Se podrá discrepar con Esteban Valenti por
muchos motivos, pero nadie puede negar
la
lucidez y la habilidad políticas que suelen acompañarlo.
En los últimos tiempos, en especial desde que
se inició la investigación sobre ANCAP, se ha vuelto una voz crítica de ciertos
aspectos de la gestión oficial. Al punto que Danilo Astori declaró que “hace
tiempo que no nos representa”, poniendo fin, así, a su papel de vocero público del
Frente Líber Seregni.
Despojado de esa representatividad, Valenti
arreció en las críticas, hasta que en una columna publicada esta semana, “El
tobogán ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?”, resumió sus discrepancias y formuló
sombrías advertencias respecto al futuro del Frente Amplio.
En lo esencial, sostuvo que: 1) el gobierno y
el Frente Amplio están perdiendo credibilidad y van “mal, muy mal”; 2) la causa
principal de esa situación, según él, es el crecimiento del MPP, una fuerza que
(siempre según Valenti) no fue fundadora del FA, no es seregnista, y, fiel a
sus orígenes en el MLN, tiene como proyecto y método político el puro ejercicio
del poder; 3) los sectores no “emepepistas” (el Frente Líber Seregni y el
Partido Socialista), que debían oficiar como contrapeso, fueron cediendo por
debilidad ante el empuje arrollador del MPP, hasta que “se ladeó el bote de
forma insoportable”; 4) lo que pasó en ANCAP, y “otras cosas” no son sólo
responsabilidad de Raúl Sendic sino del gobierno (de Mujica) “que se lo
permitió e incluso lo alentó”; 5) hay un debilitamiento de “los factores éticos
en el FA”, ejemplificado en el concepto de que “lo político no sólo está por
encima de lo jurídico sino también de lo moral y ético”, debilitamiento ético que
abarca a militantes y sindicalistas y que, según Valenti, acarrea el
vaciamiento ideológico de la izquierda, el avance de la derecha y el “robo de
la esperanza” de la gente; 6) reconoce el estancamiento del FA, la falta de
políticas educativas y sociales, y desliza: “quisimos arreglar todo con
crecimiento y plata”; 7) para concluir, se pregunta: “¿perderemos las
elecciones?”, y se responde que ello dependerá de que surja dentro del Frente
un sector que haga contrapeso al poder del MPP, fuerza de la que, pese a todo,
no cree conveniente separarse” todavía”.
Voy a permitirme coincidir con Valenti en
algunas cosas y discrepar en otras, como lo hemos hecho tantas veces en
“tertulias” y “mesas”.
Coincido (¿y quién no?) en la constatación de
la creciente pérdida de credibilidad del Frente Amplio a través de sus
sucesivos gobiernos. Coincido también en que lo que Valenti llama
“debilitamiento ético” (creo que podemos hablar ya de corrupción, con todas las
letras) es un factor importantísimo –aunque no el único- de esa pérdida de
credibilidad. Y, por supuesto, estoy de acuerdo en que la carencia de un
proyecto político coherente ha sido suplida por una penosa rebatiña de cargos y
posiciones de poder.
Discrepo, en cambio, en que el MPP sea el
único responsable de esos fenómenos.
Mi decepción con el MPP, sector al que voté en
2009, es enorme. Creo que aún no nos damos cuenta del daño que nos causó el
“estilo Mujica”. La total incomprensión del fenómeno institucional y la
creencia de que cualquier arreglo político puede pasar por arriba de las reglas
y de los procedimientos establecidos como garantía son caries culturales de las
que nos costará mucho liberarnos. Pero, ¿el MPP actuó solo?
¿Dónde estaban el vicepresidente, los
ministros, los senadores y los diputados frenteamplistas no mujiquistas
mientras que Mujica gobernaba? ¿Quién firmaba con él los decretos, quién votaba
las venias y le daba las mayorías parlamentarias? ¿Son Mujica y el MPP los
principales responsables de los escándalos de Casinos y PLUNA? ¿Alguien en el
gobierno reaccionó ante el hecho gravísimo de que casi dos tercios de los
chiquilines no terminan secundaria? ¿Quién dirigía la economía mientras que
Mujica presidía? ¿Quién impulsó las políticas de inversión extranjera, sobre
todo en materia agrícola, que, entre otras cosas, han dañado la tierra y echado
a perder el agua potable? ¿Quién les concedió exoneraciones tributarias a las
megainversiones y les asignó zonas francas y puertos, en tanto los demás uruguayos
pagamos impuestos altísimos? ¿Quién nos endeudó a todos, elevando la deuda
pública a más de 50 mil millones de dólares? ¿El Ministerio de Economía no
sabía lo que pasaba en ANCAP? ¿Cuál fue su postura ante la creación y la
adjudicación de las obras de la regasificadora y de la maraña de empresas
colaterales (privadas pero con capital público) que hoy rodean a los entes del
Estado?
El problema no es sólo el MPP, sino el Frente
Amplio, o al menos la cúpula que lo representa en el gobierno. Es que el modelo
económico y social impulsado, la apuesta a la inversión extranjera, desprolija
e inequitativamente manejada, la carencia de proyectos nacionales , frustra
inevitablemente a la mayoría de los uruguayos, a los que les propone consumir,
si pueden, o vivir de las dádivas del Estado (la “plata con que se quiso
arreglar todo”) mientras esperan el derrame de riquezas que deberían provocar –y
no provocan- las multinacionales.
Finalmente, Valenti se pregunta: “¿Vamos a
perder las elecciones?”
Cabe preguntarse quiénes perderían las elecciones.
¿Los responsables del “debilitamiento moral”? ¿Los “militantes, sindicalistas y
gente común” que padecen ese “virus mortal” de anteponer lo político a lo
ético? ¿Los que han querido “arreglar todo con crecimiento y plata”?
Si la situación es como Valenti la describe –y
yo creo que lo es- que el Frente Amplio perdiera las elecciones debería ser el
menor de los problemas, incluso para los frenteamplistas. Lo verdaderamente
grave es la degradación a la que ha llegado el Frente en sólo once años de gobierno
y la destrucción que puede causar en los cuatro años que le quedan. Ese, en
realidad, está lejos de ser sólo un problema de los frenteamplistas. Es un
problema de todos los uruguayos.
La parte más dura del asunto es que todos, en
el fondo, como ciudadanos, somos un poco responsables. Unos, por haber apostado
otra vez al actual Frente Amplio sin exigirle nada; otros, por no haber sabido pensar
ni construir alternativas convincentes.
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