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lunes, 18 de julio de 2016

HA MUERTO MICAELA. Por Julio Dornel.



               Escritor y periodista Julio Dornel
Mientras la población de 18 de Julio se preparaba para los festejos patrios, al cumplirse un nuevo aniversario de la Jura de  la Constitución, el corazón de Micaela se detuvo para siempre, poniéndole un crespón a todos los hogares de la villa Histórica. Con la seguridad de que no encontraremos palabras para justificar esta lamentable y feliz coincidencia, dejaremos que las palabras del sobrino Nacho Suárez, escritor, poeta y periodista pronunciara cuando Micaela llegaba al centenario.
“El domingo 24 de agosto, allá, en “San Miguel del aire”, cerca del cielo; en la bajadita del Fortín y del Parador del mismo nombre; en las laderas del Cerro Picudo y, muy cerca del corazón de su pueblo, Doña Micaela Suárez cumplió 100 años de vida.
Pero, la celebración, no es solamente por el hecho - tan especial- de haber acumulado años hasta llegar a ese centenario tan poco común. Lo importante, es que, todo un pueblo, además de los familiares y los amigos que ha ido sembrado como al voleo, durante su ponchada de años, reconocemos en ella lo que es: Un gran ser humano!
Y es este balance de afectos y de agradecimientos, lo que - como un gran y positivo balance de tan extensa y rica vida- está recogiendo, como cosecha, Doña Micaela.
UNA VOZ EN EL TELEFONO
Fue la voz en el teléfono de San Miguel para varias generaciones. Una voz que transitaba el aire, pero también las calles del pueblo- bajo soles o bajo lluvia- portadora de alivios y caricias; de tristezas y consuelos; de desolaciones, pero también de felicidades...De todos los asuntos de la vida, ejerciendo, pero de verdad, ese oficio de abrazo, ya que nada de lo humano le era, ni le es ajeno.
Porque, más allá, de ser la intermediaria de las noticias- de esas noticias del hombre y sus circunstancias personales, que, al decir del poeta, a veces resultaban “ cosas chicas para el mundo pero grandes para mí”- lo que la hacía grande era, es, su compromiso sincero con el otro, con el hermano, con el prójimo. Porque Micaela Suárez no necesitó de ningún texto bíblico, de ninguna declaración de principios, de ningún manual de ética, de ningún Mesías o traductor, para sentir prójimo al otro. Cada hombre o mujer o gurí, eran y son, sus hermanos...
AMPARADORA DE DESAMPARADOS.
Por eso su casa siempre estuvo llena de trinos de las más diferentes bandadas humanas. Por eso tuvo - y tiene- hijos y nietos, biznietos y sobrinos y entenados, todos recibiendo por igual la calidez de su voz o la tibieza de su abrazo comprensivo, piadoso...
Estas, mis palabras, están marcadas por el efecto de haber sido - de ser- la querida hermana de mi padre, pero, también, de haber podido confirmar- a través de toda mi vida- como nadie que la hubo conocido, directa o indirectamente, no le estaba profundamente agradecido por algo.
Sé que suena en su alma cansada el dulce violín de su compañero, Don Osvaldo Faget, quien sólo se le adelantó para esperarla en un próximo reencuentro.
Reencuentro que, cuando Dios lo disponga, será un muy buen pretexto para que Doña Mica, arme flor de fiesta allá en el cielo, con torta de chocolate y todo...
Porque así fue su casa desde siempre, donde no faltó el pan o la sopa caliente y la caricia tibia para las almas tristes. Pero, sobre todo, la alegría y el humor, siempre a flor de labios, como la prueba inequívoca de que el humor-amor es una de las manifestaciones más claras de la inteligencia humana.

Y así quiero recordarla. Así pido que sea recordada. Con la alpargata ligera por las calles del pueblo cumpliendo el apostolado laico de socorrer al vecino, y con la sonrisa en ristre para vencer las angustias, las tristezas y los males del cuerpo o de las almas...
QUIERE A LA GENTE POR LO QUE ES, NO POR LO QUE TIENE.

Micaela Suárez, sangre de mi sangre. Alguna vez alguna callecita del pueblo llevará su nombre, en homenaje a esta heroína cívica, ante tantos nombres de generales que nunca ganaron una batalla, que llevan las calles del Uruguay.
Honor para quien, cada día de su larga vida, salía a ganar la dura batalla contra la indiferencia, para sí y para los demás... No es poco honor sentir, que - en este tiempo de barajas tan mezcladas; de valores tan cambiados; de cotizar en el mercado hasta lo que pesa el corazón- cumpla cien años una mujer que nunca claudicó de sus valores morales, y por ello, siempre apreció más lo que la gente es, que lo que la gente tiene.
Y, en el abrazo a la distancia, agradezco al Diario El Este, a Grazziella, y a José Carlos, su amigo, poder hacerle llegar, junto a mi cariño agradecido, el compromiso de seguir luchando por ese ideal de vida que, aún nos entibia con la llamita de la esperanza, al creer que, aún, es posible vivir en un mundo como en el que Doña Micaela vivió. La que, sin pedirle nunca dada a nadie, hizo de él, un mundo mejor, más bueno, más justo y más solidario.
Ignacio Suarez, el hijo de Rita y de Ignacio.