Magalí Di Lullo: "Tengo cáncer, pero mi sonrisa brilla igual".
Estudio Licenciatura en Economía, tengo 20 años y soy una paciente en tratamiento oncológico.
Mi historia comienza en julio de 2013, con preocupantes síntomas: dolor
de tórax y sangre al toser. No quería ir a la guardia del hospital
porque aún tenía exámenes finales por rendir. ¡Siempre fui tan
estricta con mis estudios! Además, no pensaba perderme mis clases de
danza jazz y el nacimiento de mi primera sobrina. No obstante, mi papá
logró llevarme “de los pelos” . Finalmente, me internaron y, tras varias semanas de análisis médicos, el 13 de agosto me diagnosticaron un tumor en los pulmones “más raro que perro verde” según muchos oncólogos. ¿Era una pesadilla o una broma de mal gusto? Nada de eso, sólo la cruda realidad.
Cuando entendimos (mi núcleo familiar y yo) a lo que nos enfrentábamos, decidimos armar un equipo.
Para ganar necesitábamos estar juntos y fuertes.
No tardaron en alistarse a la tropa el resto de la familia y amigos.
Los tres primeros ciclos de quimioterapia fueron durísimos, casi insoportables; el malestar era constante. Perdí varios kilos, un novio que no supo acompañarme, un cuatrimestre de facultad, un viaje proyectado con amigas y también mi pelo largo hasta la cintura. Pero tanto sacrificio tuvo sus frutos: la tomografía de control mostró una remisión parcial de la enfermedad.
Sin embargo, la alegría duraría sólo 6 días.
La mañana del 13 de noviembre me desperté sin poder movilizar mi brazo y mi pierna izquierdos. Los médicos nos informaron que un ACV hemorrágico se desencadenó debido a lesiones que tenía en el cerebro, provenientes de la misma enfermedad.
Lo que recuerdo de los días posteriores al derrame es una tristeza desgarradora. Estaba hemipléjica, en silla de ruedas … ¿Cómo iba a luchar contra el cáncer así? A esa instancia para mí todo estaba perdido. Mi cuerpo maltrecho me quitó la esperanza; ya no tenía ganas de vivir, maldecía abrir los ojos cada mañana.
El dolor del alma puede ser incluso peor que el dolor físico.
Únicamente quería estar y llorar con mi familia, rogarles que terminaran con aquella tortura.
Siempre creí tener dos pares de padres: por un lado mis papás y por el otro mis hermanos, que por la diferencia de edad, me cuidan como a una hija. Me pidieron que siguiera peleando por ellos, si ya no podía hacerlo por mí misma. Y después de sentirme tan golpeada por la vida, me consideré afortunada por tener el amor incondicional de seres tan maravillosos.
Comencé entonces la rehabilitación al mismo tiempo que las sesiones de rayos.
Gracias a la ayuda de mis kinesiólogos, mi terapista y mi hermano (que tomó el rol de personal trainer), hoy me quedan muy pocas secuelas y soy totalmente autónoma. No puedo correr, pero sí caminar.
No puedo bailar con técnica, pero sí a mi manera.
No puedo tocar canciones difíciles en guitarra, pero sí otras más sencillas.
Después de otros tres ciclos de quimio, tuve una progresión de la enfermedad. Era momento de cambiar el tratamiento. Actualmente estoy tomando pastillas, que al menos espero puedan frenar el avance.
En sólo o cho meses mi vida cambió drásticamente. Creo que el cáncer es tan temido porque te carcome física y mentalmente, te da batalla y algunas treguas. A mí me hizo caer muchas veces, y me hará caer otras tantas, pero un colchón de afectos siempre amortiguó y amortiguará las caídas.
Con todo esto encima, reflexiono y digo: seamos más humanos. ¡No seamos omnipotentes!
Nuestra vida es finita, ¡vivamos el ahora! No podemos ser presos de la vorágine de la sociedad que sólo piensa en el futuro, en el éxito individual, olvidándose del prójimo, de quienes necesitan una mano. Para los que padecemos esta enfermedad es muy importante la solidaridad de nuestros pares. Disfrutemos del calor del sol, de la sonrisa inocente de un niño, de las carcajadas de nuestros amigos y de los abrazos sinceros.
