domingo, 24 de agosto de 2014

Izquierdas y estrategia. Mauro Mego Reboredo

El autor es profesor de Historia y  edil del MPP en Rocha

El ser de izquierda ha sido uno de los dilemas más grandes que enfrentó el campo progresista a nivel mundial sobre todo luego del derrumbe del socialismo real. La caída de esta posibilidad-y la desilusión o el viraje que representaron otras- abrió, o mejor dicho, reabrió algo inherente a la identidad de las izquierdas en el mundo: la discusión respecto de cuál es el objetivo que deben perseguir estas fuerzas, cómo deben hacerlo, hacia dónde, con qué actores sociales, y un sinfín de preguntas en este sentido. El siglo XX demostró que la construcción de una alternativa al mundo que tenemos, no es tarea sencilla y que no basta con buenas intenciones, con densos textos de ideología, con planes copiados, con experiencias importadas y que, en muchos casos de la historia el desenlace no fue el mejor y de socialismo poco se construyó. El mundo occidental, y el resto también, han tenido ensayos de diversos finales, pero sin duda que la caída del mundo socialista significó un replanteo para las izquierdas, sobre todo respecto de su inserción democrática, en aquellas fuerzas que debieron seguir transitando el camino de ser opción de cambio ante el cautivo electorado de los países en los que actuaban. De modo que muchas de las discusiones que se ambientan en la actualidad, en nuestro país, no son nuevas, sino que son inherentes al desarrollo de los partidos de izquierda y su estrategia.
Si aterrizamos en nuestro país el Frente Amplio es la fuerza de izquierda vigente en el marco político actual. Décadas de construcción política-no sin dolores-posibilitaron su llegada al gobierno del Estado en 2004 tras haber construido una amplia estrategia de suma de sectores progresistas, transformándose año tras año en un crisol heterogéneo y dinámico que atraía amplios sectores sociales, ya no solamente aquellos que habían cimentado su fundación en 1971. Desde la izquierda más radical, hasta el progresismo exiliado de los Partidos Fundacionales convergieron en un Frente popular que representaba fielmente la heterogeneidad elemental de nuestra sociedad, para despejar dudas a aquellos que veían en la izquierda solo una “amenaza” al orden democrático (visión fomentada desde los Partidos fundacionales cada vez más derechizados) y para motivar todo tipo de expectativas en aquellos que habían sido parte de esa construcción desde ángulos más ideologizados.
Las ideas fundacionales de muchos se vieron jaqueadas por la realidad concreta. El Frente Amplio llegaba por la vía democrática al Gobierno, pero sobre la base de un país que ya existía, que estaba prefigurado tras más de un siglo de construcción, que tenía un Estado heredado de tal manera, construido en base a la retroalimentación que significaban las cuotas clientelares de la peor cara de la política tradicional. Sumado a esta síntesis, la situación social y económica de un país que había reventado tras décadas de destrucción. Se puede incluso decir que casi medio siglo de paciente deterioro llegaban a su clímax en 2002. De modo que el Frente Amplio debía caminar, como casi todos los partidos de izquierda democrática, sobre un camino complejo que exigía agudeza en sus bases militantes, paciencia, comprensión y sentido pleno de la realidad. Atrás debían quedar los clichés en contra del “asistencialismo” estigmatizado por sectores urbanos, cultos y de izquierda intelectual, para dar paso a, por ejemplo, el Plan de Emergencia; una soga inevitable para personas que vivían en situación de alto riesgo y qué no podían esperar dos días más en esa situación. Estaba cada vez más claro que desde un modestos país de 3 millones de habitantes no se podían ensayar soluciones mágicas ni salidas revolucionarias. Esa estrategia de claridad había permitido la victoria del 31 de octubre de 2004. La clave era iniciar lo que algunos politólogos han llamado: la era progresista. Es decir, la administración de un Estado en el marco del capitalismo, y sobre él tallar soluciones más humanas y con un profundo sentido social para re-dimensionar al Estado en esa línea. Y está claro que la estrategia de construcción en el marco institucional vigente no es sencilla, es lenta, con disgustos, con idas y vueltas, gradual.  Así, en términos generales la izquierda introdujo cambios significativos-aunque tal vez no rimbombantes- en la sociedad, la economía, el Estado, la gestión, el ingreso a la función pública, el campo presupuestal, etc. Podríamos seguir enumerando pero  existen a disposición indicadores que así lo avalan.
