Boquita sin llave
Montevideo Portal
Jorge Bonica es prácticamente la única persona detrás del semanario
El Bocón, publicación que cada semana irrumpe en los kioscos con
denuncias de todos los colores. A más de 15 años del nacimiento del
semanario, Bonica cuenta las peripecias de mantenerse “incorruptible” y
el camino que lo alejó del periodismo “convencional”.
Foto: Agustín Fernández / El Boulevard
*Nota publicada en la revista El Boulevard y publicada aquí
con autorización de su autor. El Boulevard es una revista mensual de
distribución gratuita editada desde 2012. Los lugares de distribución,
formas de suscribirse y otros contenidos pueden consultarse en www.elboulevard.com.uy
Cruzaron la plaza lentamente y, ya en su habitación, él comenzó a
llorar. Mirtha -siempre Mirtha- le dio la idea: "¿Por qué no sacás un
semanario? Lo único que podés poner sin que nadie te lo impida es un
medio gráfico, porque los políticos nunca te van a dar una frecuencia a
vos que le pegás a todo el mundo". "Si yo no sé ni escribir... lo mío
siempre fue hablar", le respondió Jorge Bonica a su señora.
El Bocón sale todos los jueves y se vende a 60 pesos en los kioscos
de Montevideo. Cuesta no sorprenderse con sus tapas. Letras mayúsculas
imprentas, muy grandes y combinaciones de colores que disgustarían a
muchos diseñadores gráficos son el acompañamiento de títulos no menos
llamativos.
El Bocón es Bonica. "Mirá, ese sos vos", dijo su esposa Mirtha cuando
de viaje en la localidad peruana de Mokewa se toparon una edición de El
Bocón, un diario deportivo de Perú. Bonica decidió "tomar prestado"
(por decirlo sutilmente) nombre y logo para una sección de su Semanario
Lavalleja en la que publicaría "todos los chismes que aún no estuvieran
confirmados". Como sirviéndose de su enorme boca, poco a poco El Bocón
se fue comiendo al Semanario Lavalleja hasta ser lo que hoy se vende en
los kioscos.
Pero Bonica no fue siempre El Bocón y el particular reportero
reconoce que también estuvo "del otro lado del mostrador". "Yo era un
periodista convencional. Aceptaba las reglas de juego. No te digo que
fui servil o mercenario, que es algo con lo que agredo mucho a otros
colegas, pero trabajé en grandes medios como Radio Oriental, Carve o
Montecarlo", deja en claro apenas comienza la charla. Sin embargo, ya se
desmarcaba de sus colegas. "En todos lados chocaba porque siempre
trataba de pasar los límites, por personalidad y porque si no lo hacés
no estás haciendo periodismo", defiende, dando su propia definición del
oficio: "En el periodismo tenés que decir todo, lo bueno y lo malo,
siendo independiente y plural".
Oveja negra
Si hay algo que caracteriza a la carrera periodística de Jorge Bonica
es haber sido echado de todos lados, según él, por traspasar todos los
límites que se le imponían. Como tantos, Bonica dio sus primeros pasos
en el periodismo de la mano del deporte. En 1971, cuando tenía 18 años,
participaba de las transmisiones de la Vuelta Ciclista en Radio Sport,
junto a Héctor Gallego Regueiro, el nombre más destacado del relato
ciclístico uruguayo.
Pero el despegue mediático de Bonica se dio en la década del 90,
mientras vivía en Miami. Aprovechando su estadía en Estados Unidos, era
una especie de corresponsal del programa que en ese momento conducía
Omar Gutiérrez (un "querido amigo") en Radio Carve. "Yo llamaba a Omar y
salía todos los días contando lo que pasaba en Estados Unidos",
explica, y remarca que ya se caracterizaba por su estilo "creativo y
audaz".
En 1994 Bonica regresó a Uruguay y fue Omar Gutiérrez quien le "abrió
la puerta de su programa". "Empecé a hacer una especie de móvil que
poco a poco fue tomando más protagonismo. Yo me pasaba de la línea
siempre y todo el tiempo quería ir un poquito más, hasta que me
echaron".
