EL TRIPLE CRIMEN DE RIVERA
El juez dijo haber "dormido tranquilo" por primera vez en muchos días
Sus colegas y sus vecinos más próximos no
salen de su asombro. Nada en su exterior parecía delatar a la fría
asesina que eliminó a una familia entera. Paola F.B. tramó durante tres
meses el triple crimen. Y nunca lo evidenció en su entorno personal.
F. Fernández Y R. Rossello
El 13 de agosto por la tarde Paola F.B. (40)
recuperó la libertad luego de ser indagada junto a su esposo, Alejandro,
como principales sospechosos en el triple homicidio. Esa misma semana,
aseguraron varios testigos a El País, la profesora de biología volvió al
Centro de Justicia de Rivera para tramitar la pensión que le reclama a
los abuelos de su hijo -que tuvo con su pareja anterior, hijo a su vez
del exjefe de Policía riverense Claudio Guash- desde hace tiempo.
Quienes participaron de esa audiencia relataron a El País que se la veía
"fresca como una lechuga". Cualquiera que no la conociera difícilmente
diría que la misma mujer venía siendo indagada por uno de los crímenes
más impactantes de los últimos tiempos.
Su esposo Alejandro fue el primer sorprendido con las
revelaciones del caso. No daba crédito a lo que escuchaba, aunque a la
luz de los hechos tal vez haya comenzado a atar cabos y a repensar en
pequeños gestos y dichos.
El juez letrado Marcos Seijas dijo por su parte que por
primera vez en muchos días había "dormido tranquilo", luego del
ajetreado calendario de audiencias que tuvo desde principios de esta
semana.
"El esclarecimiento de este caso fue consecuencia del
aporte colectivo", explicó Seijas en un breve diálogo con El País, "ya
que los ciudadanos siempre aportaron datos, en algunos casos lo hicieron
directamente a la Policía, al juez, o a la fiscal. Enviaron mensajes de
texto a los periodistas y estos, en función de las características de
esos mensajes, pusieron información en conocimiento de la sede", señaló
el juez.
Seijas agregó que luego de concluir su labor con el
auto de procesamiento, declinó competencia en favor de su colega la
jueza letrada de 2° Turno, Adriana Morosini, al establecer que el crimen
fue cometido durante el turno de su colega, el 8 de agosto pasado. "Por
lo tanto, hay más garantías para los encausados", sostuvo.
En otros términos, la jueza podrá analizar todos los
elementos del caso desde cero y sin "contaminarse" con los vaivenes de
la investigación.
Seijas sostuvo su plena convicción acerca de la
culpabilidad de Paola F.B., así como de sus motivaciones: "el rencor y
la ambición eran un sentimiento de la señora, no de su esposo, quien me
pareció una persona muy tranquila, a la que las cosas materiales no le
interesaban demasiado", explicó.
Durante la indagatoria Seijas interrogó a 19
personas: familiares, amigos, colegas de los docentes, y con ello
consiguió elaborar un perfil de Paola F.B.
Al referirse a ella en el expediente, el magistrado
sostuvo que "se encargó de publicitar en los centros docentes donde
dictaba clases (vg.: Liceo N° 1, CERP del Norte y Colegio Saint
Catherine), el desprecio que sentía por el hermano de su compañero y por
la esposa de aquel, a quien llamaba despectivamente `esa negra`
(pretendiendo menoscabar su persona por considerarla de otra raza, lo
que advierte una personalidad discriminadora y socialmente reprobable)".
Codicia.
Si bien las familias involucradas en esta tragedia
han preferido no hablar en público, en comentarios que pudo recoger El
País coincidieron en que Paola F.B. no solo era muy cuidadosa de su
imagen, sino que además le gustaba ostentar su buen pasar, por ejemplo,
exhibiendo fotos de sus viajes.
Otro rasgo que todos sus familiares tenían presente era el de su cleptomanía, de la que muchos fueron víctimas.
De personalidad fuerte, sus allegados sostienen que
Paola solía imponerse sobre su esposo Alejandro, a quien constantemente
le reclamaba que hiciera valer sus derechos frente a su hermano
Fernando.
En el centro de sus ambiciones estaba la vieja
casona familiar de la calle Paysandú 1233 y la renta que recibían los
hermanos por un campo propiedad de la familia Gau desde hacía muchos
años. Lo paradójico es que su esposo heredará los bienes y rentas de la
familia.
Una de las docentes que trabajó junto a Paola F.B.
que declinó hacer comentarios sobre su colega, solo reconoció que
durante los últimos meses no advirtió ningún cambio en su
comportamiento.
