Buscar este blog

martes, 6 de agosto de 2013

“Tengo más años entre los muertos que afuera con los vivos”

Entrevista a Aberto Alsina
Lleva tres décadas en contacto permanente con la muerte realizando todas las tareas en la necrópolis más grande del país
¡Acá hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos!, nos dice Alberto Alsina, encargado general del Cementerio del Norte -el más grande de Uruguay y uno de los mayores de Sudamérica-, como para romper el hielo y distendernos los tres, él, nosotros y el fotógrafo.

La República


Alberto Alsina

La nota estaba acordada de antemano, por eso Alsina nos esperaba para hacer una breve recorrida mientras nos iba contando su vida dentro de un lugar muy especial, un lugar que cada vez es menos visitado, un espacio al que la gente obviamente no le gusta ir y cuando lo hace es solo por obligación.
En cambio, para Alsina ir cada día al Cementerio del Norte es habitual, es su trabajo desde hace casi tres décadas y lo asume con la responsabilidad del caso ya que tiene muchas personas a su cargo.
El sabe todo lo que sucede dentro del “camposanto”, conoce los recovecos del enorme predio, simplemente por haber pasado por todas las tareas del mismo y recuerda claramente incluso haber visto “otro” cementerio, aquel de muchos años atrás abierto y sin muros, con facilidad de tránsito al punto que tenía hasta un atajo dentro mismo del predio por donde la gente circulaba para acortar camino.
Alsina ingresó a la necrópolis sin saber demasiado qué significaba. Era una oportunidad laboral pues no tenía trabajo. Y pese a que le tocaba un cementerio, no lo dudó, pensando siempre en un posterior cambio laboral. “Pensé trabajar un tiempo para salir a hacer otra cosa, pero me fui quedando y me quedé por siempre”, reconoce.
La tarjeta 166
El 2 de mayo del 1983 comenzó como obrero, era la tarjeta 166. Hoy hay muy pocos por delante de él, unos se jubilaron, otros renunciaron porque “no cualquiera quiere venir a trabajar a un cementerio, acá evidentemente hay cosas que te hacen ver la vida de otra manera”, sostiene.
Y él mismo puede dar fe de ello. “Tengo más horas entre los muertos que con los vivos”, pues “mete” doce horas o más, todos los días, pero tiene claro que lo que sucede al cruzar el umbral del cementerio hacia afuera queda allí; “es necesario separar el trabajo de tu vida personal, porque trabajás a diario con la muerte y no es lindo comentar afuera, en una reunión con amigos o en la familia, lo que hacés. Si no dejás lo que te pasa acá adentro, no lo soportás”.
Por eso muchos compañeros no aguantan y renuncian o piden cambio. Él mismo confiesa que le costó asumir dónde estaba trabajando y recuerda que lo más duro en sus primeros años de enterrador era cuando le tocaba enterrar un niño. “Era muy duro, te quedaba un nudo en la garganta porque yo tenía hijos chicos, y además porque de alguna manera esos niños que estaba enterrando no vivieron casi nada”.
Insiste en que un sepelio de un niño es lo más traumático. Recuerda un caso que lo marcó bastante.
“Era el sepelio de un niño de unos 8 o 10 años y al tener contacto con la familia, -porque uno habla con ellos por alguna cosa- me cuentan que el niño se había atragantado con un pancho. Enseguida me acordé de mis hijos que tenían la misma edad (hoy son hombres) y me dio no sé qué, como que estaban o estamos indefensos ante la muerte”.
Reconoce que la tarea de enterrador particularmente es complicada porque “mientras estás trabajando con el ataúd, el doliente reacciona de diferentes maneras, te putean, te gritan, escuchás gritos y llantos desgarradores… son reacciones que provoca ese momento especial y uno se las tiene que bancar, no podés reaccionar y mucho menos intervenir cuando los deudos discuten o se agarran a golpes con el cajón ahí. Entonces acá tenés que ser medio psicólogo con el doliente y con los propios compañeros; cada uno lo procesa de forma muy diferente”.
Sin apoyo psicológico
Alsina lamenta de alguna forma no contar con un apoyo psicológico para los funcionarios que trabajan en el cementerio, porque esto “no a todos les cae de la misma manera”. Es una atención necesaria que deberían tener, y que lamentablemente hoy las autoridades municipales no han podido establecer el mecanismo para hacerlo posible.
El encargado del Cementerio dice que ahí adentro -como en otras actividades muy relacionadas a la muerte como hospitales, funerarias, etc- uno al cabo de los años “aprende y hasta se endurece”, pero al mismo tiempo sugiere que a muchos, que parece que se llevan el mundo por delante, “les haría falta venir una tarde acá para darse cuenta lo corta que es la vida y valorar que están vivos”.