Pero como la historia de El Bocón está repleta de oportunidades que
surgen en el momento justo, Pablo Fontaina, en ese momento director de
Radio Carve, llamó a Bonica cuando su salida de Oriental aún era
reciente. "Fontaina me decía que me seguía desde que salía desde Miami,
que quería renovar la radio y que mi estilo le venía al dedillo".
La etapa en Carve fue quizás el punto más alto de la carrera de
Bonica, al menos en cuanto audiencia. En una de las AM más populares del
dial, se convirtió en el conductor de El puente imaginario, un programa
que, en tiempos en que internet era algo extraño, conectaba a los
escuchas con sus familiares fuera del país.
El programa se volvió exitoso rápidamente; Bonica se sentía a gusto y
no parecía probable que el idilio se rompiera fácilmente. Sin embargo,
antes de comenzar el ciclo el conductor había puesto una única
condición: que no hubiera personajes de la política en su espacio.
"No me ensucie el programa", le contestó a Fontaina cuando le propuso
que el senador colorado Pablo Millor tuviera un micro, aprovechando las
altas audiencias. Sin embargo, el espacio le fue otorgado y el senador
cometió el peor error que podía cometer: intentar decirle a Bonica lo
que tenía que hacer. Antes de comenzar el programa, el legislador le
presentó al conductor una lista con las preguntas que debería hacerle.
"Usted me tiene que preguntar esto y no salga de eso", le ordenó. La
reacción de Bonica fue tremenda. "Usted es un atrevido y yo le voy a
preguntar lo que quiera", le dijo al aire. Todavía recuerda su
indignación por el episodio: "Me calenté tanto que le dije que ya no lo
iba a entrevistar nada".
"No hablé nunca más en Carve", concluye. Tras el altercado, Bonica ni
siquiera pudo terminar el programa. En la tanda, Fontaina lo llamó a su
despacho, le comunicó que estaba despedido y le pagó ahí mismo su
liquidación. "De repente me encontré en la calle Mercedes con un cheque
por bastante guita, creyéndome Superman, diciendo 'yo soy bueno, tengo
audiencia, lo que digo es fantástico y no lo dice nadie, soy el mejor
vendedor de publicidad en el país y no le tengo miedo a nada. Que se
vayan a la mierda y que se metan Carve en el orto'".
Con estos pensamientos recorriendo su mente, Bonica no esperó y
caminó los pocos pasos que lo separaban de radio El Espectador, creyendo
que las cosas serían más fáciles de lo que fueron.
"Ahí empieza la historia de El Bocón", puede decir a ciencia cierta ahora.
La huida a Minas
"En aquel momento dije: ´Uruguay es un país de mierda. Nos vamos. Acá
no hay libertad de prensa ni libertad de expresión. Vámonos de nuevo
para Miami'", repitió Bonica. Su esposa, la incansable Mirtha, lo
convenció de quedarse y poco después surgió la inesperada invitación de
Juan José Volante, entonces director de Radio Lavalleja, para radicarse
en el departamento.
Volante ofreció todo lo que tenía a su alcance para llevarse a
Bonica. Empezó con un fin de semana con todo pago para que el periodista
y su esposa conocieran Minas, siguió con un apartamento amueblado a su
gusto y terminó pidiéndole que colocara "la cifra que quiere ganar" en
una servilleta para cerrar el acuerdo. Bonica pidió el 50% del negocio y
decidió su exilio en Minas, donde por primera vez "manejó" una radio.
Un
día Volante no lo dejó ni siquiera entrar a la radio y decidió terminar
el vínculo porque el conductor "ganaba mucho". Seis meses después de
llegar a la emisora, Bonica se encontraba otra vez sin trabajo.
La experiencia radial sería el último fracaso en la carrera de Bonica y el empujón definitivo para que naciera El Bocón.
El Semanario Lavalleja
Pocas horas después de que Mirtha le sugiriera probar con una
publicación escrita, Bonica ya estaba en un ómnibus rumbo a Montevideo
para inscribir el Semanario Lavalleja ante el Ministerio de Educación y
Cultura. "Juro que pensé que iba a durar un mes porque no tenía guita",
reconoce ahora, y confiesa también que la publicación nació "como una
venganza", para "poder decir todo lo que hay que decir".
