miércoles, 16 de marzo de 2016

Wilson Por Leopoldo Amondarain




Hace 28 años los blancos perdimos a Wilson. Tuvimos el privilegio de conocerlo y participar del Movimiento Por la Patria a los muy pocos días de su primigenia sede de la calle Yí, donde con algunos compañeros de la Juventud Nacionalista de la época fuimos a adherirnos políticamente. Recuerdo su sonrisa amplia y su humor permanente con la facilidad talentosa de plantear soluciones en la situación reinante dentro y fuera del Partido. En el momento en que el Frente Amplio surgía con fuerza y vitalidad, propia de toda cosa nueva, Wilson renovó ideológicamente al Partido Nacional. En un momento muy especial cuando la ciudadanía, particularmente la juventud, estaba superlativamente politizada. Los centros cívicos, clubes, etc. como las ”peñas ideológicas” y los ateneos y los bares incluso del centro, proliferaban siendo verdaderas “pulseadas” donde se discutían las más reformistas y revolucionarias hasta las tesis más conservadoras de los diferentes movimientos políticos. Los blancos veníamos de una derrota manifiesta y con un staff político viejo, demasiado conservador y hasta, en algún caso, decadente. Wilson fue una “pampereada” doctrinaria no sólo renovadora sino revolucionaria. “Nuestro Compromiso Con Usted” base doctrinaria medular es su verbo y se adelantó a todo movimiento de izquierda del momento. Todos los partidos, incluyendo el “pachecato” y demás movimientos colorados, presentaron proyecto de reforma agraria. El único científicamente hecho, realista, posible y racional fue el de Wilson. Los demás fueron en su absoluta mayoría, justificantes circunstanciales de posiciones que no querían quedar en su momento de efervescencia revolucionaria posando de reaccionarios o conservadores. La nacionalización de la banca tema también vital después de varias y acostumbradas -hasta hace poco- quiebras bancarias, como el comercio exterior, fueron encaradas con valentía, audacia e imaginación. No cabían argumentos progresistas en contra. La oposición conservadora, atrincherada como de costumbre en el coloradismo, en la que tallaba en su apogeo tanto Julio María como Don Jorge, argumentaba y tachaban de comunista a Wilson. Las dos “cavernas” periodísticas de ambos partidos, El Día y El País, directa o subliminalmente insinuaban que de ganar Wilson, poco menos que el “muro de Berlín” se instalaría en 18 de Julio. Tanto fue el odio y temor despertado por sus posiciones reformistas que advenido el golpe, el periódico “caganchero” (El País) publicaba ostentosa y satisfechamente su foto de “requerido” como vulgar delincuente en el gobierno de facto. O sea el quebranto institucional para esa “prensa” y los intereses que representaba fue un verdadero alivio, no solo por la caída de los tupamaros sino por el peligro que representó Wilson con sus ideas. Ideas revolucionarias que atacaban los grandes latifundios improductivos, las multinacionales banqueras, los grandes capitales, la influencia imperial innegable de los EE.UU., representada en lo personal por aquella figura siniestra de su embajador “Siracusa” técnico en los golpes de estado en América Latina. Lo que sobrevino después sería reiterativo señalarlo. Lo que sí no se dice, pues no interesa en la interna señalarlo, es la importancia que tuvo en el Partido Blanco su incidencia. Cuando surge con proyección propia, se venía de una derrota ignominiosa ante el coloradismo que quería representar un cambio que no era tal. Si bien es cierto que la muerte de Gestido, un hombre de derecha manifiesta con imagen autoritaria, hizo agravar la situación con el arribo de Pacheco. El nacionalismo no presentaba ninguna opción de cambio más allá, como pasó con alguna coalición, de la “triste” posición de apoyar el oficialismo pachequista. Wilson en cambio, no solo encaró la crisis con coraje y posiciones distintas y posibles, sino que denunció las corrupciones “tapadas” en sus famosas interpelaciones parlamentarias, fue sin duda el dique de contención de la juventud blanca, que muchos de ellos desilusionados de la dirigencia comenzaban a trasladarse hacia el Frente Amplio, era otra opción de cambio. Wilson recuperó el nacionalismo y supo mantenerlo incluso en el exilio. En la lejanía obligada seguía una opción renovadora. Fallece joven y en momentos que su presencia era vital para su Partido, que sin él estaba anquilosado, en viejas, algunas por edad y otras por ideas, figuras que eran ostensiblemente enemigos en lo interno. Si bien se heredó por unos años su influencia, que fue aprovechada convenientemente, ayudó a un triunfo electoral casi inmediato, la derechización del Partido se volvió notoria. Parecido a lo que sucedió en épocas de Gestido. Figuras de otros sectores en su mayoría gastadas, comprometidas con el establishment clasista político, que eran ideológica y materialmente comunes a los intereses del batllismo, despersonalización notoria partidaria con la mimetización de argumentos con el coloradismo y una falta de esperanza para ser distintos y ofrecer soluciones a la ciudadanía. Lo único de su ideario revolucionario que surgió en el futuro fue el senador Larrañaga. El resto, ya lo he dicho, son variantes de una misma partitura, instrumentación de conservadurismo y algunos malos hábitos batllistas. El término revolución que siempre nos gustó a los blancos y lo sentimos y que Wilson usó con honradez intelectual, hay que reflotarlo para crear aquella mística de esperanza como lo hizo él, continuada en el senador sanducero, debemos cerrar filas todos los nacionalistas radicales de todos los pelos que sientan la Patria como hizo él, o se corre el riesgo real de que oligarquías decadentes vendan el futuro de la Nación al imperialismo. ¡Hay patria para todos o no hay patria para naides! ¡Lo dijo Saravia, lo reafirmó Wilson!




Leopoldo Amondarain
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