Eternamente agradecida a mis médicos, enfermeras, familiares, amigas, cadenas de oración y mensajes de aliento.
Hacen que mi sonrisa siga brillando. Seguiré en la lucha, aprendiendo que el hoy es un regalo. Justamente por eso se denomina “presente.”
Magalí Di Lullo maggie.bd15@hotmail.com
Cuando entendimos (mi núcleo familiar y yo) a lo que nos enfrentábamos, decidimos armar un equipo.
Para ganar necesitábamos estar juntos y fuertes.
No tardaron en alistarse a la tropa el resto de la familia y amigos.
Los tres primeros ciclos de quimioterapia fueron durísimos, casi insoportables; el malestar era constante. Perdí varios kilos, un novio que no supo acompañarme, un cuatrimestre de facultad, un viaje proyectado con amigas y también mi pelo largo hasta la cintura. Pero tanto sacrificio tuvo sus frutos: la tomografía de control mostró una remisión parcial de la enfermedad.
Sin embargo, la alegría duraría sólo 6 días.
La mañana del 13 de noviembre me desperté sin poder movilizar mi brazo y mi pierna izquierdos. Los médicos nos informaron que un ACV hemorrágico se desencadenó debido a lesiones que tenía en el cerebro, provenientes de la misma enfermedad.
Lo que recuerdo de los días posteriores al derrame es una tristeza desgarradora. Estaba hemipléjica, en silla de ruedas … ¿Cómo iba a luchar contra el cáncer así? A esa instancia para mí todo estaba perdido. Mi cuerpo maltrecho me quitó la esperanza; ya no tenía ganas de vivir, maldecía abrir los ojos cada mañana.
El dolor del alma puede ser incluso peor que el dolor físico.
Únicamente quería estar y llorar con mi familia, rogarles que terminaran con aquella tortura.
Siempre creí tener dos pares de padres: por un lado mis papás y por el otro mis hermanos, que por la diferencia de edad, me cuidan como a una hija. Me pidieron que siguiera peleando por ellos, si ya no podía hacerlo por mí misma. Y después de sentirme tan golpeada por la vida, me consideré afortunada por tener el amor incondicional de seres tan maravillosos.
Comencé entonces la rehabilitación al mismo tiempo que las sesiones de rayos.
Gracias a la ayuda de mis kinesiólogos, mi terapista y mi hermano (que tomó el rol de personal trainer), hoy me quedan muy pocas secuelas y soy totalmente autónoma. No puedo correr, pero sí caminar.
No puedo bailar con técnica, pero sí a mi manera.
No puedo tocar canciones difíciles en guitarra, pero sí otras más sencillas.
Después de otros tres ciclos de quimio, tuve una progresión de la enfermedad. Era momento de cambiar el tratamiento. Actualmente estoy tomando pastillas, que al menos espero puedan frenar el avance.
En sólo o cho meses mi vida cambió drásticamente. Creo que el cáncer es tan temido porque te carcome física y mentalmente, te da batalla y algunas treguas. A mí me hizo caer muchas veces, y me hará caer otras tantas, pero un colchón de afectos siempre amortiguó y amortiguará las caídas.
Con todo esto encima, reflexiono y digo: seamos más humanos. ¡No seamos omnipotentes!
Nuestra vida es finita, ¡vivamos el ahora! No podemos ser presos de la vorágine de la sociedad que sólo piensa en el futuro, en el éxito individual, olvidándose del prójimo, de quienes necesitan una mano. Para los que padecemos esta enfermedad es muy importante la solidaridad de nuestros pares. Disfrutemos del calor del sol, de la sonrisa inocente de un niño, de las carcajadas de nuestros amigos y de los abrazos sinceros.
Eternamente agradecida a mis médicos, enfermeras, familiares, amigas, cadenas de oración y mensajes de aliento.
Hacen que mi sonrisa siga brillando. Seguiré en la lucha, aprendiendo que el hoy es un regalo. Justamente por eso se denomina “presente.”
Magalí Di Lullo maggie.bd15@hotmail.com
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