El primer número salió el 2 de febrero de 1996 y su tapa ya marcaba
la cancha: "Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad? Sí, lo juro. Jorge Bonica", preguntaba -con un solo signo de
interrogación- y respondía el propio Bonica.
Fueron solamente cien
ejemplares de seis páginas que Bonica y Mirtha vendieron en mano en tan
sólo un día. Mientras él iba por una vereda ella iba por la otra, hasta
quedarse los dos sin más semanarios.
El Semanario Lavalleja fue creciendo con cada número, hasta llegar a
un tiraje de 500 ejemplares y duplicar la cantidad de páginas. Era
febrero de 1996 y la publicación comenzaba a tener sus primeros
suscriptores mensuales. El matrimonio detrás del semanario seguía
repartiéndolos, ahora ya con la ayuda de una moto en la que salían
también a cobrar. El crecimiento también incluyó el cambio de nombre a
El Bocón, un poco forzado por el inesperado éxito de lo que en principio
era una sección.
Al poco tiempo de empezar, Bonica recibió un
llamado desde el departamento de Rivera. Un riverense le aseguró que el
departamento "necesitaban un Bocón" y a Bonica -según sus propias
palabras- se le "prendió la lamparita". "Me fui a Rivera y puse otro
semanario allá. Hacía dos semanarios, uno de Minas y otro de Rivera, con
la intención de, al mes, juntarlos", recuerda, y agrega que luego de la
unificación el semanario "empezó a explotar como una bomba en todos
lados". Así, en pocos meses El Bocón ya tenía suscriptores en "cinco o
seis departamentos".
Bonica ya estaba dedicado exclusivamente a la redacción, edición y,
con la ayuda de Mirtha, a la distribución. La rutina era brutal: "Los
jueves viajaba a Montevideo a buscar el semanario porque era un tiraje
de miles que no se podía imprimir en el interior. Desde Montevideo me
iba en ómnibus a Minas, donde repartíamos 800 semanarios uno a uno,
dividiéndonos las zonas y repartiendo en dos motos. A las ocho de la
noche nos tomábamos otro ómnibus hacia Tres Cruces y de ahí otro a las
doce de la noche hacia Rivera. Al llegar teníamos otras dos motos
esperándonos y repartíamos otros 800 semanarios. A la medianoche
salíamos de nuevo para Montevideo para llegar a las siete y a Minas a
las once".
El tiempo hizo que El Bocón se consolidara en Lavalleja y Rivera y se
hiciera conocido en otros departamentos. De pronto las extenuantes
rutinas en ómnibus dejaron paso a otra forma de distribución: Bonica ya
tenía una camioneta Renault Traffic con la que viajaba, con Mirtha y
cuatro vendedores, hacia la localidad tacuaremboense de Curtina, donde
comenzaban la venta. De ahí, la "tropa" -según la define- partía hacia
Tranqueras, en Rivera, para pasar luego por las localidades del mismo
departamento Minas de Corrales y Vichadero.
El interior, especialmente la zona noreste del país, parecía
territorio ya conquistado por El Bocón, pero Bonica tenía otra obsesión:
Montevideo. "Ahí está el poder", decía.
En cancha grande
Que El Bocón pudiera encontrarse en los kioscos de la capital demandó
un proceso que comenzó en el año 2000 pero recién se concretó en 2004 y
que, como no podía ser de otra manera, estuvo acompañado de
irregularidades descubiertas por el propio Bonica.
"Por junio o julio
del año 2000, con Jorge Batlle como presidente, me resuelvo a conocer
cómo era Montevideo comercialmente hablando. Ahí me entero que la
distribución es un monopolio", cuenta Bonica sobre el episodio que lo
llevó a conocer el nicho de poder de Eddie Espert: la venta de diarios y
revistas en los kioscos de la capital.
El nombre de Espert llegó por primera vez a los oídos de Bonica
cuando intentó dejar algunos semanarios a consignación en un puesto de
venta. Decidido a conocerlo, le llevó cinco o seis ediciones. "Esto se
vende como pan caliente", le aseguró el mismísimo Espert y no mintió.
