lunes, 17 de febrero de 2014

"El Rancho de Gustavo”. Por Julio Dornel

                                                Escritor y periodista Julio Dornel

                                                       El rancho de Gustavo

Era la excursión obligada. Salíamos de Cebollatí en las primeras horas de la mañana y llegábamos como podíamos, tras sortear varios inconvenientes, cerca del medio día.
Había que superar las dificultades del camino que se presentaba intransitable entre San Luis y San Miguel, la balsa de “Pindingo”, el Santiagueño y los “peludos” que se debían sortear con la ayuda de algún vecino. Venía luego el pasaje por Chuy para el abastecimiento de bebidas y alimentos. Finalmente el último tramo para desafiar los médanos y las “barritas”, y poner a prueba la destreza de los conductores para llegar finalmente a La Barra.
En cada temporada se iban agregando nuevos residentes, que fueron cambiando lentamente la fisonomía del balneario con el surgimiento de los primeros ranchos y el fortalecimiento de nuevos lazos de amistad con veraneantes de Lascano, Varela, Treinta y Tres y Melo.
Entre aquellos ranchos del 50, se destacaba uno de dos pisos que había construido el
lascanense Gustavo Weiss, para veranear con su familia o disfrutarlo fuera de temporada con rueda de amigos, y el único propósito de realizar comilonas pantagruélicas.
En 1955 y contrariando las costumbres de la gran mayoría de turistas que “invadían” La Barra durante la temporada veraniega, a Gustavo se le ocurrió pasar unos días en el mes de agosto, pese a los pronósticos de tiempo inestable que emitía el observatorio FLAMARION. Planificada la excursión utilizamos una vez más el viejo Land-Rover (jeep) de Gustavo, cargando pertrechos y efecto personales que llenarían un camión.
Cubierta la distancia Cebollatí - La Barra en un tiempo razonable para la época de 4 horas, nos encontramos con un panorama desolador. Por suerte la estadía estaba marcada solamente para el fin de semana, lo que de todas maneras fue suficiente para rechazar la teoría de Gustavo sobre las ventajas del invierno frente al atlántico, alentado además por el informe de un radioaficionado amigo que le había pronosticado buen tiempo para los próximos días, contrariando el informe del observatorio meteorológico.
Desde la llegada una onda glacial que según la radio japonesa National, a pilas que habíamos llevado, llegaba desde la Argentina metiéndonos de cabeza dentro del rancho, donde pasamos las primeras horas tapando los agujeros de las puertas, ventanas y paredes. Una realidad poco festiva fue matizando el resto de la noche, si tenemos en cuenta que el incipiente balneario no disponía de agua corriente ni luz eléctrica y para colmo no teníamos ni siquiera vecinos.


El viento y la lluvia se mantuvieron firmes durante todo el fin de semana provocando un “frente frío” de origen desconocido. Como suele suceder con las desgracias, el temporal no vino solo y tuvimos que pasar las dos noches arrinconados en el único sitio del rancho, donde no llovía. Regresamos el domingo por la tarde, cuando el sol que había salido unas horas antes, se escondía entre las Sierras de San Miguel. No hubo reproches, pero a Gustavo lo encontramos recién en la temporada veraniega, con temperatura elevada, calentando el cuerpo y estimulando el ocio en su rancho de dos pisos.

BUSCANDO EL RANCHO
Pasan los años (40) y volvemos a La Barra con la esperanza de encontrar siquiera alguna referencia del lugar donde se ubicaba el rancho o alguna fotografía de viejos moradores que siempre guardan en sus baúles valiosos testimonios del pasado. Sin embargo todo fue inútil. El rancho había desaparecido sin dejar rastros ni referencias. Sin embargo hace algunos años en CHUYNET nos encontramos con una página de Bernardo Pilatti, periodista fronterizo radicado en Miami desde 1999, donde mediante un foro de compatriotas formulaba un pedido destinado a conseguir algunos recuerdos de nuestra frontera y que guardaran situaciones pintorescas de la misma. El primero en contestar fue Daniel Weiss, señalando que había nacido en Lascano en el año 1954 y que plantaban arroz en Cebollatí. “En La Barra teníamos un rancho de dos pisos, único en la zona. Allí pase todas mis vacaciones hasta los años 80, tengo mil recuerdos del arroyo y sus cangrejos, del faro, de las “vertientes de agua dulce” de Samuel y sus sombreros, del antiguo puente de madera, de los “tamarindos”, las cachimbas y los juncos.
Antiguamente teníamos que bajar en La Coronilla y llegar a La Barra por la costa, peludos mediante. Ahora vivo hace casi 18 años en Cataluña, este fin de año lo pasé en La Paloma, nos fuimos al Chuy y lo primero que hice fue comprarme una lata “así” de grande de guayabada, me senté en la vereda y ante el asombro de mi mujer, me la comí de una sentada. Rejuvenecí 20 años...con la rapadura no pude, me había “empalagao”. No dudamos un instante en contestar, con la seguridad de que se trataba del hijo de Gustavo, propietario del rancho que veníamos buscando infructuosamente desde hacía muchos años. En el álbum familiar que se llevó a España estaban las fotografías que tanto buscamos y que hoy les ofrecemos con un risueño comentario de Daniel. “Estoy “rejuntado” con una maestra catalana, tengo un hijo, un canario, un gato, un ceibo, una hipoteca y creo que soy feliz....” También nosotros estábamos felices de haber encontrado el rancho de Gustavo.

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