Dependiendo de quién sea electo presidente se abren dos escenarios muy distintos. En cada uno de ellos cabe imaginar al menos tres diferentes alternativas.
+ Por Adolfo Garcé -
El Observador
La semana pasada argumenté que, más allá de las coincidencias que muestran las plataformas electorales de los dos partidos que, de acuerdo a las encuestas, pugnan efectivamente por el cargo presidencial (Frente Amplio y Partido Nacional), existen buenas razones para sostener que, llegado el caso, sus gobiernos tendrían énfasis diferentes. Quiero dejar de lado, ahora, el análisis del contenido sustantivo de las políticas (la cuestión de qué objetivos priorizarían) para detenerme en el problema de la gobernabilidad (el problema de cómo intentarían alcanzarlos). Dependiendo de quién sea electo presidente se abren dos escenarios muy distintos. Pero, a su vez, en cada uno de ellos, cabe imaginar al menos tres diferentes alternativas.
Supongamos que Tabaré Vázquez termina siendo electo presidente. Cabe distinguir tres escenarios bien distintos. En el primero de ellos el FA tiene, como durante el lapso 2005-2014, mayoría parlamentaria (ver cuadro, columna E1). Como ha sido la norma a lo largo de esta década, habría (en el gabinete ministerial y en el Parlamento) fuertes tensiones en torno a algunas políticas (recuérdese la frustración del TLC con EEUU en 2006 o el complejo trámite de la ley de Participación Público-Privada en 2011). En este escenario la gran pregunta refiere a qué tipo de relación estaría dispuesto a construir Vázquez con los partidos de oposición. En esta dimensión los dos mandatos del FA tuvieron actitudes y resultados muy distintos (el de José Mujica logró incluir a la oposición en entes y comisiones multipartidarias). Vázquez viene diciendo que buscará construir acuerdos con la oposición, pero es evidente que tiene más capacidad para negociar dentro de la ciudadela frenteamplista que para tender puentes hacia fuera. La oposición, por su parte, durante el mandato de Mujica, ya demostró estar dispuesta a cooperar.
En el segundo escenario, el FA no obtiene la mayoría parlamentaria pero sumando su bancada a la del Partido Independiente alcanza la mitad más uno en ambas cámaras (columna E2). En este caso, ambos partidos tendrían fuertes incentivos para conformar una coalición de gobierno, acordando una agenda de temas y políticas, y compartiendo cargos en el gabinete (el FA precisa gobernabilidad, el PI incidir mucho más visiblemente en la política nacional). En términos ideológicos los independientes tienen importantes diferencias con el ala izquierda del FA (por ejemplo, con el PCU), pero fuertes coincidencias con el astorismo. Cuando se comparan las propuestas programáticas de los dos partidos aparecen rápidamente algunas coincidencias muy significativas como la importancia asignada al Sistema de Cuidados o el énfasis en apuntar más enérgicamente al “cambio estructural” en el sentido de la nueva Cepal (más innovación, ciencia y tecnología).
En el tercer escenario, para aprobar leyes, el FA precisa apoyo de legisladores blancos o colorados (columna E3). Es, a todas luces, desde el punto de vista de la gobernabilidad, el escenario más complicado. Vázquez estaría en una posición incómoda, similar a la de Julio María Sanguinetti durante su primer mandato. Por un lado, estaría obligado a negociar las leyes una a una con legisladores opositores. Por el otro, podría verse obligado a usar el mecanismo del veto presidencial para impedir que el Parlamento (controlado por la oposición) termine aprobando leyes contrarias a las preferidas por el gobierno. No tiene por qué ser dramático. En verdad, quienes inventaron el presidencialismo, seguramente disfrutarían viendo, por fin, actuar los pesos y contrapesos (“checks and balances”) previstos por el diseño institucional para minimizar el riesgo de la “tiranía de la mayoría”.
Supongamos ahora que Luis Lacalle Pou es electo presidente en el balotaje. Blancos y colorados, a un mes de la elección de octubre, siguen sin decir en concreto cómo harían para gobernar. No hay que tener, de todos modos, mucha imaginación para suponer que conformarían, como en otras oportunidades, un gobierno de coalición, especialmente si sumando sus bancadas alcanzaran mayoría parlamentaria (columna E4). Sin perjuicio de las diferencias que sobreviven en las tradiciones ideológicas de ambos partidos, es evidente que existen, hoy por hoy, fuertes coincidencias programáticas entre ambos (Lacalle Pou, en muchos temas, está más cerca de Pedro Bordaberry, candidato a la presidencia de los colorados, que de Jorge Larrañaga, su compañero de fórmula).
De todos modos, puede pasar también que las bancadas del PN y del PC sumadas no alcancen el umbral de la mayoría. En este caso, pasaría a ser otra vez decisiva la eventual incorporación del PI en una coalición de gobierno. El programa de los independientes tiene más coincidencias con el de los frenteamplistas que con el de colorados y blancos. Sin embargo, a lo largo de esta década de gobiernos del FA, el PI ha tenido numerosas coincidencias con las posiciones del PN y del PC. No me atrevo a descartar que, llegado el caso, puedan sumarse a una coalición con los partidos fundacionales (E5). Sin embargo, tampoco es seguro. Podría perfectamente ocurrir que Lacalle Pou lograra acordar con los colorados pero no con los independientes y que, para gobernar, tuviera que obtener apoyo en la bancada del FA (E6).
El cuadro ilustra estos seis escenarios. No pretende ser exhaustivo ni una predicción, sino una ilustración sencilla de las principales alternativas desde el punto de vista del funcionamiento del gobierno. En octubre no solamente elegimos presidente. Nuestro voto tendrá consecuencias fuertes en términos de los escenarios de gobernabilidad posibles. l
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