Días más tarde le confirmó que se habían vendido todas las ediciones,
aunque con una respuesta inesperada: "No me lo traigas más, no te lo
puedo vender".
Para Bonica no hacían falta demasiadas explicaciones. "Otra vez el
poder, otra vez el centralismo", se dijo y reconoció que el título
"Batlle bagayero" con el que había iniciado su aventura montevideana
podría haberle jugado en contra. De hecho, aquel número dedicaba siete
páginas a contar cómo el entonces presidente contrabandeaba ganado y
maquinaria agrícola en Rivera con la complicidad de un diputado local.
Cuatro
años después, con el primer gobierno frenteamplista, Espert tuvo un
gesto que posibilitaría el surgimiento de una amistad con Bonica.
Previendo que las reglas de juego cambiarían, el magnate canillita llamó
al director de El Bocón para preguntarle si todavía editaba su
"pasquín". "Ahora sí te lo distribuyo", le dijo y la publicación comenzó
a ocupar un lugar en los kioscos. "Espert es un hombre con códigos que
se hizo en la calle y tiene palabra. Además nunca se metió conmigo ni me
dijo 'con fulano no te metas´. Lo más que hizo fue aconsejarme que me
tomara un café con alguien para que lo conozca", asegura Bonica.
El estilo Bocón
Competir de igual a igual con los grandes diarios montevideanos, los
semanarios de investigación y las revistas de chimentos obligaba a
cambiar la estrategia. Había que vender, había que llamar la atención y
eso Bonica lo tenía claro.
"Posiblemente quien vea las tapas de El Bocón y no me conozca piense
que soy un anormal, un loco, porque esas tapas revientan todo, molestan,
son agresivas y sensacionalistas. ¿Pero sabés qué pasa? Si no hago la
tapa así no vendo un diario en Montevideo". Bonica no puede ser más
claro en sus conceptos a la hora de justificar la línea estética y
editorial que su publicación fue adoptando un poco a la fuerza, un poco
por convicción. "Si hago la tapa igual a la de El Observador voy a ser
uno más y yo lo que quiero es que la gente lo mire", reconoce, pero
además no tiene reparos en asegurar que "si alguien lo hojea se hace
adicto".
Los cambios en las tapas, a su vez, acompañaban un proceso interior:
el camino hacia consolidarse como un semanario estrictamente de
denuncia. "Yo no quería que fuera así. Quería un periodístico real, sin
color político, pero se transformó porque la gente que ya no encontraba
en La República el diario donde denunciar empezó a venir a El Bocón",
comenta. "Yo nunca le fallé a nadie. Ha venido gente a denunciarme a mí y
le he dado el espacio. Le contesto, eso sí, pero le doy el espacio".
El futuro
"Mirá, la verdad es que el día que Bonica no tenga más fuerza, no
tenga más ganas o se muera El Bocón no sigue". Así de claro lo tiene
aunque aclara que su deseo es otro. Es que la dependencia del semanario
con su figura y la incidencia del paso del tiempo lo hizo comenzar a
pensar alternativas para que la criatura continúe con vida más allá de
su Frankenstein.
Profesionalizarse fue una de las posibilidades, casi en contra de la
propia naturaleza bocona. "Crezco como empresa, alquilo una redacción,
pago tres periodistas, un fotógrafo y crezco. Todo bárbaro, soy una
empresa cada vez más grande. Después pongo una recepcionista y mi
oficina en el fondo con alguien antes que sirva de filtro para que no me
molesten", comienza a imaginar Bonica, pero detiene el plan para
remarcar en voz alta: "No, lo odio". Y es que una de las reglas de oro
para él es "no terminar de nuevo en el sistema".
La búsqueda llevó entonces a Bonica a soñar con un sistema inusual
para una publicación uruguaya. Tras seis meses de recibir asesoramiento,
se encendió la lamparita y comenzaron a tomar forma las franquicias de
El Bocón. Sí, al mejor estilo McDonald´s. "Mi idea es crear una red
nacional, de forma de que en cada departamento, pagando un precio
simbólico porque no hay intención de hacer plata, esos muchachos jóvenes
que son periodistas o tienen la vocación puedan tener la marca y desde
su propia casa ser El Bocón de su pueblo".