Pero nadie que se precie de actor político puede solo detenerse en los muchos y buenos logros que tenemos. En primer lugar, la estrategia de construir una sociedad mejor, diferente, desde la acción democrática significa saber de la caducidad y la limitación del poder conferido por la gente. La democracia liberal no permite descansar sobre una detentación de poder permanente sino sobre la base del examen riguroso del soberano (la gente) el cuál individualmente es movido a elegir, a votar, por motivos tan variados como indescifrables.  Tal vez una de las dificultades iniciales pudo haber sido no advertir ese proceso de desafío permanente y haberse visto fagocitado por el desgaste de gobernar. Ni bien se administra se pone a prueba mucha cosa: muchos de los que depositan el voto o la militancia tienen en última instancia una expectativa netamente individual que no siempre se ve satisfecha. Por eso se debe ser crítico sobre eso de “atender a los desencantados” porque es de orden entender  que los “desencantados” lo son todos por variopintas razones, alunas “disfrazadas” de pureza ideológica. Gobernar trae consigo problemas lógicos de intentar administrar los conflictos de una sociedad que los alberga como parte constitutiva. Si hacemos una suma de estos costos es claro que el desgaste se expresa en una parte importante de la porción que inicialmente acompañó el proceso político.  De ese modo, muchos han iniciado otras construcciones que se presentan como “la verdadera izquierda”, “la mejor izquierda” y tantas izquierdas como puedan imaginarse. No faltan las expresiones estalinistas que tratan de traidor a cuánto funcionario de gobierno existe, o aún peor, a cuánto militante de buena fe que aún cree en la validez de la herramienta Frente Amplio.  Detrás de esto están muchos ciudadanos bien ponderados, buenas personas que legítimamente no ven satisfechas sus expectativas y lo están también personas vulnerables como cualquier ser humano, subidas en un púlpito por lo menos peligroso de sindicar con el dedo. Entonces vuelve una pregunta repetida: “¿Qué es la izquierda?”, “¿Cuál es el camino?”. No intentaremos poner a prueba ningún izquierdómetro tal cual parece estar de moda en algunos segmentos del campo popular por estos días.
Hoy las reglas de juego son las mismas: la Democracia. Cualquier construcción política con ánimo de implementar cambios juega en el marco electoral como camino para intentar lograrlos. Tal vez debamos reconocer que el anti-electoralismo que hoy sufrimos es fruto de escuelas de alguna época que hoy se vuelven en contra. En estas reglas de juego, tenemos varias opciones democráticas que son: Un Partido Nacional cooptado por el Herrerismo, un Partido Colorado cooptado básicamente por Bordaberry (tal vez cerca del riverismo, o del ruralismo, pero que tampoco presenta organicidad), un Frente Amplio con diez años de gobierno progresista (con lo bueno de eso pero también con lo malo), el Partido Independiente (se dice socialdemócrata y come de la porción progresista, se presenta como una minoría excesivamente tecnicista y principista que no termina de transformarse en opción real) y la reciente Unidad Popular (Asamblea Popular y otros, la “izquierda pura”, desencantada, discursivamente radical cuyo objetivo es socavar al Frente Amplio e incluso  llevarlo a la derrota a fin de crecer). Esta última, tan fascinante que puede a veces presentarse en simposios ruralistas sentada al lado de la derecha más recalcitrante. Pero sin duda que la invocación de esos desencantados es la ideología como un cuerpo inmóvil y que están en muchos sitios del electorado. Por lo tanto muchos de esos desencantados no vacilan en intentar demostrar que “todos han cambiado” (menos ellos), qué es la praxis del Frente la que no es “la misma que antes”, generando una actitud fácil y sencilla que justifica automáticamente no intentar cualquier esfuerzo analítico. El análisis no interesa, no importa, las cosas son “así”. Tal vez  este es uno de los peores pecados de las fuerzas de izquierda o progresistas para ser más amplios.  
