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La desigualdad
La creciente desigualdad (1% de la población concentra el 51% de la riqueza) se ha vuelto central en el análisis económico en Estados Unidos. Stiglitz, Krugman, James K. Galbraith (hijo), Skidelsky y ahora Thomas Piketty –señalado como autor del libro de la década– afirman que este aumento, así como la depredación, son los rasgos principales del capitalismo moderno. En Uruguay, Antonio Elías publicó conclusiones muy significativas (y atemorizantes) sobre las mediciones al respecto.
El film El lobo de Wall Street,
de Martin Scorsese, sigue siendo objeto de numerosos artículos y
estudios por parte de calificados observadores de todo el mundo, que ven
en la vida de un estafador profesional (que cae en desgracia, pero
vuelve a su actividad depredatoria como si nada hubiera ocurrido, lo que
puede tomarse como una cruel metáfora de la recuperación de la Gran
Recesión 2007-2010, que no castigó a sus causantes y mantiene intactas
algunas de las razones que la provocaron) el paradigma de la actual
etapa histórica del capitalismo, signada por el predominio y la
expansión del sistema financiero global.
En
el campo social y cultural, la desigualdad, tomada desde el punto de
vista de los más privilegiados, es mostrada como ejemplo y objetivo de
vida por medio de los medios masivos de comunicación. El deseo de ser el
más rico y poderoso a cualquier coste deja atrás los proyectos
colectivos y las discusiones ideológicas en busca de una sociedad mejor.
Lo vemos también aquí, en Uruguay, y en todos los partidos políticos,
sin excepción.
El
tema conmueve. Barack Obama hace del combate a la desigualdad el punto
central de su discurso político (que apunta a la perduración demócrata
y, acaso, a la candidatura de Hillary Rodham Clinton), y lo fundamenta
en proyectos de aumento de impuestos a los más ricos, en el Obamacare y la reforma migratoria, temas abominados por los republicanos.
Muy oportunamente, el reciente libro del economista francés Thomas Piketty (París, 1971) El capital en el siglo XXI
ha revolucionado el panorama de la discusión. Es considerado por
numerosos economistas de primer orden el estudio más importante del año,
“y acaso de la década” (Krugman), sobre el actual funcionamiento del
modo de producción global. Ese que es descrito ferozmente por Galbraith,
quien afirma: “Hoy el rasgo característico del moderno capitalismo
estadounidense no es ni la competencia benigna, ni la lucha de clases,
ni la utopía de una clase media inclusiva. En su lugar, la depredación
se ha convertido en el rasgo dominante. Un sistema en el que los ricos
celebran un festín sobre la decadencia de los sistemas construidos por
las clases medias. La depredación no define a todos los agentes
creadores de riqueza. Pero es su propiedad característica, su fuerza
motriz. Y sus agentes controlan totalmente el gobierno bajo el que
vivimos”.
En
ese escenario, el libro de Piketty fundamenta que la desigualdad no es
casual, sino una derivación lógica de la evolución actual del
capitalismo, que frena el desarrollo de las fuerzas productivas. Señala
que si no es reformado, el mundo regresará al “capitalismo patrimonial”,
no de emprendedores, sino de herederos, y evolucionará hacia un sistema
oligárquico. Y que estos extremos sólo pueden evitarse mediante la
intervención del Estado, actuando drásticamente sobre los sistemas
fiscales.
Piketty
pronostica un mundo de bajo crecimiento económico y niega la idea de
que el desarrollo de las fuerzas productivas por medio de la revolución
tecnológica –fundamentalmente mediante las nuevas modalidades de Internet– provocará un retorno a la “edad dorada” (1946-1973), con lo cual refuta las tesis, ya comentadas en Caras y Caretas, de la economista venezolana Carlota Pérez en su libro Revoluciones tecnológicas y capital financiero: la dinámica de las burbujas financieras y las épocas de bonanza.
Estas se basan en el concepto del cambio de paradigma tecno-económico y
en una teoría sobre grandes oleadas de desarrollo, reelaborando los
“ciclos de Kondratieff”. En lo que puede tomarse lejanamente como una
nueva versión de la tasa Tobin, Piketty propone una fiscalidad
progresiva sobre las rentas: un impuesto mundial sobre el patrimonio y
un impuesto a la renta progresivo que llegue al 80% en los estratos más
altos.
