El uso de la aplicación Tinder es furor en la Costa este verano y está acabando con el típico chamuyo bolichero. Ahora, ya desde la playa, chicos y chicas eligen con quién pasarán la noche.
Las chicas están acostadas boca abajo
apuntando con la cola al sol. Tienen los codos apoyados en la arena
tibia y entre las manos, el celular. Todas hacen un movimiento idéntico:
deslizan el pulgar por la pantalla como si pasaran páginas pero lo que
pasan son fotos de muchachos que tienen un perfil en Tinder. Eligen como
si fuera un catálogo: ven si les gusta, qué tienen en común, a qué
distancia están de ellas en este preciso momento. Eligen, esperan ser
correspondidas y, si todo camina, pasan a whatsapp y se citan a la
noche. Es que mucho de ésto tiene hoy el levante en vacaciones. Ya no es
tanto salir, tomar para tener coraje y ver quién pica. Ahora muchos
eligen a través del celular con luz de día y mar de fondo, sondean y
filtran mientras cae el sol y definen el partido a la noche con alguien
que, de alguna manera, ya conocen.
Hasta hace poco tiempo, formar parte de un sitio de citas online generaba prejuicios: “voy a parecer una soltera en oferta”, “seguro que los hombres que están ahí pierden aceite”, “si me encuentra alguien del trabajo me muero”. Pero en sólo dos años, Tinder y su fórmula hicieron metástasis por los smartphones del mundo: según sus creadores, hay 13 millones de “matches” (coincidencias entre dos personas que se gustan) por día. ¿Tanto? “Sí. Yo, de repente, empecé a ver mucha gente normal -dice Cinthia (24) y hace comillas con los dedos-, teniendo citas a lo loco por Tinder. No eran nerds ni desesperados. Y me puse a pensar: los que están en pareja no pueden participar porque te escracha y yo, soltera, me la estaba perdiendo por prejuiciosa”, sonríe.
Levantar por Tinder pone en interacción a otras redes sociales y chats. Funciona así: se baja al celular y se sincroniza con los datos públicos de nuestro perfil de Facebook: no, no aparece nada en el muro. Sólo arma un perfil nuestro en base a nuestros amigos, intereses, edad, viajes, y a nuestra ubicación. En base a eso y a nuestras preferencias –podés elegir rango de edad y que esté cerca, en la playa– aparece un catálogo personalizado de gente que podría ser compatible: si no te interesa deslizás la foto hacia la izquierda, si te gusta apretás corazón verde. Cuando dos usuarios se califican con corazón, pueden chatear.
Martina (22) está usando Tinder en vacaciones: “Tenés mas opciones, no te quedás con el único que se animó a encararte. Elegís primero si está bueno y después, cuando pasás a whatsapp, medís otras cosas: si es un tarado, psycho killer, gracioso. En esta instancia, lo descartás si tiene muchas faltas de ortografía: sino, limpiaparabrisas”, se ríe. “También te ahorrás tener que comerte dos horas de chamuyo de alguien que no te interesa: cuando llegás al boliche la mitad del levante está hecho y es raro que te vayas con manos vacías. Además me da tranquilidad: estás fuera de tu ambiente, pero vas a la cita sabiendo más o menos quien es, qué hace, tenés amigos en común en Facebook, tenés su contacto”.
Los usuarios de Tinder dicen que el código es que no haya vueltas: “Mientras no hay un encuentro cara a cara no te exponés, entonces no hay frustración ni rebote. ¿No te gustó? Next”, dice Mariana (30), mientras en las playas del sur de Pinamar. Joaquín (22), el único que se anima a opinar de los varones, interrumpe: “A mí me parece que las vacaciones se pueden convertir en una gran fiesta, podés conocer también en la playa: abrís el Tinder, ves quién está cerca y apuntás”.
