domingo, 3 de noviembre de 2013

LA MUJER RASGADA por Daiana Lucas


La mujer rasgada cabía dentro de una blusa.
Botón a botón del misterio, recóndita maraña de su primera mañana, fábrica de telarañas hostiles y la celebridad de una mosca atrapada.
Había huído de su vida hace menos de un año, policrómica y desnuda en la única calle que conduce hacia ninguna parte.
Perdida en un embotellamiento de estrellas, mirando su mutilación, dejándola caer en un proverbio, en un diptongo, tal vez en una vocal.
Sola, en una noche largamente inmunda, sin amigos, recostada a cuadros en una exposición sin visitantes la mujer rasgada llevaba el cuerpo de su boca y con él hablaba
Muchas horas esperando nacer de sus fragmentos, componiendo lentamente la labor circuncisa de una crisálida, con ojos de viento, en aquella ciudad sitiada.
El diálogo innecesario, el monólogo imprescindible, el reloj detenido en un instante infinito de arenas movedizas y la luz agobiando el pasadizo de las estrellas húmedas
La mujer rasgada cabía en un puño.
Harta de abrazos como un títere ileso a las cuatro de la madrugada en un circo sin nadie visitaba el columpio de su infancia, olía el color del jardín con una antropofagia evidente y sin retorno, quizás los senos empapados de sangre después de una convulsión de vino y memoria
Así entró al bar de la esperanza
Con jirones de sí, con pies descalzos y oscuros, con manos azules y muslos manzana
Se recostó fetal sobre una pared en escombros, desolada
Cansada de sus dedos, de esas veinte imposibles falanges musicales impropias, cansada de andamios, de nubes como desplomándose sobre espaldas, de mañanas ásperas como pirámides ausentes, cansada de su vientre agitándose entre solidez de ausencia agigantada, ella, toda ella, era crisálida de fuego, mesa con vasos sucios, azúcar olvidada
 Entonces llegó el desde su frondosa nunca magnitud, desde un bosque empapado de nadies y de nada
Traía un cuadro.
Un boceto en la penumbra deshojada de una nueva especie de cucarachas sórdidas todas agitadas
Y se lo mostró.
En ese momento se encendió el infierno de la especie, los sueños cromosómicos, la danza maquiavélica y sin máscaras
Allí lo amó.
Sobre la pared de la mesa, entre monigotes de niebla, escupiendo arena sobre las ventanas, dibujando dentro de sí un paisaje, atendiendo el llamado de una silueta informe que le prometía mundo, esperma agigantado, caricias en la espalda
Lo amó con la piel y las metáforas
El le dijo breves palabras sobre un hoyuelo de mermelada.
Bajaron por el ascensor luego del primer hotel entre peceras mudas, y él tocaba la médula como si fuese piano y ella era toda nueva como un río, era un puente, el soltiscio de los gritos, la desventura de un rompecabezas fundamental con piezas olvidadas.
Ese día él se fue pero quedó en el tatuaje del núcleo, agitado, agitándola
Pronto ella no quiso regresarse, a su escalera pálida, al escozor de los párpados libro, a las niñas riendo simplemente, a la comida que apenas deglutía de pie sobre un almanaque gris, sobre una tabla de madera musical desvencijada
Y lo llamó para decirle:”Quédate”
 Él estaba muy cerca de su propio naufragio frutal nombrándola
El amor puede ser simple
Nacer de una tarde solitaria, otoñal, de una fotografía descuidada, de una frase distraída, de un ruido en una taza sin escafandras.
La mujer rasgada tenía un secreto debajo de la blusa.
La nieve oscura de la nunca crisálida.

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