Teniendo
en cuenta la propuesta de Warren Buffett, Bill Gates, Steven Spielberg y
casi un centenar de billonarios, formulada en el pico de la Gran
Recesión, de donar la mitad de sus fortunas para salvar la economía
norteamericana (contrariamente a los egoístas ricos uruguayos, que se
negaron a pagar un mísero impuesto de U$S 60 millones, que les reparaba
la infraestructura que sus camiones destrozan), que fue contestada por
líderes del Partido Republicano, como el representante Eric Cantor, con
afirmaciones de que “es la riqueza privada la que genera el empleo” y
que por lo tanto “debería revisarse el voto universal, haciendo que
tuviera más peso el de quienes más contribuyen a la economía”, es de
esperar que el mundo pronto se sacuda en polémicas que sólo pueden ser
saludables, más allá de los resultados que finalmente se obtengan.
La involución capitalista
El libro de Piketty reconoce al menos dos antecedentes muy ilustres: The Conscience of a Liberal (Paul Krugman, 2007, conocido entre nosotros como Después de Bush) y El precio de la desigualdad: el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita (Joseph Stiglitz, 2009). Del primero es particularmente notable el primer capítulo, ‘La forma en que éramos’,
en el que Krugman relata su infancia en los barrios pobres de Nueva
York, amparado por un sistema no muy diferente del primer batllismo,
resultado del New Deal,
que Franklin D. Roosevelt implantó para vencer la Gran Depresión de
1929, y que produjo la “época dorada” entre 1945 y la crisis de 1973.
Recuerda
Krugman: “Los Estados Unidos de la época de posguerra eran, ante todo,
una sociedad de clases medias. La explosión salarial había permitido que
millones de estadounidenses –incluyendo a mis padres–
pasaran de malvivir en los suburbios o en la pobreza del medio rural a
ser propietarios de su propia casa y a disfrutar de una vida de
comodidades sin precedentes. Por el contrario, los ricos eran menos que
antes y, comparados con las prósperas clases medias, no tan ricos. […]
Los Estados Unidos previos al New Deal
eran, al igual que los Estados Unidos del siglo XXI, un lugar de
desigualdades manifiestas en lo que respecta a la distribución del poder
y la riqueza, y en el que un sistema político nominalmente democrático
no representaba, de hecho, los intereses de la mayoría”. Krugman señala
las presidencias de Ronald Reagan (1981-1989) y su “revolución
conservadora” como el comienzo explícito de la revuelta de los muy ricos
sobre el resto de la sociedad, con el auspicio ideológico de Milton
Friedman y la Universidad de Chicago.
El hecho es que hoy Estados Unidos –la primera superpotencia y formidable difusora de su modelo cultural al resto del mundo, incluida China Popular– es un país profundamente desigual, según los economistas señalados.
El
libro de Piketty aporta datos sobre la evolución de la distribución de
la renta y la riqueza en casi treinta países. Su objetivo es ofrecer una
interpretación coherente de dicha evolución “y establecer lecciones
para el futuro”. Según el autor, la tesis funciona también para los
países emergentes: “Creo
que, llegado un punto, los países emergentes se enfrentarán a las
mismas cuestiones que ahora deben encarar los países desarrollados,
aunque por ahora sus problemas son diferentes. Al final, el principal
impacto del aumento de la desigualdad tiene que ver con la relación
entre el rendimiento del capital y la tasa de crecimiento de la
economía. A largo plazo, hay serias razones para pensar que el ritmo de
crecimiento, en particular el incremento de la población, va a
ralentizarse en todo el mundo, incluidos los países emergentes, y que el
rendimiento de la riqueza, especialmente para las grandes carteras de
inversión, va a ser mucho mayor que el crecimiento del PIB. Eso ya
sucede a nivel global, incluidos China y los demás países emergentes. La
riqueza de los más ricos ha crecido dos o tres veces más que el PIB
global durante los últimos veinte o treinta años. Es un claro reflejo
del mecanismo que trato de explicar en el libro”.
Nuevas mediciones en nuestro país
Los
datos de nuestro país en los últimos diez años señalan una notable
mejoría en indicadores sociales como el desempleo (que cayó de 35% a 7%),
la pobreza (de 39,9% a 11,5%), la indigencia (de 4,7% a 0,5%), la
desigualdad (que cayó 18%, según el economista Gabriel Frugoni), el
aumento de la protección social, especialmente en la salud, y el consumo
en los sectores más vulnerables. Estos han sido destacados por
reconocidos expositores, comenzando por el ministro de Desarrollo
Social, el economista Daniel Olesker, que durante años ha sido severo
crítico del modelo Lace (liberal, aperturista, concentrador y
excluyente) en estas mismas páginas.
