sábado, 7 de junio de 2014

Cinco patéticos monitos por Lilly Morgan Vilaró


En una época en la cual existe un movimiento a nivel mundial que exige el cierre de los zoológicos por considerarlos obsoletos y crueles para los animales allí encerrados, el zoo de la ciudad de Rocha, Uruguay, es una prueba cabal de lo justificado de dicho reclamo.
Si tuviese que calificarlo, siendo el 1 el número más bajo y el 10 el mejor, el zoo rochense merecería un menos 54 y eso porque estoy en un día en el cual me siento generosa. Sumamente generosa.
En realidad, ni siquiera califica para ser llamado zoológico. Situado al extremo de un parque público, un montón de recintos en malísimas condiciones, la gran mayoría vacíos, albergan a unos pocos animales que vaya uno a saber por qué causa, cumplen cadena perpetua sin posibilidad alguna de amnistía o perdón alguno.
Yo lo había visitado hace unos 5 años y quedé totalmente consternada por lo que vi.
Un zorro solitario en un recinto de cemento, con una cucha también de cemento, nada de verde, ni siquiera un tronco tirado en el piso para rascar sus uñas. Apenas me vio, corrió a esconderse. No quise ni imaginar el terror del pobre animal durante un fin de semana, cuando el parque se llena de gente.
Un viejo y obeso carpincho en un recinto circular, con cierta vegetación y un pequeño espacio con agua, notablemente podrida.
Un carancho en otra jaula de cemento desnudo, sin lugar para volar y también sin nada que representase de alguna manera su hábitat natural.
Tres o cuatro pavos reales en un lugar bastante amplio, con un árbol verdadero en el medio y un estanque de agua, por supuesto, también podrida. Al parecer las aves habían decidido cambiar las vistosas plumas de colores al mismo tiempo. Y para que los cuidadores se diesen cuenta, habían apilado prolijamente todas las plumas al lado de la puerta.
Un gordísimo lagarto overo en otra jaula de cemento, con otro estanque de agua podrida, tomando sol a escasos centímetros de un montón de carne picada en obvio estado de descomposición.
Y luego, la frutilla de la torta: un pequeño recinto albergando a cuatro monos, creo que babuinos y digo creo porque no había cartel alguno que indicase de qué especie eran. Era una familia compuesta por dos hembras adultas y una cría chiquita que parecía ser macho.
En el recinto, también minúsculo, de al lado, había un macho adulto que se la pasaba golpeando la puerta de separación de ambos habitáculos, tratando de entrar al de las hembras.
El sol les daba de pleno y el único refugio en ambos lugares, era unos troncos hechos con cemento. O sea, en verano se morían de calor allí adentro y en invierno de frío. En el de las hembras había un viejo neumático colgado de una soga, en donde se balanceaba la cría.
Entre el cerramiento de metal y el lugar en donde podía pararse el público, no había distancia alguna. Es decir, humanos y animales se podrían refregar las narices sin problema alguno. Nada verde, nada para ejercitarse o distraerse. Las miradas de los simios parecían clamar compasión o al menos que les alcanzase unas galletitas para cortarse las venas. La de la cría no tanto, probablemente porque era muy pequeña y no se daba cuenta a qué mundo horroroso la habían traído.
Ante mis comentarios de desaprobación, el cuidador del lugar me dijo que acababan de nombrar a un nuevo director y que la idea era refaccionar el lugar, mejorarlo y hasta construir un jaulón grande y alto para los caranchos y otros posibles pájaros grandes que trajesen.
Me fui un poco más tranquila ante esa promesa de mejoras y por diferentes razones no pude volver más al lugar. Pero confiaba que la nueva dirección iba a tomar cartas en el asunto.
Hasta hace un mes. Un amigo rochense me comentó que había ido al zoo y había quedado horrorizado por lo que había visto. Básicamente, lo mismo que había visto yo, hace cinco años.
Coincidentemente, una persona que comparte una misma página de conservación de fauna en Facebook, pidió ayuda al grupo hace escasos días por las mismas razones.
Consulté con un amigo veterinario de Rocha. Me dijo que él había decidido no llevar más a su hijo pequeño al zoo, porque no quería que el niño pensara que esa era la forma correcta de tener animales en cautiverio.
Me puse los patines y partí bajo la llovizna hacia Rocha, directo al zoo. No solo no se había hecho nada de lo que me habían dicho, sino que ahora las condiciones eran peores.
La familia de los babuinos se agrandó. Ahora hay cinco. Dos hembras con una cría macho en el mismo espantoso recinto, ya sin siquiera el neumático colgado de la soga para poder columpiarse. El macho adulto en el compartimento de al lado, extremadamente belicoso y tratando de romper la puerta de separación porque una de las hembras está en celo.
