Injusto Gerardo Sotelo Cybertario
SOBRE EL AUTOR
Con más de veinticinco años de trabajo como periodista, se destaca
como conductor e informativista de radio y televisión. Actualmente
conduce el Diario Sarandi y 690 en Punto (en Radio Sarandí) y escribe
para el diario El País y para Montevideo Portal.
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El caso de la madre de un alumno escolar procesada por la
Justicia por agredir a una maestra es algo más que un hecho delictivo.
La brutal agresión, pretextada por una observación de la maestra hacia
la conducta de su hijo, revela en qué ambiente y con qué valores se cría
buena parte de nuestra infancia.
Estamos ante un sector de la población altamente vulnerable,
integrado por menores que aprenden de sus madres y padres al menos dos
lecciones: la primera es la justificación de las faltas de conducta en
lugar de aceptar sus consecuencias negativas; la segunda es la
afirmación de que las diferencias entre las personas se pueden arreglar a
las patadas. Incluso si el otro está en el piso. Una doble legitimación
de la violencia que seguramente ya habrán experimentado en el hogar y
que constituirá acaso la verdadera cárcel en la que cientos de niños y
niñas corren riesgo de quedar atrapados.
Cuando se promueve la
rebaja de la edad de imputabilidad penal se busca aumentar el castigo a
adolescentes que padecieron situaciones similares a las del alumno de la
escuela 115.
La sociedad uruguaya está abrumada por la
delincuencia y en su desesperación, apela a lo que tiene a mano para
defenderse. La mayoría de la población parece resuelta a aumentar el
castigo a los adolescentes a partir de los dieciséis años de edad,
quizás porque se trata de la única solución mágica que aún no se
intentó.
Hace veinte años, la bala de plata era la creación de
nuevas figuras delictivas y el aumento de las penas. El resultado no fue
más seguridad sino más delitos y más delincuentes. Las cifras de
encarcelamiento de Uruguay son extraordinariamente altas en relación a
su población y aún con el régimen vigente (que ya cuenta con un sistema
de penalización a partir de los trece años) la cantidad de menores
privados de libertad aumentó considerablemente en los últimos dos años.
Nada
de esto mejoró la seguridad pública, pero muchos actores políticos
aconsejan ahora aumentar el universo punible con adolescentes de
dieciséis y diecisiete años. La alternativa represora en materia penal
se parece a la "lucha contra las drogas": como no funciona sino que
genera efectos contraproducentes, debemos aumentar la dosis.
Los
defensores de la "baja" invocan también razones antropológicas, como la
presunta anticipación en la madurez de los adolescentes. Sin embargo,
no es cierto que los adolescentes "maduren" más tempranamente. Lo que se
observa es que los hijos de las familias más pobres asumen más
tempranamente conductas y funciones de adultos, sin tener las
herramientas psicosociales adecuadas.
Rebajar la edad de
imputabilidad penal hará que los centros de reclusión aumenten su
población con adolescentes pobres, muchos de ellos madres y padres,
criados en hogares donde todo se resolvía de la manera brutal que lo
hizo la madre que agredió a la maestra en la escuela 115. Bajar la edad
de imputabilidad en lugar de subir las oportunidades de insertarse
socialmente y de resolver pacíficamente los conflictos, no sólo será
inefectivo. Será, además, injusto.
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