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sábado, 18 de enero de 2014

La resaca del Diablo: los jóvenes en el balneario de moda

LA MOVIDA ADOLESCENTE

Pasó la primera quincena y los adolescentes abandonaron Punta del Diablo, un pueblo que era todo tranquilidad pero que está de moda para la movida juvenil

Foto
 
+ Patricia Madrid @PatriciaJMadrid 
 

Eugenia Pérez está blanca como un papel. El 11 de enero llegó a Punta del Diablo desde Las Piedras con seis amigos, pero fueron un solo día a la playa. “Nos dedicamos más bien a la noche”, señaló.
El grupo de jóvenes, de entre 18 y 21 años, caminaba el jueves a las 22 horas por la calle principal del balneario cargando con un colchón, un ventilador, algunos utensilios de cocina, una caja con lo que quedó del surtido de comida que trajeron y hasta la perra que vino con ellos a pasar las vacaciones.
“Nos echaron de la casa que alquilamos porque los vecinos se quejaron de los ruidos”, contestó al ser consultada por El Observador. 
Ella y sus amigos son una muestra de lo que pasó por Punta del Diablo durante los primeros 12 días de enero, cuando el balneario se vio desbordado por el arribo masivo de turistas jóvenes uruguayos que llegaron hasta esta costa con un objetivo: pasarse de fiesta.
Algunos operadores dicen que el Diablo “no durmió” durante esos días. “La joda era de continuo, las 24 horas escuchabas música en algún lado”, comentó Daniel Fresia, propietario del hostel Compay.    
El segundo fin de semana de enero se fueron todos como manada. Los hostels y las casas alquiladas se vaciaron, los dos megaboliches en el balneario cerraron sus puertas y el Diablo volvió al silencio.
“Ahora quedó el pichaje y empezaron a venir familias”, fue la descripción que dio una veraneante a El Observador.
El balneario se convirtió en uno de los lugares elegidos por la juventud para vacacionar, pero el descontrol y la anarquía que muchos adultos perciben es un fenómeno que se vive por segundo año consecutivo.
Hay quienes piensan que el balneario “se está quemando” con este tipo de turismo, y otros advierten que  los jóvenes le “dan vida” al lugar, y al bolsillo de los comerciantes.
A la hora de opinar, en lo que hay unanimidad es en las cosas que faltaron durante los días de mayor auge: los turistas argentinos, que por el tipo de cambio Uruguay les resulta caro, y una mejor infraestructura parta atender a los turistas nacionales.   
Que suene fuerte

