martes, 15 de abril de 2014

La verdadera historia Huracán va sin hache Por Julio Dornel

                                                   Escritor y periodista Julio Dornel



Por lo general existe poca coincidencia histórica cuando se trata de establecer fechas y fundadores de las instituciones deportivas. Es posible que las fuentes utilizadas por los periodistas no siempre se ajusten a la realidad que rodeó en su momento el nacimiento de estas instituciones y los relatos posteriores olviden o agreguen nombres y situaciones que difieran con la realidad de los hechos.
Tal lo sucedido con la fundación del Club A Huracán de la República Argentina sobre la que nos vamos a referir desde la óptica del periodista fronterizo Jorge Rodríguez Benítez. Bajo el título de “HURACÁN VA SIN HACHE” el “Bayano” señala que “El parto de Huracán de Buenos Aires, fue un parto intelectual si se quiere. Como era de orden en aquellos días de nacer, Huracán nació peleando su cuna y su nombre. Pero la pelea de Huracán no fue pelea de lugar porque no tuvo contrario. Y fue intelectual si se quiere, porque su agua bendita fue la de un librero.
Los historiadores dicen que la historia fue de esta laya: cuando los casi 20 que fundaron Huracán se juntaron para fundarlo, el primer lío obligado fue el del nombre. Fue en la vereda del padre de Tomasito Jeansalles, en Nueva Pompeya donde se armó el cabildeo de pensar el cuadro. Juan Caimí uno de los veinte dijo sin discurso que la Institución tenía que llamarse Villa Crespo. Pero por decir eso, quedó pegado, porque a un cuadro de Nueva Pompeya no lo iban a llamar Villa Crespo. Entonces Cambiasso, que por algo se llamaba Cambiasso, propuso Nueva Pompeya. Pero también quedó descalificado por aquello de no armar líos de calles y de barrios. Hasta que otro propuso el lacrimógeno y batido nombre de Nueva esperanza. El ideólogo era Américo Steffanini, un muchacho idealista, sencillo y peleador de sueños muy iguales a los de aquel Buenos Aires torrentoso y vital, que estaba pariendo la personalidad que aún le quedaba.Y como a los otros de la vereda les gustó la sensiblería, el Verde Esperanza quedó de nombre chapao. No hubo necesidad de votar el color de la camiseta. Ya estaba en el nombre. Pero, como pasó tantas veces en el Sur fundador del fútbol, la pobreza le puso color a la “institución” . Por eso la esperanza verde , nació con camiseta roja esperanza más barata y “justito” lo que podía el bolsillo.
En esos primeros días del nombre, Steffanini quiso ponerle la firma al Verde Esperanza y propuso: “Pá sellar el nombre del cuadro, hay que hacerle un sello”. El mismo hizo la colecta. Juntó dos cuarenta y se fue a la librería que estaba en la esquina de la avenida Sáez y Esquié y le dijo al librero: “Don, tengo dos cuarenta y quiero hacer un sello que diga Club Atlético Verde Esperanza”. El librero y la librería se llamaban Antonio Richino. Richino era tano de Italia y como todo tano que había caído a pelear la América, peleaba con uñas y dientes su laburo siempre escaso. Por eso le dijo al ideólogo que sus dos cuarenta sólo daban para un sello chico y que en un sello chico no entraba toda la verde esperanza que él quería. Y le agregó: Si en lugar de Verde Esperanza le “cribis” Huracán, el nombre entra. Y el “ideólogo” que una vez había oído decir que en Montevideo había un Huracán que en la cancha peleaba el viento de su nombre, vio la estirpe y le dijo al librero que sí, que “si entraba” no era mala la idea del cambio. Don Richino, bolichero de ley, había sacado el nombre de la galera rápida de ahorrar en el sello y cosechar en la caja. Huracán era la marca registrada de una “pluma tinta” que él tenía para la venta. Y Huracán le fue a la sesera buscando el achique. Pero el gancho enganchó y el sello marchó al taller, “para la semana que viene”. A los cinco días, la ansiedad de la prole de la vereda marchó a lo de Richino a buscar el sello. Cuando llegaron, la obra de arte estaba adelantada y envuelta “para que la vean todos juntos y entre ustedes” dijo el librero mientras cobraba el saldo y los arrimaba a la puerta. Pero la ansiedad de los ya huracanes no esperó más. Ahí nomás, en la mano mismo de Richino rompieron el envoltorio y se toparon con el flamante firmador del primer orgullo futbolero de la gurisada de Nueva Pompeya. Y leyeron: Club Atlético Uracán. Y los huracancitos que eran “leídos” porque eran colegiados del Luppi, empezaron a torcer la boca y los ojos para todos lados. Releyeron mil veces aquel “URACAN” sin hache hasta que Steffanini estalló: “Richino! A Huracán le falta la hache!! Y Richino que por algo había andado y desandado tanto mar y tanta vida, la “parló” despacito, despacito: “En ese tamaño de sello, me sobraba una letra. Y yo le saqué la hache. ¡Total! no suena. Me pareció que no cambiaba nada. Ahora si ustedes la quieren con hache, lo que cambia es el costo. Y los huracanitos que tenían menos vento que un soplido, se convencieron sin ayuda: “Al fin y al cabo el viejo tiene razón! La hache no dice nada!!!

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