Las encuestas de intención de voto están empezando
a señalar algo que la cúpula del Frente Amplio se ha negado porfiadamente,
hasta ahora, a admitir y a considerar.
El hecho es que el Frente parece haber perdido
intención de voto. Y la ha perdido por los dos extremos, “por derecha” y “por
izquierda”, por decirlo de algún modo.
La pérdida de votos “por derecha” podría ser
la causa, en parte, del crecimiento de la intención de voto al Partido Nacional
(los votos “prestados”, ¿recuerdan?). Y sin duda es la causa del crecimiento de
la intención de voto al Partido Independiente, que en las últimas encuestas
alcanza un 3% de los votantes. En menor medida, algunos de esos disidentes “por
derecha” podrían estar incrementando también la intención de voto en blanco o
anulado.
La disminución frenteamplista “por izquierda”
podría ser la causa tanto de la aparición de la Unidad Popular y del PERI en
las encuestas, cada uno de ellos con aproximadamente un 1% de los votantes,
como –en buena medida- del entre 3% y 4% que le asignan las mediciones al voto
en blanco o anulado.
Ese conjunto de factores hace que el Frente, a
diez días de la “primera vuelta” electoral, cuente con una intención de voto
varios puntos inferior a la que tenía en octubre de 2009.
Eso prácticamente confirma dos hechos ya
previstos por encuestadores y analistas: a) que habrá balotaje en noviembre; b)
que el Frente no obtendría mayoría parlamentaria.
Pero además insinúa otra cosa no tan previsible:
que, de no producirse una reasignación importante de los votos en noviembre,
incluso el triunfo en el balotaje podría estar comprometido.
La reacción no se hizo esperar.
Buena parte de
la militancia frenteamplista salió agresivamente a la reconquista de
votos. Y “agresivamente”, en este caso, no es una mera metáfora.
No sé cómo estarán siendo tratados los ex
votantes frenteamplistas que este año tienen entre sus opciones la de votar a
Mieres o a Lacalle Pou. No lo sé porque no tengo ese perfil.
Lo que sí puedo asegurar es que, para los
disidentes “por izquierda”, es decir para los que tenemos como opciones votar
en blanco, o anulado, o votar estratégicamente a alguna de las opciones de
izquierda extrafrentista (UP, PERI, PT), la cosa no es sencilla.
Acusaciones, insultos y descalificaciones son
la moneda corriente con que se pagan la discrepancia y la crítica, en especial
si ésta viene “por izquierda”. “Traidor”, “vendido”, “le hacés el juego a la
derecha”, son sus expresiones más corrientes.
Ese fenómeno pone de manifiesto dos cosas. Por
un lado, el preocupante grado de intolerancia que padece una parte de la
militancia frenteamplista. Por otro, la torpeza con la que cierto núcleo
militante termina profundizando el problema que pretende corregir.
Hay una lógica perversa en la que muchos
militantes frenteamplistas parecen caer. Es la idea de que todas las personas
honestas y que no sean “de derecha” tienen la obligación moral de votar al
Frente Amplio. La perversidad de esa idea radica en que invierte la lógica
democrática. En lugar de ser el partido el que debe ganar a los ciudadanos con
su discurso y sus prácticas, son los ciudadanos los que están obligados a
votarlo aun cuando discrepen con su discurso o sus prácticas.
Muchos de los disidentes de izquierda son ex
militantes, gente con experiencia sindical y política. ¿Alguien cree que
acusarlos de traición los hará cambiar de opinión? Otros son gente joven, movidos
por causas que sienten como nobles, como el “no a la baja”, pero sin militancia
ni adhesión vital a la tradición frenteamplista. ¿Alguien piensa que la
agresividad y la presión harán otra cosa que retraerlos de la actividad
política?
El Frente Amplio necesitará en el balotaje a todos
los votos posibles. Las ofensas, las heridas, las decepciones y agravios que
cause en octubre comprometerán sus chances de ganar en noviembre y de continuar
en el gobierno. Eso deberían tenerlo presente quienes militan por él.