En otro recinto alejado de la familia, en donde antes estaba el solitario y ya finado zorro, metieron al babuino macho que era una cría pequeña cuando yo lo conocí.
Ahora es un adulto encerrado en un espacio reducido, apenas 2 metros y medio de ancho por unos escasos 5 de largo. Por supuesto, todo cemento, nada de donde colgarse o columpiarse ni suicidarse.
Lo terrible es que pegado a su recinto hay dos o tres más que con solo abrir el enrejado podrían darle espacio para correr y moverse más cómodamente. Y con el agregado de algunas sogas y algunos postes, lograr que pueda hacer un poco de ejercicio, distraerse y canalizar su agresividad. Y vaya que estaba agresivo el tipo!
No lo culpo. Yo también lo estaría si tuviese que vivir en sus condiciones.
En el espacio más amplio del lugar, allí donde antes estaban los pavos reales, encontré a un carpincho acurrucado en el rincón más alejado de la reja que lo separa de los visitantes humanos. Su compañía: dos gansos aparentemente domésticos.
Lo triste es que ese espacio sería el ideal para la familia de los babuinos, ya que con árbol, el estanque para agua, y pequeñas reformas, como cerramiento adecuado de la parte superior y un lugar en uno de los costados para hacer un refugio contra las inclemencias del tiempo, mejoraría en un casi 50% su calidad de vida.
Hay otro recinto, también en pésimas condiciones edilicias, que alberga ahora a dos caranchos. Tiene un ligustro adentro, en donde las aves se esconden cuando ven gente. O sea, si la idea es que la gente pueda ver de cerca aun carancho, no está funcionando. El resto, cemento pelado.
En otros jaulones pude ver lo que parecía un buitre juvenil con una ala lastimada, aterrorizado y tratando inútilmente de esconderse de mí, ya que no tenía refugio alguno. Pobrecito cuando llegue el malón del fin de semana.
El zoo está cuidado por una señora que es la encargada de mantener el parque limpio. A la cual le han agregado el cuidado de los animales, tanto de alimentarlos como de limpiar sus habitáculos. Cosa que ella hace, dentro de todo, bastante bien, contemplando el hecho de que nadie le dio curso alguno de capacitación sobre el tema.
Es más, entra sola a las jaulas de los monos para alimentarlos y limpiar el piso. Por suerte, hasta ahora, los monos no la han atacado. Hay otro cuidador, con la misma capacitación inexistente sobre el tema, que refuerza al plantel. Sí, es irónico mi comentario cuando digo plantel.
Al parecer, y debido a la falta de un foso o baranda que no permita que la gente pueda acercarse a los cerramientos de los recintos de los monos, los cuidadores han tenido que acudir en auxilio de niños que apoyaron sus caras o cabezas en el enrejado y fueron agarrados de los pelos por los frustrados animales.
A su vez, también tienen que salir en defensa de los monos, ya que mucha gente se divierte provocándolos, golpeando las rejas etc. Y como ya mencioné, el espacio es tan reducido que los babuinos no tienen donde refugiarse para escapar de las agresiones de los encantadores humanos.
No sé cuál es la política oficial de la Intendencia con respecto al zoo. A juzgar por lo que se ve, parece ser una de total indiferencia, abandono y negligencia.
Y si no se quieren ocupar del tema, creo que lo ideal sería cerrar ese campo de concentración y sacar a los animales que se puedan de allí.
Colaboro avisando que ya le hemos conseguido un lugar seguro al carpincho. Los caranchos, previa revisación veterinaria y rehabilitación adecuada, pueden ser liberados. Si no pueden volver a la naturaleza, estoy segura que habrá alguna reserva cercana que los aceptaría. Lo mismo con el lagarto y el buitre.
El tema de los monos es más complicado. Pero mientras se trata de encontrar algún lugar apto para ellos, lo lógico sería refaccionar y adecuar los recintos más grandes y darles, dentro de su injusto cautiverio, una vida más agradable y más digna. Y castrar urgentemente a los machos. Sino, el problema será cada vez mayor.
Si necesitan asesoramiento, tanto yo, como estoy segura personas con las debidas credenciales profesionales, se los podremos ofrecer.
Pero mantener esa cosa mal llamada zoo, en esas condiciones, es una vergüenza para la ciudad de Rocha. Y sé que hay muchos rochenses que piensan igual.
Espero que esta gestión de gobierno municipal, que voté y probablemente vuelva a votar, tome las debidas cartas en el asunto.
Lilly Morgan Vilaró

1 comentario:

  1. Es muy triste lo que se ve en los zoo, no seria una idea de levantar firmas en Rocha, para que el municipio haga algo?Que sepan que los ciudadanos estan indignados y quiza como se aproximan las elecciones hagan algo.

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