El
periodista José Ramón Fernández del diario AS DE ESPAÑA, analiza
en forma magistral la pregonada garra charrúa, que ha sido desde
1950, la marca registrada del fútbol uruguayo:
“LA
PIEL DEL URUGUAYO”
“Por
debajo de la camiseta traen el pellejo celeste. Los uniformes
clásicos dan fe, consagran. La piel de un uruguayo es un tapiz
simbólico. Llevan la nacionalidad tatuada, empeñan el lomo. Entre
la Garra Charrúa y el Centenario, hay suficientes fantasmas para
recordarles con quién juegan y de dónde vienen. No reniegan de su
pasado ni quieren parecer otra cosa, atacan o defienden como les
enseñaron en casa, con la terquedad uruguaya y el arrebato criollo.
El uruguayo viene de otro siglo, es el jugador ideal para equipos
históricos. Tiene los hombros cargados, la mandíbula cuadrada y la
frente plana; el tipo de huesos que levantan estadios. Con el tiempo
se ganan una placa y la tribuna les canta aquello de “uruguayooo”.
Ese grito que en el mundo del fútbol
reconoce una antigua raza. Todos los clubes deberían tener un
uruguayo. En punta, medio campo o en la zaga, el uruguayo es
entrañable, deja las tripas. Con ese juego visceral, a veces
riñonudo, otras biliar, contagian. Sin el resplandor que produce el
marketing, las campañas de Suárez en Liverpool, Godín en el
Atlético y Gustavo Matosas con León, son legítimas. No necesitan
faroles. Lo suyo de los siete mares hasta Montevideo es vivir del
puerto. Entre los muelles, donde el balón llegaba en barco junto a
otras mercancías y se distribuía por ferrocarril con el carbón,
produciendo el milagro del fútbol
entre la migración y el mestizaje. El triunfo celeste lejos de casa
en equipos con más aficionados que Uruguay habitantes, engrandece a
la República Oriental. Tierra de trotamundos, cazadores de gigantes.
De Suárez en Inglaterra, a Matosas en México o Godín en España,
la piel de un uruguayo sigue siendo una marca registrada, un
documento legal. El cobijo perfecto para triunfar en el exilio.
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