domingo, 26 de enero de 2014

Golpe institucional en la chacra. Por Lilly Morgan Vilaro




Finalmente pasó lo que tenía que pasar. La tordilla Anaclara movió sus fichas y derrocó a la Negra María. El complot para sacarla de su puesto de matriarca suprema de la tropilla, se venía gestando hace unos cuantos meses. E irónicamente, fue la propia Negra María quien le facilitó las cosas a Anaclara, al declararla su lugarteniente. Inútil fue que yo le advirtiese que esa decisión le iba a costar muy cara. Que no hay que aliarse con el enemigo para poder conseguir o seguir en el poder. Le puse varios ejemplos, entre ellos las alianzas del Chacho Álvarez en Argentina. Primero con Octavio Bordón y luego con los radicales de Fernando de la Rúa. La de Duhalde con Néstor Kirchner. La de Cristina Fernández con el radical Julio Cobos. Y en Uruguay, la de los Blancos y los Colorados cuando se unieron para derrotar al Frente. ¡Cómo si se pudiese parar a una locomotora que venía a más de 250 kilómetros por hora! Se la podrá frenar un poco. Pero la máquina seguirá su rumbo irremediablemente. No hubo caso. La Negra María insistía que ella la tenía controlada a Anaclara. Que la necesitaba para mantener a raya a Merceditas y a Violeta que se estaban empezando a rebelar contra sus órdenes. Que la verdad, eran un tanto dictatoriales. Tenían razón las dos yeguas en rebelarse. En pedir un trato más igualitario dentro de la tropilla. A un mismo trabajo, un mismo sueldo. Al fin y al cabo ellas cortaban tanto pasto como los demás. Y cosechaban los duraznos con la misma rapidez que Bruno, Anaclara y la misma Negra María. La prueba estaba en que yo jamás lograba comer un mísero fruto maduro. Y si alguno quedaba, estaba todo mordido y babeado por ellas. No había motivo alguno para que ellas tuviesen que comer siempre últimas y luego esperar a que el resto de los privilegiados terminasen de tomar agua para poder hacerlo. Y encima llena de restos de pastitos y pedacitos de maíz flotando. ¡Un asco! Pero como la Negra María no tenía intención alguna de repartir equitativamente nada de nada, había decidido aliarse con Anaclara para reforzar su poder. Y la muy taimada de Anaclara se había pasado sin ningún reparo al bando de la matriarca. De delegada gremial, defensora de los derechos de los trabajadores, se había convertido en vice-matriarca sin que se le moviera un pelo. Y era más estricta y más autoritaria con sus ex compañeras/o que la propia jefa máxima. Y ahora compartía con ésta el balde con la ración. Y tomaban agua juntas del bebedero. Y se rascaban mutuamente el lomo. Desplazando de ese menester al pobre Bruno, quien, hasta hace poco tiempo, era el único encargado de hacerlo. Todo un privilegio, el poder acicalar a la reina. Que además le hacía subir el status ante el resto. Si alguien quería hablar con la Negra María tenía que pasar primero por el visto bueno de Bruno. Y conseguir su visto bueno no era barato. A veces hasta podía pedir la porción de tres o cuatro raciones de avena. O el mejor lugar, después del de la Negra María, bajo la sombra del árbol más frondoso. Todo eso se le acabó al pobre Bruno. De un día para el otro se encontró relegado al grupo fuera del entorno del poder. Que por supuesto no lo recibió con demasiadas muestras de afecto. Lo sacaron literalmente a patadas y lo mandaron al fondo del potrero. Y mientras tanto la Negra María iba delegando cada vez más sus quehaceres en Anaclara. Decidían juntas para qué lado del campo iban a ir durante la mañana, dónde iban a dormir la siesta al mediodía, y más importante aún, elegían de mutuo acuerdo el lugar en donde pasar la noche. Todo era paz y armonía entre ellas. Al menos para la ingenua matriarca. El resto de los habitantes de Una Chacra Sin Nombre veíamos como se venía el golpe sin poder hacer nada. La Negra María parecía ciega a lo que se estaba tramando delante de sus narices. Como el marido, que es el último en enterarse que su mujer lo engaña con el cartero. O el repartidor del supermercado. O con su jefe. O con todos ellos al mismo tiempo. La mujer en cambio se entera enseguida. Es decir, de que su marido le es infiel. Ya sea con su mejor amiga. O con la vecina de enfrente. O el vecino de al lado. Pero no hace mucho escándalo por dos razones: A) Ya tiene el cerebro condicionado para soportar las infidelidades de su pareja. Y la verdad es que no le importa demasiado. Siempre que el fulano cumpla con las apariencias sociales. B) Muchas veces es un alivio. Porque de esa forma no la molesta a ella. Y de paso, mientras el marido está por ahí con quien sea, ella se queda en su casa recibiendo al cartero, o al repartidor del supermercado, o a su jefe, o a todos ellos juntos. Pero volviendo a la tropilla y a la derrocada Negra María. La pobre se enteró de que no era más la jefa suprema, cuando se acercó de lo más tranquila a comer su ración y fue recibida a las patadas por Anaclara. No solo había ocupado su lugar, sino que además no le permitió compartir la comida. Conseguí de apuro otra porción y se la di en la otra punta del alero. La peor humillación fue cuando tuvo que esperar en fila a que la flamante líder terminase de tomar agua para poder saciar su sed. Tratando de evitar los restos de comida que la otra había escupido sobre el bebedero cuando se enjuagó la boca. Como hacía ella antes. Y luego Anaclara se marchó campo arriba con el resto de los integrantes de la tropilla pegados a sus talones. Apenas se instalaron en un lugar apropiado para dormir su siesta matinal, Bruno fue presuroso a rascarle la espalda, con el mismo entusiasmo y cara de amor incondicional que ponía cuando se la rascaba a la Negra María. Y tiene suerte la vieja matriarca. Si fuesen caballos salvajes del desierto de Arizona, Anaclara la hubiese echado a patadas de la tropilla para siempre. Sin acceso a las buenas pasturas ni a los pozos de agua. Sola, abandonada a su suerte y a merced de los depredadores, no hubiese sobrevivido mucho tiempo. Acá cuenta con mi protección. Y como para Anaclara yo estoy por encima de su status social, la tolerará en el grupo. Pero dejando bien en claro que la nueva líder es ella. La Negra María no puede parar de llorar. Yo la consuelo diciéndole que la rueda de la vida siempre vuelve a girar. Y que si ella maneja bien sus fichas, podrá volver al poder en poco tiempo. La tropilla tiene memoria corta. Cuando se cansen de los desplantes de Anaclara, se olvidarán que ella fue igual de déspota y la volverán a aceptar y seguir, como matriarca todopoderosa. Al fin y al cabo, los humanos casi siempre hacemos lo mismo.

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