Repartidos por Gerardo Sotelo.
28.May.2014
La escena puede verse en cualquier avenida o centro
comercial del país: un grupo de personas dialoga amistosamente mientras
exhiben mesas con listas de las más diversas agrupaciones y partidos.
La camaradería deja entrever cierto desdén por el producto que
ofrecen. De hecho, los potenciales clientes pueden circular entre las
mesas y los parlantes sin recibir siquiera la oferta del sobre con las
hojas de votación. Si no conociéramos la estética del marketing
electoral y la inminencia de las internas partidarias, podríamos pensar
que se trata de un grupo de militantes de alguna causa solidaria.
El
fenómeno relativamente nuevo, al menos con estas características, y
responde a una realidad múltiple. Los repartidores de listas no son ya
militantes políticos sino trabajadores irregulares, jóvenes desocupados o
adultos sin ingresos suficientes, invisibles en el país del pleno
empleo. La changa dura tanto como el remate de campaña y el entusiasmo
de estos asalariados es inversamente proporcional al de los candidatos.
Por eso acortan las largas jornadas laborales intercambiando chanzas y
mates con sus colegas de gremio.
Como todo asalariado, muchos de
ellos ni siquiera votan al candidato de su empleador, lo que hace
improbable cualquier hecho de violencia. No faltará quien ponga el grito
en el cielo en nombre del desinterés militante. Los tiempos que corren
no parecen propicios para juntar tantos como se necesita, por lo que
tirios y troyanos deben acudir a intermediarios del reparto, que a su
vez contratan a personas desocupadas o subocupadas para que ponga las
listas al alcance de los votantes.
Estamos, además, ante una
elección de comparecencia voluntaria. Como ocurre en buena parte de los
países en los que se respeta la libertad de los ciudadanos también en su
calidad de elector, en las internas del domingo próximo participará
algo menos de la mitad de la población, lo que derriba el mito del
"uruguayo votador".
Pero la escena revela al menos otro asunto
significativo. En una elección en la que sólo el Partido Nacional tiene
una interna competitiva, el remate parece un juego de ajedrez más que
una campaña política. Hay algo que va más allá de los ánimos y los
intereses económicos y tiene que ver con cierta singularidad cívica de
nuestro país.
Durante el fin de semana pasado fueron a las urnas
los europeos, los colombianos y ucranianos. La agenda era diversa pero
en todos esos lugares expresaba alguna forma de violencia polítca, desde
la guerra civil al secesionismo y la xenofobia.
Mientras tanto,
en Uruguay cientos de personas repartían listas de candidatos que
representan distintas ideologías y tradiciones pero que centran su
debate en temas tales como la educación, la seguridad, la salud y los
impuestos.
La agenda es menos épica pero más pacífica e
instrumental. Responde a un estado institucional y del espíritu que
permite la convivencia y camaradería entre quienes se ganan un jornal
repartiendo listas. Incluso si no votan al candidato para el que
trabajan.
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