“En la nueva casa nos dijeron que todo bien, que podíamos escuchar música”, dijo Luis, uno de los amigos de Eugenia, en la charla con El Observador.
El grupo de jóvenes canarios trajo un par de parlantes para instalar en la casa que alquilaron a 19.000 pesos por 10 días. Y ésa, según describen ellos, es la movida y su disfrute: escuchar música a máximo volumen, tomar todo el alcohol que se resista y dormir.
La playa existe, en raras ocasiones, después de las cuatro de la tarde cuando se levantan.      
 “Nos está pasando lo mismo que le pasó a La Paloma y a La Pedrera, eliminaron los boliches de ahí, los trajeron para acá y así se da la invasión.
Los jóvenes vienen movidos por los boliches”, sostiene Nicolás, quien veranea desde hace más de una década en el balneario y trabaja para la web Portal del Diablo. Según él, el lugar “no soporta más los desmanes” y es necesario que se vuelva a conseguir una “buena convivencia”.   
Los cuatro inspectores de la Junta Local trabajan con medidores de decibeles para controlar el volumen de la música en las casas particulares y locales comerciales, pero durante los días pico de ocupación “no dieron abasto” con las inspecciones, dijo a El Observador la encargada Susana Acosta.
Y la medida más drástica para intentar controlar la situación es aplicar una multa económica al padrón donde está ubicada la casa. “Pero te das media vuelta y vuelven a subir la música”, señaló Acosta.
En las casas particulares era donde tenían lugar las llamadas “previas” –en las que predomina el consumo de alcohol–, entre las dos y las cuatro de la mañana. Y de ahí, al boliche.
Los dos instalados (El Club y Bitácora) quedan a varios kilómetros del centro de Punta del Diablo, y los jóvenes sin auto debían ir a pie por Bulevard Santa Teresa, la calle principal del balneario.
“A la salida caminaban como zombies, todos en fila por la senda que hicieron al costado de la ruta”, describió a El Observador un operador turístico que vio repetirse esa escena a diario.
¿Sirven o no?
Juan hace tres temporadas que trabaja atendiendo su bar frente a la Playa de los Pescadores. Para este año había preparado una carta de platos especiales para ofrecer, pero la tiene guardada en un cajón. “¿Qué le voy a ofrecer a un pibe un pescado con salsa?
No te lo come; como mucho te pide un baurú, y no voy a sacar una carta de platos, comprar todo para que se me pudra porque no tengo quién lo consuma”, comentó a El Observador.
Él es uno de los comerciantes que entiende que es preferible “trabajar toda la temporada, hasta marzo, parejo” antes que recibir este aluvión de gente que se concentra en dos semanas, y que además, gasta poco. Pero también reconoce que lo que gastan, sirve. 
Y es que los jóvenes traen de su casa las botellas de alcohol, el surtido de comida con lo básico para resistir los días que se quedan, y la plata eligen invertirla en el alquiler de la casa o una cama de hostel, en el boliche (300 pesos la entrada) o en más alcohol si las reservas se acaban antes de tiempo.
Los hostels, que pasaron de ser unos pocos a más de una treintena en los últimos tres años,
estuvieron llenos durante esos días. Incluso, ante la desesperación por captar más clientes y viéndose atestados de huéspedes, hubo quienes ofrecían a los jóvenes una hamaca paraguaya por 30 dólares la noche.
 “No se ha trabajado conscientemente y hay un egoísmo entre los empresarios que no hace bien”, sentenció el propietario del camping Punta del Diablo, Eudoxio Silvera, quien tiene un 40% menos de público a esta altura del mes en comparación con la temporada pasada.
Según él, en el balneario “reina el libertinaje” durante los primeros días, y eso da cuenta de la falta de control que existe.
“Se tendría que controlar las entradas a los boliches, en vez de 6.000 o 7.000 personas por día debería reducirse a la mitad.
Habría que crear un sistema de cabañas, en vez de alquilar las casas, porque ahí es donde en un lugar para cuatro o cinco te entran 10 o 15 personas y se va de las manos”, indicó.
Las familias que pretenden descansar tienen que saber de antemano que Punta del Diablo no es el lugar para eso durante las primeras semanas del año.
“Hay que buscar un equilibrio para que no sea un desbunde, sí, pero también la gente tiene que diferenciar cuándo venir.
La primera quincena se sabe que pasa esto, que vienen los jóvenes y ocurre gracias a los boliches.
Y al fin de cuentas eso es lo que nos da vida a los que venimos a trabajar”, señaló Daniel Fresia, propietario del hostel Compay. Él, al igual que otros operadores, sostiene que el lugar no tiene la infraestructura necesaria, especialmente en materia de salud. 
Al haberse ido la masa de jóvenes, el Diablo parece respirar nuevamente. La playa no está atestada, conseguir una mesa para comer dejó de ser una odisea, las bebidas en los supermercados siempre están frías, a la noche en vez de música se escuchan los grillos y andar en auto no implica ir a paso de hombre como ocurría hasta hace algunos días.
Eso sí, mientras unos disfrutan de la tranquilidad que volvió a reinar en el balneario, otros están preocupados preguntándose si podrán bajar los carteles de “se alquila” o “está libre”, y si el público que vendrá entre lo que queda de enero y febrero ayudará a completar una buena temporada.
“Si no vienen, vamos a estar en el horno”, sentenció el chofer de una camioneta que, en vez de llevar a 15 adolescentes como solía hacer hasta la semana pasada, llevó solo dos pasajeros en la madrugada del viernes.   

Falta de asistencia médica

Uno de los mayores problemas que tiene Punta del Diablo es la falta de asistencia médica durante la temporada. El balneario cuenta con dos policlínicas, una de ASSE y otra de FEMI, que trabajan medio horario cada una, con una misma enfermera que se reparte entre las dos.
Médicos de guardia, para asistir una emergencia, no hay. Y la única ambulancia que existe, que es la de ASSE “vive rota y está parada en una bajada porque la batería apenas funciona y si hay que hacer un traslado, y no funciona, se tira por la bajada y prende” explicó la encargada del centro asistencial Verónica Silvera Lima.
Hace dos semanas un adulto mayor sufrió un infarto y murió. No llegó a recibir asistencia porque no había ni médico ni ambulancia disponible.
La Policía también tiene carencias: seis oficiales por turno resultan insuficientes para controlar un lugar con 20.000 personas en donde los robos –al menos las dos primeras semanas– estuvieron a la órden del día. Si bien la Policía cuenta con un móvil, el mismo no puede usarse para hacer traslados de particulares, ni siquiera de emergencia. También hay dos motos, pero se usa una sola. Ninguno de los oficiales cuenta con libreta para usar la moto de mayor cilindrada. Y lo mismo ocurre con el cuatriciclo; junta polvo al costado de la comisaría porque nadie tiene libreta para manejarlo.

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