Clarín
06/10/13
Sin embargo, en la vorágine de cada día perdemos más tiempo en preguntarnos por qué Boca no encuentra un buen marcador de punta derecho, antes que en los conflictos existenciales. Así de estúpidos somos. Lo mismo sucede con la política.
Si bien el pueblo suele estar preocupado en asuntos menores como la inseguridad, la inflación o el deterioro de los hospitales, en realidad los verdaderos líderes son los que se concentran en los grandes temas. Por suerte en eso andamos fenómeno.
Fue gracias a la Presidenta que la crisis siria se detuvo a tiempo, o que la reformulación del rol del Estado en las economías modernas está basada en su prédica ante los foros internacionales. El mundo no se lo ha reconocido aún porque los grandes países también se miran el ombligo y se ocupan de cuestiones menores, como las putas de Berlusconi.
Toda esta introducción es para explicar que uno de nuestros temas más importantes es el conflicto con Uruguay. Un país salvaje que nos ha desafiado desde siempre pero que ahora, por primera vez, enfrenta a un gobierno que no le va a permitir que se salgan con la suya.
Por suerte el tema está en manos del Chancellor Lord Timerman, un verdadero especialista en conflictos internacionales (en generarlos, obviamente) y todo hace suponer que esta vez los yoruguas no pasarán. De a poco, nuestro ministro va poniendo las cosas en su lugar, enfrentando al pueblo agresor uruguayo y abrazándose con nuestros hermanos iraníes.
Como un acróbata con los platitos chinos, una cosa no distrae al Gobierno de las otras. Mientras enfrentamos a los uruguayos, combatimos a los chilenos, nos animamos con los brasileños, traicionamos a los ecuatorianos, les tocamos el culo a los americanos y les escupimos el asado a los europeos. Lo bueno es que aunque cambie el gobierno, lo hecho en materia internacional llevará décadas revertirlo. El mundo tiene en cuenta lo que hacen los países, sin considerar cuáles fueron sus gobiernos.
Pero volviendo a los uruguayos, me permito sugerir algunas acciones para terminar con este paisucho que se niega a aceptar que somos los mejores.
¿Cómo enfrentar esta amenaza oriental? ¿Cómo provocarles un daño letal? Es evidente que la política de relaciones carnales con ellos no ha dado resultados. Pese a toda nuestra prédica, siguen respetando leyes, sometiéndose a la Constitución de su país, manteniendo la austeridad, estableciendo políticas de Estado, en fin, tratando de ser serios. Años mandándoles nuestros programas de televisión, copando sus kioscos con nuestras revistas, enriqueciéndolos con nuestra farándula, acercándoles cada verano a nuestros ciudadanos más educados y humildes, y aún así estos tipos no aprenden nada.
Es más, tuvieron un solo golpe de Estado en los últimos 50 años. Nada que ver con nuestros más de 10 golpes e infinidad de fragotes, planteos y levantamientos en sólo medio siglo. En lugar de imitarnos, se creen suecos.
Por eso, el camino es ir al choque. Si bien es cierto que las pasteras contaminan, no es menos cierto que cualquier gobierno mezquino trataría de resolver el problema anticipándose, de manera diplomática, sin estridencias y con bajo perfil.
Por suerte, no es nuestro caso. Aprovechemos el tema entonces para escalar el conflicto y terminar con ellos de una buena vez.
Lo primero que hay que entender es que ahora tenemos la excusa perfecta: las pasteras contaminan. Siempre contaminan. No hay control de las aguas que lo puedan disimular porque Botnia (ahora UPM) contamina aunque la apaguen, la cierren y la transformen en una Universidad de Greenpeace. El edificio por sí mismo es un bodoque catastrófico al otro lado del río Uruguay que contamina visualmente por su sola presencia, alterando el equilibrio ambiental y arruinando las costas de Gualeguaychú y nuestras bellas playas del Ñandubaysal. Si los uruguayos construyeran una fábrica de autopartes en la isla Gorriti frente a las costas de Punta del Este, entenderían mejor de qué estamos hablando.
Más allá de esto, no les debemos permitir a ellos contaminar nuestros ríos. Para eso estamos nosotros que lo hacemos como los dioses.
No escatimemos. Yo no dudaría en apostar artillería pesada a lo largo de toda la costa del Río Uruguay. Y si nos alcanzan los tanques, también en la del Río de la Plata para amedrentarlos aún más. Detectaría la ubicación exacta de todos los locales de “La Pasiva” (tradicional reducto subversivo oriental de panchos y chivitos) para que sean bombardeados por nuestra Fuerza Aérea. No conozco un solo uruguayo que pueda sobrevivir más de dos días sin comerse un frankfurter.
Con los mismos ataques aéreos, habría que destruir los famosos prostíbulos legales como el de Naná y tantos otros (yo no los conozco pero me lo contó un amigo).
No perdamos tiempo. Debemos atacarlos en cuanto lleguen los aviones Mirage que ya fueron dados de baja por los españoles y que se los estamos comprando en 200 palos verdes, porque los que tenemos ahora no sirven ni para fumigar.
Ya mismo deportemos a China Zorrilla, Carlos Perciavalle y Enzo Francescoli. Quememos los discos de Roos y Drexler. Es la oportunidad para sacarnos de encima a los candombes. Investiguemos a cada argentino que se llame Washington, Wilson, Nelson y Heber. Seguramente son infiltrados.
Ha llegado la hora de la verdad y pienso dar el ejemplo. Debo confesar un pecado de juventud.
Tengo un hijo uruguayo. Nació en Punta del Este, el muy oligarca. Pero no me va a temblar la mano a la hora de hacerle tronar el escarmiento. Es más, esta semana he procedido a detener a Manuelito y lo tengo atado en el lavadero dispuesto a entregarlo a las autoridades pertinentes, en el lugar y momento en que me lo soliciten. Espero hacerlo cuanto antes porque llora. Poco, pero llora.
La hermandad entre los pueblos es un invento de los débiles vomitados por los dioses. Vamos, es ahora o nunca.
Hoy como ayer, Argentinos a vencer.
Quе tal,
ResponderEliminarEs intereѕante tu ѕitio. Hay otrοs articuloѕ no me molaron mucho, pero la mayor�a est�nbastante bien.
;)
Para lеer maѕ : Jose