Un
reciente estudio del economista Antonio Elías, docente universitario,
asesor sindical e integrante de la Red de Economistas de Izquierda del
Uruguay (Rediu), titulado En Uruguay, el uno por ciento más rico recibe ingresos similares al cincuenta por ciento más pobre,
basado en una reciente investigación del Instituto de Economía de la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República,
refiere una nueva medición de la distribución del ingreso obtenida de
aplicar una metodología que incorpora registros tributarios, que
demuestra que la desigualdad y la concentración del ingreso, para el
período 2009-2011, son mucho mayores que las estimadas con base en las
Encuestas Continuas de Hogares, que realiza el Instituto Nacional de
Estadísticas (INE).
En la introducción, Elías señala: “En
múltiples oportunidades investigadores y analistas han cuestionado
estadísticas oficiales, en particular cuando estas refieren a temas
socialmente importantes como: distribución del ingreso; nivel de
desempleo; evolución del salario e inflación. En efecto, las
estimaciones estadísticas tienen importantes limitaciones para reflejar
con relativa precisión la realidad económica que tratan de representar,
debido, básicamente, a problemas metodológicos, insuficientes fuentes de
información, errores derivados del propio proceso de medición –observador, cuestionario e informante–
y problemas de agregación. Todo lo cual pone en cuestión la exactitud y
la precisión de las estadísticas e indicadores económicos,
particularmente los que están elaborados en base a encuestas. […] Un
ejemplo reciente de manipulación de las estadísticas es la rebaja en la
tasa de variación del IPC –modificando ítems con alta ponderación como, por ejemplo, la electricidad con el plan UTE Premia–
en el momento que se deben ajustar los salarios. Esto es, una política
regresiva de distribución del ingreso que se aplicó en diciembre de 2012
y 2013. Es obvio que la instrumentalización de las estadísticas con
fines políticos y económicos no es una novedad, ni es patrimonio de
ningún sector o ideología. Las limitaciones señaladas en el sistema
estadístico oficial no ponen en cuestión la honestidad intelectual y
dedicación de los profesionales y trabajadores encargados de esa tarea”.
El extenso artículo presenta estimaciones y análisis estadísticos extraídos del estudio Desigualdad y altos ingresos en Uruguay,
elaborado por Gabriel Burdín, Fernando Esponda y Andrea Vigorito, que
estima la distribución del ingreso por persona entre 2009 y 2011
utilizando una metodología basada en los microdatos de los registros
tributarios de imposición a la renta personal (IRPF y IASS), recabados
por la DGI, “que permite captar de mucho mejor manera los ingresos del capital”.
“En nuestro país la medición oficial de la distribución del ingreso la realiza
el INE utilizando los datos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH).
Dicha estimación ha sido cuestionada reiteradamente porque subestima los
ingresos del capital y, por tanto, muestra una distribución del ingreso
mucho más progresiva de lo que es en realidad. […] En el trabajo se
analiza la desigualdad, con énfasis en la participación de los sectores
de mayores ingresos relativos (1%, 0,5% y 0,1% superior) y se estudia la
progresividad y capacidad redistributiva de la imposición a la renta.
Dichas estimaciones se comparan con las que se obtienen utilizando la
ECH, principal fuente de información de los estudios de esta naturaleza
realizados en el país hasta el presente. Para ello, se compatibilizaron
ambas fuentes de información en base a una definición de ingreso
primario o de mercado (ingresos laborales, de capital y jubilaciones) a
nivel de personas. […] Para
compatibilizar las dos fuentes de información consideraron los ingresos
de la ECH asimilables a los que cubre el registro de la DGI (ingresos
de trabajadores formales, rentas del capital y pasividades), las cuales
se corresponden con la definición del ingreso primario o de mercado”.
Algunos resultados
Dice
Elías: “Dada la gran cantidad de cuadros y gráficas que integran el
documento hemos seleccionado, para esta primera entrega, aquellos datos
que presentan la información de la ECH y de la DGI, sin ningún tipo de
ajuste, para compararla entre sí, y hemos incorporado en el cuadro la
información de distribución del ingreso por hogares que elabora y publica el INE”.