De hecho, en una fotografía obtenida por El País y
que fuera tomada durante un acto académico en el que estaban presentes
tanto la propia Paola F.B., como su esposo Alejandro, sus dos hijos y su
cuñado Fernando Gau, la profesora luce tranquila y compenetrada con su
actividad. La foto fue tomada el 26 de junio pasado, para entonces Paola
F.B. ya estaba planeando el horrendo crimen.
El plan.
"Su ira por la situación y su interés por hacerse de
una casa en pleno centro de esta ciudad, de alto valor económico por su
sola ubicación, la llevó a planear la muerte del matrimonio y su
pequeño hijo", relata el juez en su fallo.
Lo primero que buscó Paola fue a los ejecutores de
su plan. De ese modo llegó hasta un joven que había conocido tiempo
atrás, Fernando G.P. (19). Lo había conocido años atrás cuando el chico
cortaba el pasto para ganarse el sustento en los alrededores de un
complejo de viviendas cercano al Estadio Atilio Paiva Olivera.
Valiéndose de su carisma y sus dotes como docente, Paola le comunicó sus
planes, le prometió una importante retribución y luego de pensárselo un
poco el joven terminó aceptando.
Paola le propuso además que buscara un ayudante, ya
que no podría consumar solo la tarea. De este modo entró en escena uno
de los adolescentes, de 17 años, que participó activamente de los
preparativos. La profesora hizo varios viajes en su camioneta hasta la
casona de la calle Paysandú, con el objeto de estudiar los movimientos.
Una de las mayores preocupaciones de Paola era el gimnasio que se
encuentra frente a la vivienda y que tiene un movimiento constante
durante el día. Inspeccionaron un estacionamiento que se encuentra a los
fondos de la vivienda, para estudiar la posibilidad de ingresar por
allí. Pero había cámaras de seguridad, lo cual hizo desistir rápidamente
a Paola de esta vía de ingreso.
Durante la planificación Paola discutió con Fernando
G.P. otro aspecto que la preocupaba: el otro chico no tenía el físico
adecuado para reducir a las víctimas. Esto llevó al improvisado sicario
a buscar a otro amigo de mayor corpulencia física. Y aquí entró en
escena quien sería luego el segundo autor de los crímenes, el
adolescente de 16 años.
Paola compró dos pares de guantes de látex para cada
uno de los sicarios y otro tanto para sí misma. Se procuró un cuchillo
con el porte necesario, así como los celulares con los que se mantendría
comunicada con sus cómplices durante la consumación del crimen.
Y tenía otro elemento clave para garantizar la
entrada y salida seguras de la casa. El 20 de julio había participado
junto a su esposo en una reunión familiar con Fernando y Zuli Aguirre.
Paola robó las llaves de la casa, detalle que no sorprendió al
matrimonio que conocía sobradamente su cleptomanía. Hizo copia de las
llaves y se las devolvió fingiendo una sustracción involuntaria.
Según los indicios y testimonios reunidos por el
juez el día señalado para el triple crimen fue el miércoles 7 de agosto.
Paola abrió el portón de acceso e hizo pasar a los dos jóvenes.
Los sicarios permanecieron semiocultos en el
pasillo, en un sitio invisible para los habitantes de la casa. Entre
tanto, Paola tocó timbre y le abrió Fernando Gau, el momento fue
aprovechado por los cómplices de Paola para tomarlo por la espalda,
reducirlo y hacerlo ingresar por la fuerza a la casa.
Una vez dentro lo arrojaron al piso y allí, inmovilizado, Fernando G.P. le asestó una puñalada mortal en la yugular.
Los jóvenes se negaron a matar al niño. El pequeño
Inti fue tomado por Paola que lo llevó al dormitorio de sus padres y
luego de taparle la boca con las manos le colocó una almohada en el
rostro, se sentó encima hasta sofocarlo por completo.
En el mismo frenesí, mientras no llegaba Zuli
Aguirre, registraron toda la casa en busca de dinero. Paola ya se había
apoderado de una suma, cuyo monto aún no se estableció, cuando llegó su
concuñada a la casa. Cuando Zuli vio los cuerpos de su esposo y su hijo
intentó huir, pero fue apresada e inmovilizada por los jóvenes.
Paola comenzó a asestarle puñaladas en el pecho con
el mismo cuchillo que habían ultimado a su marido. Pero fue el
adolescente quien, tomando el arma, le asestó la herida mortal en el
cuello.
El crimen estaba consumado. Más tarde Paola negaría en todo momento su responsabilidad en los hechos.
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