sábado, 29 de noviembre de 2014

Epílogo Por Daniel Chasquetti

Zoom Politikon


Autor: Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
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Epílogo


26.Nov.2014

El próximo domingo Uruguay utilizará por tercera vez el balotaje para elegir a su presidente. La trascendencia del evento contrasta con la anodina competencia registrada en noviembre entre ambos candidatos. Carente de emoción, innecesaria y sin gracia, son algunos de los calificativos usados por varios observadores para describir la lucha electoral en esta segunda vuelta. A tal punto esto es así que las noticias sobre la elección se volvieron marginales en la mayoría de los informativos de la grilla televisiva. ¿Cuáles son las razones para que la competencia haya tenido tan poca intensidad?

En principio, podríamos pensar en dos causas principales, una estructural y otra coyuntural. Por un lado, las segundas vueltas electorales suelen ser competencias despobladas de actores. Mientras en la primera ronda compiten varios partidos y en su interior muchas listas de candidatos que persiguen bancas en el Senado y en la Cámara de Representantes, en la segunda vuelta, participan únicamente las dos fórmulas presidenciales. Es cierto que los partidos intentan activar a sus electorados mediante actos y movilizaciones callejeras. Sin embargo, esos episodios han sido esporádicos y están muy lejos de alcanzar la densidad e intensidad de los registrados en la elección de octubre. Por otro lado, el resultado de la primera vuelta suele condicionar las características de la competencia en el balotaje y en esta oportunidad, el mismo ha tenido una contundencia pocas veces vista. La distancia entre el primero y el segundo es de diez y ocho puntos porcentuales del electorado, lo cual genera la idea de que la reversión del resultado es una tarea imposible. A su vez, la proximidad del Frente Amplio con la mayoría absoluta de los votos (menor a dos puntos porcentuales) induce a creer que Vázquez tiene asegurado su triunfo por la simple decantación estadística de los votantes de los restantes partidos. Por tanto, al hecho estructural de que el balotaje siempre genera menos movilización se suman las consecuencias que provoca un resultado categórico como el que tuvimos.

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Aún así, los candidatos desarrollaron ciertas acciones con el fin de conseguir el voto ciudadano durante estas cinco semanas. La estrategia de Vázquez procuró congelar la situación generada el día después de la primera vuelta. El objetivo era que no hubiere novedades y ceteris paribus, el triunfo del Frente Amplio estaría asegurado. Para ello se destacó hasta el cansancio lo innecesario que supone realizar una segunda vuelta bajo esas condiciones y se evitó en todo momento que el candidato debatiera públicamente o hiciera referencias al discurso de su adversario (o sea, se intentó ignorarlo). Por esa razón, Vázquez tuvo poco contacto con los medios de comunicación y concentró sus esfuerzos en la realización de algunos eventos sobre políticas específicas y se concentró en una actividad capilar en puntos estratégicos del interior del país (recorridas y actos callejeros). Los spots publicitarios, muy cuidadosamente preparados, muestran a un Vázquez hablándole al espectador como si ya fuera presidente. Todo eso generó un efecto favorable al la noción de triunfo irreversible. Sobre esa estructura, Vázquez mostró sus dotes de buen político al realizar una serie de estocadas dirigidas a mitigar los apoyos de su adversario. Las reuniones con legisladores colorados (el 1º y 2º de la lista de diputados por Montevideo de Vamos Uruguay) y personalidades blancas, generaron la idea de que los respaldos de Lacalle Pou eran frágiles y volátiles. Al mismo tiempo, esas movidas catalizaron la crisis del Partido Colorado, originada desde luego por los magros resultados electorales y también fogoneada por el descontento de muchos dirigentes con la conducción de su líder. Paradojalmente, el 26 de octubre a la noche, Bordaberry prometió destruir a Vázquez (“hacerlo mierda”, dijo), pero todo terminó siendo al revés: Vázquez acorraló a Bordaberry y empujó a su partido y a su sector Vamos Uruguay a una crisis que no sabemos cuándo ni cómo terminará.

La estrategia de Lacalle Pou fue improvisada porque su comando de campaña no esperaba un resultado como el que mostró la elección de octubre. Se intentó agregar a su conocida orientación –por la positiva- una fuerte dosis de crítica a su oponente –por la negativa-. La carga mayor las sobrellevó Larrañaga, quien arremetió con inusitada energía contra el programa del Frente Amplio, la actual administración, y sobre todo, contra “el Uruguay que se nos viene”.  A esto se agregó la intención de imponer temas en la agenda pública. Primero fue el concepto de que “un gobierno dividido es bueno para la democracia”, y más tarde opiniones sobre diferentes asuntos vinculados con la política impositiva, la política exterior o el sistema de salud. Mientras la primera iniciativa volvió a chocar –al igual que hace cinco años- con el sentido común de la ciudadanía, las siguientes se toparon con la actitud de indiferencia de Vázquez y del conjunto del Frente Amplio.

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Con un escenario de baja intensidad en la competencia y preferencias ciudadanas muy sólidamente estructuradas, el resultado del domingo resulta bastante previsible. Así como la elección de octubre fue parecida a la de 2009, este balotaje debería tener un resultado muy similar al observado un lustro atrás. En aquella oportunidad, Mujica consiguió casi nueve puntos de ventaja sobre Lacalle padre (52,4% a 43,5%), por lo que podríamos suponer que esa diferencia debería repetirse el próximo domingo. Sin embargo, existen algunos indicios que permiten imaginar una diferencia mayor. Si se considera el número de actores políticos que manifestaron su voluntad de votar en blanco (principales dirigentes del Partido Independiente y Asamblea Popular, el diputado colorado Fernando Amado, etc.) y la eficiente campaña de Vázquez en estas semanas (todo permaneció congelado), podríamos pensar que la ventaja será mayor a los diez puntos porcentuales.

Por tanto, el domingo las urnas le otorgarán a Vázquez una gran autoridad política. Será el cuarto presidente que logra dos veces el cargo, proeza solo alcanzada por Fructuoso Rivera, José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti. A su vez, el Frente Amplio ingresará en su tercer período de gobierno con mayorías en ambas cámaras, situación nunca antes lograda con elecciones limpias y competitivas. La responsabilidad de ambos, el candidato electo y el partido, será sustantiva. Ante el país, porque espera soluciones para muchos asuntos aún no resueltos, ante sus votantes, porque muchos renovaron su crédito sin estar absolutamente convencidos de su opción (escogieron el mal menor), y ante la oposición, porque ella espera una actitud de grandeza del parte del nuevo presidente, que lo aleje del gobierno exclusivista de partido y lo acerque a formas plurales de decisión. En suma, Vázquez y el Frente Amplio deberán estar a la altura de lo que el país, sus votantes y la oposición les reclaman, porque así es la democracia y así se la construye.

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