Y sigue: “Los autores señalan que ‘La
distribución del ingreso por deciles muestra una mayor concentración
del ingreso en los estratos altos en el registro administrativo de la
DGI que en la ECH. La concentración en el decil superior en la DGI
supera en un 20% el valor observado en la ECH’. La
diferencia es muchísimo mayor respecto a la información presentada por
el INE; por ejemplo, en 2011 los hogares del decil superior captan un
28,8 % de los ingresos y los datos de la DGI que consideran que cada
perceptor de ingreso es una unidad de análisis, captan el 42,3%. En este
último caso los ingresos del primer decil son mayores que la suma de
los ochos deciles inferiores y son 70 veces superiores al decil más
pobre. En las mediciones basadas en la ECH los ingresos del decil
superior son mucho menores y la participación de los sectores más pobres
es mucho mayor. A título de ejemplo, el decil inferior recibe 0,6% con
la información de la DGI y 2,4% en el cálculo del INE basado en las ECH,
además, el decil superior sólo es doce veces mayor que el decil
inferior (28,8% dividido 2,4%). Los niveles de desigualdad que se
presentan en el cuadro 2 dejan en evidencia el alto nivel de
concentración del ingreso, lo que confirma los cuestionamientos
realizados, entre otros, por Jorge Notaro y la Rediu”.
Afirma
Elías: “Los datos que se presentan en el trabajo son impactantes y
merecen una profunda reflexión: ¿cómo es posible que el 1% más rico,
23.000 personas aproximadamente, ganen casi lo mismo que el 50% más
pobre, 1.150.000 personas? El 0,5% capta más ingresos que el 40% más
pobre y el 0,1% un poco menos de lo que recibe el 30%. […] Con los datos
de la ECH, que subestima los ingresos más altos, la concentración es un
poco menor pero es igualmente muy grande: el 1% más rico concentra el
10,2% de los ingresos, más que el 8% que recibe el 30% más pobre. Por
último, veamos en el cuadro 3 las diferencias de nivel que adquiere el
índice de Gini según la metodología que se utilice. Cuanto menor sea el
valor del índice de Gini menor será desigualdad del ingreso”.
Comenta Elías: “Los autores afirman: ‘En
términos de desigualdad, se observan también diferencias significativas
entre el registro de la DGI y la ECH compatibilizada y por fuentes de
ingreso. La desigualdad aquí calculada es notoriamente diferente de la
que habitualmente se calcula en base a Encuestas de Hogares’. Los
valores del índice de Gini estimados por el INE en base a la ECH fueron
los siguientes: 0,432 (2009), 0,421 (2010) y 0,401 (2011). Los
resultados presentados en esta primera entrega muestran que la
distribución del ingreso es más regresiva que lo reconocido hasta ahora,
que hay una mayor concentración de los ingresos en el decil superior y
que el percentil de más altos ingresos aumenta su participación en el
período. Se verifica, a su vez, lo que se planteó al comienzo de esta nota:
la metodología y los instrumentos utilizados para representar la
realidad económica pueden generar resultados estadísticos muy diferentes
entre sí. En este caso, la investigación realizada por el Instituto de
Economía aporta elementos sustanciales para conocer los niveles de
desigualdad y la concentración del ingreso en los estratos superiores”.
Tanto
el trabajo del Instituto de Economía como los artículos del economista
Elías están llamados a tener una gran repercusión en el contexto de un
probable nuevo gobierno del Frente Amplio. Es bueno recordar que la
discusión interna y el pensamiento crítico, lejos de debilitar, deberían
demostrar y aumentar el vigor y la transparencia del proyecto de
izquierda.
* Publicado en Caras y Caretas el viernes 25 de abril de 2014
Buen tema,lo que Piketty expone apoyado por dos premios nobeles,es lo contrario a lo que proponia y sigue proponiendo la izquierda Urguaya Predicaban el antiimperialismo y el desarrollo de las fuerzas productivas.Piketty habla de las ideas de la revolucion Francesa(para la Izq.de aca una rev-"burguesa")Afirma que los economistas no saben mucho de la matematica y la dinamica de esta,que es un problema politico-social,y que deben difundirse en la gente las ideas de los derechos del hombre de las revoluciones democraticas historicas.Hace referencia a Bernstein y Bebel los socialdemocratas,creo que Emilio Frugoni coincide mas con Kausky.algo mas a la izquierda.Pero igualmente lejos de nuestro frente amplio y su burocratismo alejado del pueblo.No creo en que solo el estado puede hacer los cambios Mahatma Gandhi afirmo "El Estado jamas se compromete con los derechos del pueblo" tienen que implementarse las formas de paricipacion popular como lpo hicieron los Ja cobinos en la Rev.Francesa.Excelente articulo Juanjo
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