SER ADOLESCENTE
Se los asocia con bajos niveles educativos, delincuencia y la cultura “plancha”, pero expertos señalan que la culpa la tienen las instituciones por no saber cómo captarlos
El Observador
+ Por Carolina Delisa
Son los mejores embajadores que tiene el país”, dijo el presidente José Mujica a los juveniles celestes que conquistaron el título de vicecampeones en la Copa Mundial de Turquía cuando los fue a recibir en el aeropuerto de Carrasco, el martes 16. Sin embargo, mientras unos jóvenes logran ser los segundos mejores del mundo en el fútbol, a otros se los vincula con dejadez y falta de preparación para el mercado laboral, bajos resultados educativos, violencia, robos y vandalismo. Incluso, aquellos identificados con la cultura “plancha”, son temidos por parte de la sociedad.
Los especialistas consultados por El Observador admiten que existe un desinterés por el estudio, por el trabajo, pero también destacan que “tienen logros” y que el problema es que las instituciones no logran captarlos y sacarlos de la calle.
Excluidos y amenazantes
Los jóvenes no son ajenos al proceso de exclusión social que padece Uruguay, que comenzó en la década de 1990 y terminó de cimentarse con la crisis de 2002. Los niveles de pobreza e indigencia se dispararon hasta 2004, sobre todo para los niños y adolescentes. En esa fecha había nueve niños pobres por cada adulto.
Los sociólogos afirman que durante ese proceso se registró un rompimiento con ciertas pautas de convivencia, valores y sistemas de creencia mayoritarios en la sociedad. Completa el cuadro la deserción estudiantil, la imposibilidad de acceder a un trabajo calificado, los cambios en la estructura familiar y la difusión de la pasta base. En síntesis, un contexto de exclusión social y marginalidad.
Al mismo tiempo se deterioró la confianza interpersonal y se profundizó el rechazo a sectores sociales percibidos como amenazantes. Esto último se reduce a los planchas, a quienes se asocia a la delincuencia, a la vagancia y a la drogadicción.
Drogas y delito bisagra
El informe Delincuencia en la ciudad de Montevideo, publicado por la fundación Justicia y Derecho a principios de año, mostraba que en 2010 los adolescentes representaban el 8,1% de los actos delictivos cometidos en la capital. De estos, siete de cada 10 fueron rapiñas. Y más de la mitad (67%) de los infractores aducieron que habían consumido pasta base.
Respecto al trabajo, más de dos tercios de los adolescentes que entraron en el sistema de responsabilidad penal durante el 2010, ni estudiaba ni trabajaba.
Según los últimos datos recabados por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), los menores de entre 13 y 17 años, que representan el 8% de la población total, cometieron más del 40% de las rapiñas que se denunciaron en todo el territorio nacional.
Según dijo a El Observador el psicólogo y licenciado en seguridad pública Robert Parrado, la primera razón por la cual los jóvenes protagonizan un alto número de rapiñas se debe a que son usados por los adultos para evitar las responsabilidades penales. El otro motivo es que muchos jóvenes “no tienen integrados el valor de la ley, de la inclusión y del trabajo en sociedad”. Y explicó: “Fueron marginados, se quieren poco, quieren poco a su entorno, y lo resuelven con más violencia y menos compromiso”.
En las rapiñas, el valor de la vida disminuye muchísimo. Para Parrado, este es el delito bisagra entre el hurto y el homicidio. “Tiene mucha violencia, amenazas y armas. Es lo que te enfrenta a la posibilidad de la muerte”, aseguró.
Para el psicólogo, no basta con políticas sociales para mejorar el problema de la delincuencia juvenil, sino que hay que ver “cuáles son sus rutas de desempeño en la vida y trabajarlas en conjunto. No basta con miradas reduccionistas”.
Educación masificada
El estudio de Ceres, al que accedió El Observador, señala a la educación como la solución para que los jóvenes dejen de delinquir. Pero los resultados en esta materia no son buenos.
