy diferente a la forma como se moldeó el relato oficial. Los protagonistas e historiadores que se abocaron a presentar a Amodio como un traidor lo hicieron sin admitir matices, lo señalaron como el responsable central de la derrota (algo que recién ahora empiezan a relativizar), y aunque abundaban los testimonios en su contra, llegaron a divulgar falsedades sobre hechos puntuales que, también recién ahora se sabe, no son atribuibles a su persona. De la misma forma, Amodio se defiende sin matices: no solo no traicionó, dice, sino que, además, ningún miembro del MLN fue preso por su responsabilidad. Los militares que lideraron una dictadura sangrienta y que fueron implacables en martirizar a los tupamaros lo dejaron en libertad a cambio de casi nada, según afirma. Una combinación de habilidad personal para el engaño, militares amigos de la familia que le debían favores y el momento histórico que se vivía en los cuarteles con guerrilleros y soldados negociando algo más que una tregua le sirvieron de salvoconducto, repite una y otra vez ante las preguntas y repreguntas en esta entrevista que concedió El Observador y al canal de cable VTV. El Observador publicará este jueves 11 un suplemento con esta extensa entrevista y por la noche de ese mismo día la entrevista se verá en una emisión especial del programa En la mira (VTV, hora 21).

Al ser detenido circulaban versiones en el MLN de que Amodio había sido dado de baja; a su vez, él estaba convencido de la derrota definitiva, sus compañeros ya lo señalaban como traidor y amenazaban con ejecutarlo y, para completar el cuadro, su enamorada estaba a punto de ser torturada. Ante este panorama más de uno podría haber entendido, aunque no necesariamente justificado, que hubiese tenido una defección, un gesto de debilidad, un señalamiento para zafar de esa debacle personal. Pero Amodio no lo admite y da su versión de cómo ocurrió su liberación. “Esta es mi verdad y no voy a mentir para hacerla creíble, el que quiera creerla que la crea”, dijo.

Una vez en Montevideo, recibí un mensaje de Amodio preguntándome qué me había parecido la nota. Le dije que creía que había mezclado verdades con falsedades. Respondió que no le llamaba la atención, que tuvo que esperar 30 años para que se supiera que la llamada cárcel del pueblo, donde el MLN encerraba a los secuestrados, no la había entregado él y que quizá tenga que pasar un tiempo similar para que “caigan todas las falsedades” que, repite, se montaron sobre su persona.

Con la misma firmeza con que se defiende, revela de dónde surgió la idea del atentado que terminó con los cuatro soldados muertos y menciona con nombre y apellido a dirigentes del MLN que señalaron a sus propios compañeros en situaciones comprometidas. Y mientras en estos 40 años algunos de sus excompañeros ensayaron algo parecido a una autocrítica, al menos en los episodios más bochornosos como el asesinato de tupamaros por tupamaros, Amodio, dejando a un lado la corrección política, fundamenta esos horrores y reclama al resto que no se hagan los desentendidos porque todos sabían que esas eran las reglas que ellos mismos habían impuesto. Así funcionaba la lucha armada.

Aunque se decidió a salir del anonimato, o quizá por eso, Amodio sigue tomando recaudos para su seguridad. Solo así se explican los consejos para que, una vez en el aeropuerto de Barajas, y antes de abandonar la terminal aérea, a las 5 de la madrugada de un viernes, se debiera cumplir con una serie de movimientos por él previstos. No se podía ir directamente a la salida. Primero a la salida, luego al baño y posteriormente a una casa de cambio. Amodio estaba entre la gente, observando, y luego –confirmando las versiones que lo señalan como un espartano a la hora de organizar un operativo– cuestionaría que el periodista y el camarógrafo, inexpertos en cuestiones de seguridad, no hubiesen cumplido al pie de la letra sus indicaciones. “Debieron salir antes de ir al baño, porque si venía alguien siguiéndolos no hubiera tenido otra que salir también, pensando que se iban a tomar un taxi, y si ustedes volvían a ingresar entonces lo dejaban en falsa escuadra y yo me habría dado cuenta”, diría luego.

Posteriormente, cuando se hizo el contacto en una terminal de tren cuyo nombre Amodio proporcionó una vez que estuvimos en Madrid, y mientras periodista y camarógrafo se dirigían con otra persona hacia el local donde se haría la nota, el exguerrillero se quedó en una esquina, mirando a un lado y a otro de la calle para, supuestamente, detectar la presencia de extraños. Luego hablaría por más de seis horas durante los contactos que tuvieron lugar por varios días en las afueras de la capital española.

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Con sus palabras, cuatro décadas después de su desaparición, el mito dejó paso al hombre, con una historia personal que en todos estos años de ausencia fue más común de lo que muchos describieron o imaginaron; un hombre que llora cuando habla de sus hijos, con una cara y con una voz que, por inverosímil que pueda resultar en algunos puntos, deberá ser tenida en cuenta si lo que de verdad se quiere es completar o ajustar la historia del MLN, que hasta ahora ha sido aceptada con su mezcla de verdades y medias verdades, mentiras completas, espacios sin llenar y contradicciones.


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