La intención de Bonica es que cada semanario tenga autonomía, aunque
deberá entender "la filosofía" del semanario para evitar "que se
transforme en otra cosa".
La preocupación por el futuro se reforzó cuando, hace poco más de un
año, un infarto cerebral amenazó a alejar a Bonica de la actividad
periodística. "Es un milagro que yo esté acá, hablando", dice. Y,
sinceramente, su pronunciación no hace presumir que haya perdido
totalmente el habla hace no mucho tiempo.
"Tuve la mitad del cuerpo paralizado", recuerda, y cuenta cómo estuvo
una semana internado y aún así El Bocón no dejó de salir. "La parálisis
se me fue al sexto día de forma milagrosa, porque la mayoría de la
gente queda torcida, babeando y haciendo fisioterapia, cosa que yo no
necesité. Durmiendo me vino y durmiendo se me fue".
Más allá del carácter milagroso de su recuperación, el episodio
estuvo cerca de dejar secuelas imborrables. De hecho, pasó dos meses y
medio sin poder hablar, algo chocante para el director de un semanario
llamado El Bocón. "Un neurólogo vino y me dijo que no iba a volver a
hablar nunca más y cuando me dieron el alta dije 'mala suerte, no
hablaré nunca más'", cuenta, para luego agradecer a la foniatra que
-prácticamente obligada por Bonica a asistir a su casa todos los días-
le enseñó a hablar casi desde cero.
Durante la entrevista, realizada en el interior de una confitería de
Carrasco, las empleadas del local llaman a Bonica por su nombre en más
de una ocasión -una de ellas para advertirnos que no le tomáramos fotos
dentro del local-, dejando en claro que no es desconocido en la zona.
También lo conocen en el Centro Comunal de la zona, oficina que
frecuenta para -como no puede ser de otra manera- denunciar
irregularidades en el barrio. De hecho, los vecinos aún recuerdan cuando
una tarde colocó una torta debajo de un foco de la calle que,
precisamente hacía un año, se encontraba roto. "Le festejé el
cumpleaños", cuenta con naturalidad, aunque disfrutando sus
excentricidades.
Hoy, a punto de cumplir 60 años y sin saber qué será de su semanario
sin él, Bonica no oculta su orgullo de que El Bocón subsista gracias a
la venta de sus ediciones. Vive en Carrasco, junto a Mirtha, y maneja
una camioneta que costó 31.000 dólares. Asegura que la tiene porque se
la ganó, trabajando y ahorrando desde los 17 años. Según él, eso lo
diferencia de los personajes que llenan sus páginas.
Bonica es así. Un tipo extraño y un periodista más raro todavía, pero
con una envidiable convicción sobre cómo debe ser el periodismo. Sus
lentes, su bigote o su boca y la forma en que narra cada una de sus
peripecias hacen difícil no prestarle atención.
Escribir como se habla
Entre las particularidades de El Bocón está el estilo coloquial de
sus notas que no ocultan rasgos de la oralidad, producto del "innovador"
método utilizado por el periodista para completar las 16 páginas cada
semana.
"Ahora aplico un nuevo método que me apasiona porque no escribo más y
sin embargo lleno todo el semanario", explica Bonica,y presenta a su
hijo de 18 años al que califica como "un genio". "Yo ando con el
grabador y voy llenando las páginas. Grabo y empiezo: 'Nombre del
archivo, número de la edición' y comienzo la nota. La dicto a una
velocidad tal que mi hijo no tiene necesidad de retroceder jamás la
grabación y demora en transcribir el mismo tiempo que yo en hablar".
El secreto de Bonica le permite llenar una página en 14 minutos y, al
regresar a su casa, tener todos los archivos ya desgrabados en su
computadora. Le queda nada más titular la nota, elegir una foto y ya
está lista para ser publicada.
Sin perder el juicio
Entre todas las cosas que El Bocón le dio a Bonica se encuentra el
dudoso honor de convertirse en un visitante habitual de juzgados. Por
sus artículos en el semanario debió afrontar 65 juicios civiles, con sus
consiguientes 314 audiencias. "Es casi un año entero preso, porque
siempre estás como diez o doce horas en los juzgados".
Por Sergio Pintado
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