Si se revisan las últimas cifras publicadas de las pruebas PISA, que evalúan a los adolescentes de 15 años en materias como lectura, ciencias y matemática, puede verse que, debido a los bajos resultados, Uruguay se ubica en el puesto 47 de 65 países. Pero si se examina el índice de repetición, el país se encuentra entre los cuatro peores de la lista.
Gustavo de Armas, sociólogo y especialista en educación para Unicef, dijo a El Observador que en este tipo de pruebas deben leerse los resultados teniendo en cuenta que se aplica tanto en países ricos como pobres, por lo que el desarrollo humano es distinto. La cosa cambia si la comparación se hace con la región. “Uruguay obtuvo el promedio más alto en matemática y el segundo lugar en lectura, después de Chile”, apuntó. En 2012 se aplicaron nuevamente estas pruebas, cuyos resultados serán publicados en el próximo semestre.
Pero los indicadores más críticos que envuelven a los jóvenes se encuentran en la educación media. Según el informe La universalización de la educación media en Uruguay, llevado adelante por Unicef, el 68% de los jóvenes había terminado la educación media en 2008 a los 17 y 18 años. Esto implica que más del 30% estaba atrasado o directamente había abandonado el estudio.
En cuanto a los motivos del abandono, más de la mitad contestaba que no le interesaba, o prefería aprender otras cosas.
En este sentido, el sociólogo explicó que “hay un desencuentro entre lo que el sistema educativo ofrece y lo que los jóvenes y las familias esperan, sobre todo en los contextos más vulnerables”.
De Armas sostuvo que estos indicadores se deben a procesos históricos. “Uruguay tiene un déficit en inversión educativa que viene desde mediados del siglo XX. El problema surgió cuando se masificó la educación, pero no se invirtió en infraestructura, por lo que bajó la calidad”, indicó.
Por su carácter a largo plazo, el sociólogo agregó que la propuesta Compromiso Educativo, que otorga becas para estudiantes, “va a tener un impacto positivo a futuro”.
No quieren nada
Las pruebas PISA reflejaron otras carencias: el 75% de los estudiantes no alcanza las destrezas que requiere el mercado de trabajo.
La debilidad de la educación y la poca preparación para el futuro crearon un nuevo grupo de jóvenes: los ni-ni, aquellos que teniendo entre 15 y 20 años, ni estudian ni trabajan. La Encuesta Continua de Hogares 2012 confirmó que el 13% de los jóvenes se encuentra en esta situación.
Estos jóvenes no conciben el trabajo y el esfuerzo como variables para la realización personal. Apetecen ganar dinero pero sin moverse del lugar, por lo que es probable que cuando busquen empleo accedan a una remuneración limitada.
El gerente de la consultora Advice, Federico Muttoni, explicó que si alguien no tiene hábitos de trabajo y no tiene formación, no va a aportar nada a las empresas. “Si no estudian, no están acostumbrados a tener horarios extensos y dedicación. No adquieren ningún tipo de conocimiento y sus prácticas en general no son replicables. Tampoco tienen espíritu de sacrificio, ni de perseguir un objetivo”, aseveró.
Las empresas buscan personas con talento y, según Muttoni, contratar a los jóvenes que no lo tienen es un pésimo negocio. Esto lleva a que los ni-ni empiecen a ver su futuro nublado. Los trabajos mecánicos y de baja calificación tampoco son la solución ya que estos están por desaparecer.
Por eso, el especialista en el mercado laboral declaró que la solución está en que el Estado subsidie a las empresas que tomen jóvenes que no terminaron la educación formal.
“El país tendría que dar apoyos a las empresas que hagan un esfuerzo por educar a través del trabajo. Nadie quiere pagar el precio del rescate, y lo tiene que pagar la sociedad y el Estado en su conjunto”, concluyó Muttoni.
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