¿Y ahora? Columna de opinión Gerardo Sotelo
 
La columna de Mario Vargas Llosa en El País de Madrid en la 
que elogia al presidente Mujica vino a sacudir las aguas de la política 
uruguaya. Al gobierno no le viene mal este respiro en medio de los 
coletazos, de alcance aún incierto, del affaire Pluna, aunque en el seno
 del Frente Amplio, prefieran una gripe a un elogio de Vargas Llosa.
Para el premio Nobel de Literatura, la aprobación del matrimonio 
igualitario y la regulación de la marihuana constituyen dos "reformas 
liberales radicales" (promovidas por  un "anciano y simpático 
estadista", que habla con sinceridad, vive modestamente y viaja en 
segunda) y son motivos suficientes como para que el mundo tome a Uruguay
 de ejemplo. El escritor completa el cuadro encomiástico con referencias
 al crecimiento económico, la justicia social y a cierto sentido 
progresista de la libertad que se extendería más allá de la cultura, la 
religión y la política.
Es poco probable que Vargas Llosa consiga con estos elogios que sus 
detractores de la izquierda depongan agravios y desplantes. Más probable
 resulta que sus antiguos aliados de los partidos históricos se sientan 
decepcionados por terciar en dos temas polémicos, a los que sus 
parlamentarios y voceros se opusieron tenazmente.
Para los primeros, el elogio de Vargas es un incordio porque reaviva 
un debate que creían terminado. Si Vargas es liberal (o peor aún, 
neoliberal) debería ser aborrecido al menos en sus ideas y todo cuanto 
de él emane ha de reflejar el rancio pensamiento de la derecha. En 
cambio, ahora deberán explicarle a una feligresía cada vez más avispada 
de qué viene esto de las "reformas liberales". Vargas expresa sin 
ambages lo que en el Frente Amplio no se puede decir públicamente: el 
gobierno uruguayo procesa reformas liberales en un marco de respeto a la
 libertad individual y de promoción de la estabilidad institucional 
porque no se conoce otro derrotero exitoso.
Para los segundos quizás el problema sea mayor. Por convicción o por 
cálculo, se han opuesto a estas reformas que cautivaron a la opinión 
pública progresista de todo el mundo.
Es cierto que Vargas Llosa se equivoca en asignarle una intensión
 liberal a Mujica con la regulación de la marihuana. El presidente 
uruguayo ha esgrimido en su defensa argumentos profilácticos más que 
libertarios, por no hablar de las limitaciones y la discriminación que 
la nueva legislación mantiene sobre la libertad de acceso a esta 
sustancia psicotrópica. Pero quienes se opusieron a estas "reformas 
liberales" no lo hicieron por falta de libertad sino por mantener 
convicciones diferentes.
Con excepciones (hubo rechazos parciales y argumentos atendibles 
sobre cuestiones de técnica legislativa) la mayor parte de la oposición 
no pudo ver el profundo sentido transformador que estas iniciativas 
encarnaban. A ellos, los encomios de Vargas Llosa les hacen agua porque 
expresan su costado progresista y de avanzada. Nada que resulte extraño 
al pensamiento y la acción del liberalismo, cuando no quedan prisioneros
 del cálculo electoral o el inmovilismo conservador.
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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