Actualmente vuelve a vivir la pregunta de Lenin: “¿Qué hacer?”. La visión estratégica para las fuerzas progresistas que juegan en el campo democrático y asumen sus reglas es más importante que cualquier cosa. Para ello hay varios ejemplos. Durante el último gobierno del PSOE español estalló en la cara de todos la crisis que aún padecen millones de españoles. Ante esta tragedia, el sistema político se vio interpelado por movimientos nuevos, aparentemente civiles y a-políticos. Si hacemos un análisis de esos llamados “indignados” seguramente veremos que la mayoría provenían de la juventud universitaria de izquierdas, o por lo menos progresistas. Muchos advirtieron lo efímero de esos movimientos y qué su futuro podía estar asegurado si y solo si culminaban solidificándose como verdadera alternativa política. Sin embargo perecieron rápidamente pero con un costo no menor: la victoria del PP. En el marco de descrédito muchos sectores sociales y políticos olvidaron analizar el proceso que los llevó a la crisis, desmenuzar los costos y beneficios que sus acciones tendrían, y de ese modo, detrás de buenas intenciones, la estrategia solo desgastó (naturalmente y no sin errores propios del PSOE) al campo progresista, que tenía problemas inocultables. Pero sobrevino Rajoy cuyas soluciones son las mismas de siempre, el ajuste del pueblo y una economía y sociedad conservadora como propuesta que solo lleva a despojar de derechos a los sectores populares, entre otros lastres. De ese modo, faltó visión estratégica (no tan sencilla en un contexto de crisis, es cierto): se le dio el poder a los padres de la criatura de la crisis. Al Zorro a cuidar a las gallinas. Por eso, construir alternativas populares no es cosa de dos días en las democracias occidentales, todo lo contrario, lleva tiempo, sinsabores, desgastes, por eso es esencial cuidar aquellas fuerzas que realmente pueden disputar el poder a las derechas. ¿Qué hubiera sido de la resistencia a la Dictadura si nos hubiéramos puesto a discutir entre los wilsonistas y los comunistas? ¿Qué valía más? Valía más el objetivo común, el enemigo común que esas diferencias menores. Eso fue visión estratégica en momentos mucho más tensos de la vida del país. ¿Qué hubiera sido del frente de los Republicanos de la Guerra Civil si se hubieran cerrado en sus diferencias? Y así hay varios ejemplos de agudeza estratégica, cuyo objetivo es siempre el mismo: la gente, priorizar el futuro de la gente y cómo esa gente vive mejor.
Hoy los sectores más desprotegidos de nuestra sociedad están expectantes y muchos sin siquiera saberlo serán rehenes de este mapa electoral. No parece justo que por aparentes diferencias ideológicas, por disgustos por tal o cual decisión de gobierno, por algún acto corrupto aislado (aprendimos que la condición humana no reconoce ideologías) o incluso por no haberse satisfecho un deseo personal legítimo se esté allanando el camino a una derecha renovada en estrategia pero pura en contenido, que no tendrá dudas ideológicamente de hacia dónde debe encaminar su visión de país. Nadie puede decir que se trata de ocultar los problemas, en absoluto, pero entendernos que estos problemas son más fáciles de  resolver hablando un mismo idioma que hablando en claves distintas. Además se olvida que las fuerzas populares están en eterna construcción, incluido el Frente Amplio. En este marco, ser de izquierda significa ante todo, tener visión estratégica, manejar los tiempos de la acción política, previendo con rigurosidad cada paso que se da. De errores estratégicos están llenas las tragedias humanas, y el siglo XX en dónde todo parecía estar al alcance de la mano vaya si demostró esa y otras lecciones. Hoy en el medio, lejos de nuestros pareceres, está el futuro del país y no es excusa ninguna diferencia que tengamos-como todos tenemos-con los diez años del gobierno del Frente. Se trata de caminar por el medio entre los deberes estratégicos y el extremo de la soberbia enceguecida (otro mal no menor) teniendo como faro la construcción densa y compleja de un lugar mejor. Parece inaceptable, torpe e irresponsable invocar “izquierda” abriendo paso a la derecha más dura cuyos costos pagará el país de verdad, el de abajo, porque la diferencia entre izquierda y derecha (que la derecha quiere ocultar) está más viva que nunca.  La tarea más importante de la izquierda es estar siempre a la altura que la coyuntura indica y no andar en función de caprichos.

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