domingo, 29 de noviembre de 2015
ACOMPAÑANDO A “BECHO” HISTORIA DE UN VIOLÍN. Por Julio Dornel.
Escritor y periodista Julio Dornel
En los próximos días don Lucio Ferreira cumplirá sus primeros 94 años, con la esperanza de llegar al siglo, con el vigor y la vitalidad que siempre le han acompañado. El eco de otros tiempos nos llega con claridad, a través del relato ameno y con estilo propio, fundamentalmente cuando transita por los caminos polvorientos de un pasado que ha dejado huellas en varias generaciones. Ya no le teme a la soledad que comparte con su hijo desde hace algunos meses, disfrutando de la dulce serenidad de la vejes, aunque tenga que recurrir a una lupa para la lectura. Al comenzar la nota se nos presenta con un viejo violín y una historia muy particular.
“Este violín se lo regalaron a un hermano de Manolo Pereyra, pero no le gustó y sus padres resolvieron rifarlo entre los conocidos y comprarle otro. Se colocó dentro de los sobres un papel con el precio que deberían pagar los participantes. No sé hasta el día de hoy, si el sorteo se realizó con “normalidad”, pero de esta manera el violín terminó en mis manos. Tuve que aprender de inmediato ante la eventualidad de que mi padre lo pudiera vender. De esta manera cuando “Becho” Eismendi comenzó a venir a La Barra con ocho años de edad, se quedaba con su familia en el Hotel de mi padre en 18 de Julio. Años más tarde nos encontramos con Becho en La Barra y tocábamos juntos en reuniones familiares y en el club de don Pedro Veró. Cabe señalar que por aquellos años no existían caminos ni medios de transporte para trasladarnos al balneario, cosa que hacíamos en el carro de Rogelio Hernández. Mi padre realizó varios emprendimientos pequeños y uno de ellos fue proporcionar hospedaje a las personas que por distintas razones debían permanecer en el pueblo, cosa que hacían fundamentalmente los viajeros que procedentes de Montevideo visitaban el comercio local. Por aquella época se hospedaban en casas de familia, hasta que mi padre a instancias de algunos vecinos inauguro un pequeño hospedaje en la década del 30. Para ello fundó una cooperativa integrada por vecinos, mediante un aporte de 50 pesos cada uno. De esta manera surge el primer “hotel” de 18 de Julio, con el nombre de HIPAVAN, sigla muy complicada que significaba HOTEL INSTALADO POR ACCIÓN VARIOS AMIGOS MÍOS, teniendo en cuenta que cada uno había aportado 50 pesos. Las camas y los colchones los aportó el “Turco” Nochín, deuda que también contrajo mi padre. Uno de los clientes más importantes era un vasco francés llamado Domingo Alsin, corredor de comercio que recorría 18 de Julio, Chuy y San Luis, con un carro lleno de mercaderías, entre las que sobresalían las prendas de vestir y herramientas para la campaña. Cabe señalar que en años anteriores la mercadería llegaba a la zona en el vapor LAGUNA MERIM por el arroyo San Miguel, y recién en el 45 cuando se marcó el trazado de la ruta 9, apareció don Luis Gómez, con un camioncito chico viajando hasta Montevideo. El mencionado vapor procedía de Santa Vitoria, Pelotas y Porto Alegre, cumpliendo una etapa muy importante en el transporte de mercaderías desde Brasil, y regresando con frutos del país, cueros y lanas del norte rochense. Corresponde señalar también – dijo Ferreira- que por aquellos años las oficinas públicas estaban localizadas en 18 de Julio, entre ellas la Junta Local desde 1917, y la escuela en 1898, mientras el Juzgado de Paz a cargo de Enrique de Huelmo, lo hacía fuera de la planta urbana”. En las notas gráficas, el viejo violín con sus cuerdas colgadas y clavijas ausentes, activan la imaginación para que don Lucio pueda evocar algún tema que en la década del 40 acompañara a Becho en algún rancho de La Barra.
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