Por otra parte, los disidentes carecen de organizaciones
que los regimenten. Cada cual ha decidido su actitud electoral por su cuenta. Cada
uno de ellos no es más que el emergente de un estado de ánimo más general al
que no ha dado causa y que no controla. Enojarse con los discrepantes, por
tanto, no es más que el viejo recurso de “matar al mensajero”, al portador del
mensaje que no se quiere oír.
Así las cosas, probablemente la cúpula
frenteamplista y sus candidatos deberán
tomar una decisión. O bien continúan ignorando a los discrepantes y permitiendo
que se los trate como traidores, con lo que arriesgan la elección, o bien admiten
que algo no está marchando tan bien en la gestión de gobierno y se disponen a
investigar y a considerar las razones de las discrepancias. Esa es la regla en
una elección democrática. No al revés.
Hasta ahora, la cúpula frenteamplista parece
haber errado en los cálculos. Sus integrantes creyeron que la postulación de Tabaré
Vázquez bastaría para dar por liquidada la elección.
Tabaré Vázquez, mientras tanto, tensó al
máximo la relación con el electorado tradicional del Frente. Su actitud ante
los EEUU, su asociación con lo más retrógrado de la Iglesia Católica en el tema
“aborto”, su jactancia, sus gestos demagógicos y su actitud autoritaria e
imperial en la conducción, parecen haber agotado la paciencia de muchos
frenteamplistas de la primera hora y también la de muchos jóvenes que hoy no se
sienten representados por él.
El gobierno de Mujica, por su parte, continuó
las políticas económicas iniciadas por Vázquez y Astori, centradas en la megainversión extranjera, sumándole además la
desprolijidad administrativa, la idea de que la voluntad política puede pasar
por arriba de todos los límites y garantías jurídicas, y la proliferación de
verdaderos “comisarios políticos” de dudosa capacidad en casi todas las áreas
del Estado.
El resultado de todos esos factores está a la
vista: el Frente ha perdido intención de voto.
Una fuerza política tiene límites que no debe
traspasar. Si se aleja demasiado de sus raíces, de las convicciones y de la
sensibilidad de la base humana que le
dio origen, corre el riesgo de desnaturalizarse y de perder incluso los
resultados electorales a los que ha apostado.
¿Qué ocurrirá en el futuro?
En octubre, contrariamente a los que muchos
militantes frenteamplistas creen, no ocurrirá nada dramático. Ninguna de las
fórmulas obtendrá el triunfo en primera vuelta, por lo que el gobierno no se
definirá en ese momento.
En lo parlamentario, es previsible que el
Frente pierda algunos legisladores y que la representación parlamentaria se diversifique.
Seguramente habrá más legisladores del Partido Independiente y probablemente
ingrese alguno de la izquierda extrafrentista, de la Unidad Popular y/o del
PERI.
¿Eso es terrible?
No lo parece. A lo sumo permitirá oír a otras
voces, hará necesaria la negociación para impulsar proyectos de ley, e impondrá controles parlamentarios que hoy,
con mayoría oficialista, no existen.
De modo que la elección trascendente, en la
que se definirá el gobierno, será la de noviembre.
Para noviembre, la cúpula y la fórmula
electoral del Frente se encontrarán probablemente ante una disyuntiva: u optan
por seguir con el discurso triunfalista y acusatorio, sin admitir
cuestionamientos, o investigan y atienden a las razones por las que han perdido
votos, se sinceran, e intentan modificar algunas de sus líneas de acción.
Sospecho que el transparentamiento de la
gestión, la exposición pública de los motivos de las decisiones de gobierno, la
admisión y enmienda sincera de los fallos e iregularidades, por ejemplo, sería
un buen inicio y alentaría a todos los discrepantes, tanto “por derecha” como
“por izquierda”.
La pelota, entonces, está picando en la cancha
de la cúpula frenteamplista.
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