También tiene sus detractores: “Me parece levante de laboratorio: no tiene espontaneidad, miradas, no sabés si es un tanque. La gracia es descubrir a la otra persona, no pedirle un CV antes de chapar”, opina Esteban (36) en La Luna, adonde vienen mayores de 25.
La noche comienza y Gustavo Palmer, histórico DJ y alma del boliche Ku, lo dice: “Comienza la noche en Pinamar”. Para algunos esta noche será como en los viejos tiempos: tratar de hablar con alguien, convidar trago, bailar, probar con un beso. Otros habrán venido con el camino allanado: es la hora de concretar lo que ya empezó hace rato. w
Hasta hace poco tiempo, formar parte de un sitio de citas online generaba prejuicios: “voy a parecer una soltera en oferta”, “seguro que los hombres que están ahí pierden aceite”, “si me encuentra alguien del trabajo me muero”. Pero en sólo dos años, Tinder y su fórmula hicieron metástasis por los smartphones del mundo: según sus creadores, hay 13 millones de “matches” (coincidencias entre dos personas que se gustan) por día. ¿Tanto? “Sí. Yo, de repente, empecé a ver mucha gente normal -dice Cinthia (24) y hace comillas con los dedos-, teniendo citas a lo loco por Tinder. No eran nerds ni desesperados. Y me puse a pensar: los que están en pareja no pueden participar porque te escracha y yo, soltera, me la estaba perdiendo por prejuiciosa”, sonríe.
Levantar por Tinder pone en interacción a otras redes sociales y chats. Funciona así: se baja al celular y se sincroniza con los datos públicos de nuestro perfil de Facebook: no, no aparece nada en el muro. Sólo arma un perfil nuestro en base a nuestros amigos, intereses, edad, viajes, y a nuestra ubicación. En base a eso y a nuestras preferencias –podés elegir rango de edad y que esté cerca, en la playa– aparece un catálogo personalizado de gente que podría ser compatible: si no te interesa deslizás la foto hacia la izquierda, si te gusta apretás corazón verde. Cuando dos usuarios se califican con corazón, pueden chatear.
Martina (22) está usando Tinder en vacaciones: “Tenés mas opciones, no te quedás con el único que se animó a encararte. Elegís primero si está bueno y después, cuando pasás a whatsapp, medís otras cosas: si es un tarado, psycho killer, gracioso. En esta instancia, lo descartás si tiene muchas faltas de ortografía: sino, limpiaparabrisas”, se ríe. “También te ahorrás tener que comerte dos horas de chamuyo de alguien que no te interesa: cuando llegás al boliche la mitad del levante está hecho y es raro que te vayas con manos vacías. Además me da tranquilidad: estás fuera de tu ambiente, pero vas a la cita sabiendo más o menos quien es, qué hace, tenés amigos en común en Facebook, tenés su contacto”.
Los usuarios de Tinder dicen que el código es que no haya vueltas: “Mientras no hay un encuentro cara a cara no te exponés, entonces no hay frustración ni rebote. ¿No te gustó? Next”, dice Mariana (30), mientras en las playas del sur de Pinamar. Joaquín (22), el único que se anima a opinar de los varones, interrumpe: “A mí me parece que las vacaciones se pueden convertir en una gran fiesta, podés conocer también en la playa: abrís el Tinder, ves quién está cerca y apuntás”.
También tiene sus detractores: “Me parece levante de laboratorio: no tiene espontaneidad, miradas, no sabés si es un tanque. La gracia es descubrir a la otra persona, no pedirle un CV antes de chapar”, opina Esteban (36) en La Luna, adonde vienen mayores de 25.
La noche comienza y Gustavo Palmer, histórico DJ y alma del boliche Ku, lo dice: “Comienza la noche en Pinamar”. Para algunos esta noche será como en los viejos tiempos: tratar de hablar con alguien, convidar trago, bailar, probar con un beso. Otros habrán venido con el camino allanado: es la hora de concretar lo que ya empezó hace rato. w
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