Enero
de 1959. Con el Dr. Alfredo Mehelen y algunos vecinos recorríamos
las calles de Cebollatí festejando el triunfo de la Revolución
Cubana encabezada por Fidel Castro. A partir
de aquella fecha comenzamos a recibir la Revista Bohemia editada en
La Habana por el periodista Miguel Ángel Quevedo y convertida en el
semanario más importante que circulaba en Cuba debido
fundamentalmente a sus editoriales políticos. Esta publicación
estaba al servicio de quienes luchaban contra el régimen dictatorial
de Fulgencio Batista, por lo cual no resultó
difícil que se convirtiera en el medio más importante del
periodismo cubano. Sin embargo a los pocos años Miguel Ángel
Quevedo debió exilarse en Miami (EE UU) donde finalmente se suicidó,
dejando una carta donde reconoce los errores cometidos durante su
apoyo al régimen impuesto paulatinamente por Fideo Castro. En
momentos que el periodismo vive una dramática encrucijada con motivo
del manejo diabólico impuesto por algunos medios, ofrecemos a
nuestros lectores la parte sustancial de la carta mencionada, con la
esperanza de que pueda rectificar rumbos de quienes por el solo hecho
de escribir en un medio se olvidan que pueden estar representando
intereses tendenciosos, capaces de destruir la integridad física y
moral de una nación.
CARTA
DE UN MUERTO.
“Sé
que después de muerto lloverán sobre mi tumba montañas de
inculpaciones, que querrán presentarme como el “único culpable de
las desgracias de Cuba”. Yo no niego mis errores ni mi
culpabilidad. Lo que sí
niego, es que yo fuera el único culpable. Culpables fuimos todos, en
mayor o menor grado de responsabilidad. Culpables fuimos todos. Los
periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores
arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos
que, por satisfacer el morbo de las multitudes, por sentirse
halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme
de “oposicionista sistemático”. Uniforme que no se quitaban
nunca. Había que atacar. Había que destruirlo. El pueblo también
fue culpable. El pueblo que compraba la Revista Bohemia, porque ella
era el vocero de ese pueblo. Y todos, por resentidos, por demagogos,
por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al
poder. Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía, y
los comentaristas de radio y televisión que los colmaron de elogios.
Y la chusma que los aplaudió deliberadamente en las graderías de la
República. Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle
contaminada por el odio, que aplaudía a Bohemia. Fueron culpables
los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al
régimen. Los militares traidores que se vendieron al barbudo
criminal. Y los que se ocupaban más del contrabando y del robo que
de las acciones militares de Sierra Maestra. Fueron culpables los
curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes de la Sierra a
servir a Castro y sus guerrilleros. Fueron culpables los políticos
abstencionistas que cerraron las puertas a todos los caminos
electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia les hicieron el
juego, negándose a publicar nada relacionado con aquellas
elecciones. Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión.
Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y
ladrones. Virtuosos y pecadores. Muero asqueado. Solo. Proscripto.
Desterrado. Traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé
generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles.
Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Ojalá
mi muerte sea fecunda y obligue a la meditación”.
Lo
dicho en el título:
Una carta para meditar y también una dura advertencia a los medios
de prensa.
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