“Acá trabajamos con el sentimiento de la persona, con su sufrimiento y ahí te das cuenta cuánto vale la vida. A veces uno se pelea o se molesta por alguna cosa insignificante y sin embargo acá es como que uno le encuentra el real valor a la vida”, indicó.
Alsina ha vivido diferentes etapas en esta necrópolis y reconoce que ha ido cambiando con el paso del tiempo. Antes venía mucha gente y ni hablar un 2 de noviembre, incluso días antes y posteriores. Hoy vienen menos, pero además resalta que se ha dado un fenómeno que se constata a partir de 2007: el aumento de las cremaciones. “Hoy nosotros estamos cremando por mes aproximadamente 200 a 220 cuerpos frescos. La gente opta mucho por la cremación aunque obviamente se realizan muchos sepelios (hasta 20 diarios)”.
Parece imposible poder atender todo, pero 12.000 nichos, más de mil panteones, más de 6.000 fosas, crematorio y todas las actividades que se realizan dentro del cementerio están organizadas. Pero hay toda una mecánica para el trabajo y cada uno sabe lo que hace, cuentan con el respaldo de Alsina y él con la confianza de sus funcionarios, lo que hace que todo funcione de la mejor manera posible. La caminata se hace lenta y la charla extensa, mucho más de lo que el grabador puede recoger. Pero una historia de vida por demás ilustrativa de una actividad laboral que muy pocos elegirían.
Vestida de novia
“Me pasó un caso, estaba realizando un desalojo (cuando se saca el cuerpo para la reducción) porque ya se cumplía el tiempo estipulado para hacerlo. Era un cajón enlatado que vino del exterior, cuando abro me encuentro con el cuerpo de una mujer vestida de novia y casi intacto. Lo traje al horno (crematorio), avisé que no le hicieran la cremación de oficio. Cuando vinieron los familiares recuperaron el cuerpo del ser querido”.
El adiós a ex compañeros
“Fue bravo enterrar a gente que había estado trabajando con nosotros. Nos tocó a unos cuantos, y llorás también como los propios dolientes porque puedo decir con orgullo y siendo muy sincero que tengo muy buena relación con los funcionarios, con los que están y los que se han ido. Por eso duele, cuando te encontrás con que tenés que enterrar a un ex compañero”.
Un suicida y una mujer desesperada
Alsina tiene cientos de anécdotas de tantos años de tarea en el cementerio pero rescatamos dos de las tantas que nos contó que tienen cierto asidero en cuanto a que uno ahí adentro del cementerio debe ser psicólogo en casos extremos. En uno de los casos nos cuenta que una vez le avisaron que en la zona de tubulares había un hombre hincado de rodillas, junto al lugar donde tenía sepultado a su hijo pequeño, con una cuchilla apoyada contra su pecho con intención de matarse (como ha pasado con otros casos dentro del predio).
“Me acerqué cuidadosamente, comencé a hablarle suavemente al muchacho, le pregunté si tenía familia. Me respondió que tenía esposa y otro hijo. Se me ocurrió preguntarle si ellos sabían lo que estaba por hacer. No, me dijo, a lo que le respondí: “Bueno, esto pasó, es duro pero hay alguien más que espera por vos; es por ellos que tenés que luchar y no cometer esta locura… El muchacho fue bajando la cuchilla hasta que la tomé. Lo ayudé a levantarse, lo acompañé a la salida, envolvimos la cuchilla en un paño y le dije que se la devolvería a algún familiar que viniera para que él no hiciera alguna locura.
En ese momento me sentí muy feliz porque fui su ayuda en ese momento. Fue una decisión del momento, porque quizás podía haberle comunicado a la Policía y me sacaba el problema de arriba. Pero quizás el muchacho si veía Policía se asustaba y se mataba. Lo cierto es que asumí la responsabilidad y salió bien”.
En otro caso fue una situación que se repetía día a día. “Había una mujer, muy joven, que cada día llegaba al cementerio a la zona de tubulares, sacaba el ataúd de su hijo y lloraba abrazado a él. Después se iba y nosotros otra vez volvíamos a meter el ataúd al lugar. Así uno y otro día hasta que me decidí a hablar con ella, pero debía ser muy cuidadoso, no sabía cómo podía reaccionar. Hablé con ella mucho rato hasta que se fue convencida que lo que estaba haciendo estaba mal. A partir de ese día no vino más”.
“Es necesario separar el trabajo de tu vida personal, porque trabajás a diario con la muerte y no es lindo comentar afuera lo que hacés”
“Acá trabajamos con el sentimiento de la persona, con su sufrimiento y ahí te das cuenta cuánto vale la vida. A veces uno se pelea o se molesta por alguna cosa insignificante, y sin embargo acá es como que uno le encuentra el real valor a la vida”


No hay comentarios:

Publicar un comentario