Escritor y periodista Julio Dornel
El
historiador y escritor brasileño, Rubens de Ávila Carrasco,
radicado en Santa Vitoria do Palmar, ha publicado diversos trabajos
sobre la trayectoria de los principales protagonistas de nuestra
historia patria. En esta oportunidad recoge una publicación de la
revista Pan (1939) donde su autor, Atilio Piano, relata en sus
mínimos detalles la existencia de un amor secreto de Juan Antonio
Lavalleja, en circunstancias que preparaba en Buenos Aires la
histórica Cruzada Libertadora.. Por su extensión, recogemos
detalles fundamentales del artículo, donde su autor nos introduce en
la relación sentimental de Lavalleja y su deseo de llevar adelante
la “conspiración”.
“La
solitaria Calle Larga de Buenos Aires vio pasar uno tras otro treinta
y tres hombres envueltos en amplias capas, con sus cuellos levantados
hasta la nariz. Todos entraron en un viejo caserón con sus ventanas
cerradas, mientras que la pesada puerta de madera dura se abrió
treinta y tres veces. Juan Antonio Lavalleja preside la reunión.
Allí se estaba formando la expedición libertadora, que el 19 de
abril desembarcaría en Arenal grande, después de atravesar el río
en frágiles lanchones de pescadores. Terminada la reunión Lavalleja
abandona el viejo caserón de la Calle Larga, ocultándose de la
mirada de los delatores. Entra a su casa, suspira profundamente
mientras siente una voz que le pregunta: ¿Eres tú Juan Antonio?.
Dos brazos desnudos envuelven su cuello, mientras le dice: Estaba con
miedo. ¿Por qué? Porque esta conspiración que organizas puede
traerte desgracias…y quizás la muerte. También él había pensado
en la muerte, no por la vida que estaba dispuesto a sacrificar a cada
instante, sino por la soledad y el abandono en que dejaría a la
mujer que amaba. Ahora estaban juntos, sentados ante una mesa sobre
la cual se extendía un mapa repleto de líneas y nombres que se
cruzaban. “Mañana saldremos de Buenos Aires-dijo Lavalleja- y
llegaremos a este punto de la provincia de Entre Ríos. Con la
extremidad de un corta papel de metal, fino como un estilete, va
apuntando sobre el mapa, el camino que pretende recorrer con los
treinta y dos compañeros conjurados para la aventura. Atravesaremos
el río Uruguay en los lanchones y desembarcaremos tal vez aquí, o
más allá pero dentro de esta zona. En ese momento se toman de las
manos, se miran a los ojos en silencio y sus cerebros se llenan de
visiones. Ella lo rompe para decirle: “Te quiero mucho, pero no te
retengo. Ve a la lucha, tu patria te necesita, pero no me olvides. Es
poco mi sufrimiento comparado con el dolor de las madres uruguayas.
El apoya sus labios sobre su frente fría y pálida. “Eres
intrépido y vencerás, comandando un puñado de héroes sin armas y
sin dinero, contando solamente con el ardiente patriotismo que les
llenaba el corazón. Ve y enciende la llama que el destino te
ayudará, pero no te olvides de mi Juan Antonio”. Lavalleja no
encuentra palabras para responderle. Crepita la llama de la lámpara
y las sombras de los muebles danzan sobre las paredes. Cansada,
callaron sus palabras generando sueños agradables en el cerebro de
Juan Antonio, haciendo sonreír y apretar las manos de la mujer que
todavía retiene entre las suyas. Las primeras horas del día
invaden el aposento. Es el día de la separación los ojos de la
mujer están secos, las manos de Lavalleja están temblando, y los
últimos minutos parecen eternos.
“No
me olvides, Juan Antonio…
“NUNCA!
“Llévame
en tu corazón…
“SIEMPRE”
“Quiéreme
bien..
“SIEMPRE”.
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