Escritor y periodista Julio Dornel
En
la última reunión del Consejo Editorial de la Revista Histórica
Rochense, el periodista Víctor Larrosa Moreira, nos hace entrega de
un valioso documento publicado en el Diario El Este, donde se
detallan las gestiones realizadas para localizar los restos mortales
de Don Luciano Velázquez. Bajo este mismo título, Larrosa comienza
señalando: “una vez que presenté en la Junta Departamental el
deseo de que los restos del fundador de nuestro pueblo fueran traídos
al lugar donde siempre debieron estar, comenzó lo que fue una larga
entrada al túnel del tiempo. Nadie, ninguno de los descendientes, ya
sean nietos, bisnietos y tataranietos que viven en la zona, sabían
dónde estaban sus restos, y si bien apoyaban fervorosamente nuestra
propuesta, muy poco sabían del fundador. La Junta Departamental
apoyó por unanimidad el pasaje de nuestras palabras a la Comisión
de Patrimonio, pero poco más se pudo hacer. Una fría mañana de
junio recibo en mi oficina a mi amigo y tocayo, Víctor Velázquez
trayendo según sus palabras, “algo que va a interesar”, era la
partida certificada de defunción de Don Luciano Velázquez y que
databa del 29 de septiembre de 1912. Era un inicio cierto, teníamos
la fecha de su fallecimiento y con ello la posibilidad cierta de
saber donde se encontraban sus restos. No pasó ni una semana y
estábamos con Víctor, Blanca (mi esposa) y Leandro (mi hijo)
instalados en la oficina del cementerio de Rocha, y donde la
encargada Andrea Acosta y otra funcionaria, nos atendieron muy bien y
juntos iniciamos, una maratónica búsqueda entre libros gordos,
anchos y viejos del sepelio de don Luciano. Nuestra alegría se
diluyó rápidamente, cuando una vez encontrado el registro de su
defunción, no había registro del lugar donde se habían depositado
sus restos. Luego de casi tres horas de búsqueda y estábamos a
punto de retirarnos, una de las funcionarias encontró en un libro el
registro del niño donde estaban los restos. Nuevamente nuestra
alegría sufre un tropiezo, ya que del descubrimiento surge que el
nicho había sido vendido en el año 1952 a Don Antonio Graña
Velázquez, persona que había fallecido en 1990. No sabíamos quién
era, pero presumíamos que por su segundo apellido era descendiente
de Luciano. ¿Qué hacemos ahora? , le digo a mi tocayo Víctor
Velázquez con un dejo de tristeza y derrota, quien con su
característica sabiduría me dice: “Vamos a situarnos frente al
nicho, por ahí hay algo que lo recuerde. Fueron minutos y estábamos
frente al nicho. Víctor, un funcionario de necrópolis y yo. De
todas las placas, ninguna hablaba de Don Luciano Velázquez, pero
sobre la parte superior izquierda había una que decía “A ANTONIO
GRAÑA. Siempre te recordaremos. PIQUILO AMARAL”, lo miro y le digo
a Víctor, “Tocayo, acá esta la punta de la madeja. Conozco a
Piquilo Amaral desde que abrí los ojos y sé que si puso esa placa,
es porque era muy amigo de don Antonio Graña, y sé que también en
algún momento debieron hablar de Don Luciano. Salimos en búsqueda
de Piquilo. Yo sabía que vivía en el barrios Treinta y tres y no
fue difícil encontrar su casa y llegar a ella, estaba con unas
cuantas copas arriba, casi no lo conozco y el tampoco. Tras unos
minutos de estudio mutuo, entre ladridos de perros, le digo
Piquilo!!! y él me dice Cachito!!! Un largo abrazo motivó aquel
encuentro, eran más de 10 años sin vernos y después de los 30
envejecemos rápido, largo rato recordando viejos tiempos y le digo
lo andábamos haciendo, empezó a reír y a decir “20 metros,
síganme”. Salimos con Víctor que no hablaba de tan sorprendido.
Ya en la calle empezó a gritar. Doña Ema, Doña Ema. De una casa a
20 metros, una señora viejita le responde: ¿Que pasa Piquilo? Mire,
mire…me toma de un brazo y me muestra, y aquella mujer para mi
desconocida, me dice “Tu sos Víctor Larrosa el hijo de Urada!!!
Sin saber quién era la abrace…”Soy Ema, amiga de tu madre desde
joven, sos igual a tu padre, te he visto por televisión y te he
escuchado por radio, imagínate la emoción de este momento. Le dio
que andábamos haciendo y me dice Antonio es mi esposo, nosotros
somos los dueños del nicho, adonde esta el abuelo Luciano. Antonio
lo compró el último día antes de la reforma del cementerio, porque
nadie quiso hacerse cargo. Antonio dijo, yo no voy a dejar que tiren
al osario los restos del abuelo, cuando quieran los llevamos a
Velázquez donde deben estar, ese fue su pueblo. Silenciosamente nos
abrazos con Víctor. Varios días después nos encontramos nuevamente
los tres para abrir el nicho, allí estaban los restos del fundador
en una chapa roída por el tiempo. Comenzaba de esta manera el tan
esperado regreso de Don Luciano a su pueblo, que quiso hacer el 30 de
setiembre de 1912, pero que un día antes la muerte le puso una
zancadilla….
No hay comentarios:
Publicar un comentario