La mujer rasgada cabía dentro de una blusa.
Botón
a botón del misterio, recóndita maraña de su primera mañana, fábrica de
telarañas hostiles y la celebridad de una mosca atrapada.
Había huído de su vida hace menos de un año, policrómica y desnuda en la única calle que conduce hacia ninguna parte.
Perdida
en un embotellamiento de estrellas, mirando su mutilación, dejándola
caer en un proverbio, en un diptongo, tal vez en una vocal.
Sola,
en una noche largamente inmunda, sin amigos, recostada a cuadros en una
exposición sin visitantes la mujer rasgada llevaba el cuerpo de su boca y
con él hablaba
Muchas horas esperando nacer de sus fragmentos,
componiendo lentamente la labor circuncisa de una crisálida, con ojos de
viento, en aquella ciudad sitiada.
El diálogo innecesario, el
monólogo imprescindible, el reloj detenido en un instante infinito de
arenas movedizas y la luz agobiando el pasadizo de las estrellas húmedas
La mujer rasgada cabía en un puño.
Harta
de abrazos como un títere ileso a las cuatro de la madrugada en un
circo sin nadie visitaba el columpio de su infancia, olía el color del
jardín con una antropofagia evidente y sin retorno, quizás los senos
empapados de sangre después de una convulsión de vino y memoria
Así entró al bar de la esperanza
Con jirones de sí, con pies descalzos y oscuros, con manos azules y muslos manzana
Se recostó fetal sobre una pared en escombros, desolada
Cansada
de sus dedos, de esas veinte imposibles falanges musicales impropias,
cansada de andamios, de nubes como desplomándose sobre espaldas, de
mañanas ásperas como pirámides ausentes, cansada de su vientre
agitándose entre solidez de ausencia agigantada, ella, toda ella, era
crisálida de fuego, mesa con vasos sucios, azúcar olvidada
Entonces llegó el desde su frondosa nunca magnitud, desde un bosque empapado de nadies y de nada
Traía un cuadro.
Un boceto en la penumbra deshojada de una nueva especie de cucarachas sórdidas todas agitadas
Y se lo mostró.
En ese momento se encendió el infierno de la especie, los sueños cromosómicos, la danza maquiavélica y sin máscaras
Allí lo amó.
Sobre
la pared de la mesa, entre monigotes de niebla, escupiendo arena sobre
las ventanas, dibujando dentro de sí un paisaje, atendiendo el llamado
de una silueta informe que le prometía mundo, esperma agigantado,
caricias en la espalda
Lo amó con la piel y las metáforas
El le dijo breves palabras sobre un hoyuelo de mermelada.
Bajaron
por el ascensor luego del primer hotel entre peceras mudas, y él tocaba
la médula como si fuese piano y ella era toda nueva como un río, era un
puente, el soltiscio de los gritos, la desventura de un rompecabezas
fundamental con piezas olvidadas.
Ese día él se fue pero quedó en el tatuaje del núcleo, agitado, agitándola
Pronto
ella no quiso regresarse, a su escalera pálida, al escozor de los
párpados libro, a las niñas riendo simplemente, a la comida que apenas
deglutía de pie sobre un almanaque gris, sobre una tabla de madera
musical desvencijada
Y lo llamó para decirle:”Quédate”
Él estaba muy cerca de su propio naufragio frutal nombrándola
El amor puede ser simple
Nacer
de una tarde solitaria, otoñal, de una fotografía descuidada, de una
frase distraída, de un ruido en una taza sin escafandras.
La mujer rasgada tenía un secreto debajo de la blusa.
La nieve oscura de la nunca crisálida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario