jueves, 28 de abril de 2016

Oda a la alegría (I) por Antonio Pippo



Búsqueda

No fueron sus padres —que, sin embargo, eran apasionados bailarines de tango que se presentaban a cuanto concurso había—, sino su abuelo quien dio el impulso inicial hacia la música a Mariano Alberto Martínez, el mayor de siete hermanos nacido en San Telmo, Buenos Aires, el 18 de febrero de 1918. Cuando apenas tenía siete años la familia se mudó a Tres Arroyos, donde ese abuelo, amante de la música clásica, le pagó estudios en un conservatorio.

—Lo triste fue cuando el profesor me mandó a casa, diciendo que no quería robar la plata porque a mí no me interesaba la música clásica. ¿La verdad? Me costaba la clave y, a esa edad, quería jugar a la pelota, nada más. Fue una desilusión familiar.

Pero la vida da vueltas inesperadas.

En 1925 la familia Martínez vuelve a Buenos Aires, al barrio de Flores. Y ahí ocurre el milagro. En la esquina había un almacén y la hermana del dueño enseñaba piano: —Un día me asomé a una ventana y vi a una niña tocando aquello que yo no había podido aprender. Sonaba bellísimo y enloquecí. El almacenero me propuso aprender con la hermana: en secreto acordamos que me sacaría cien gramos de cada compra hasta completar los cinco pesos que costaba la clase. Aprendí como un desesperado. Al año me recibí de maestro de música. Tenía solo diez años y aquel adorable almacenero nunca me sacó un gramo de nada.

Los Martínez siguieron con su vida errante —el padre era viajante de comercio— y volvió a mudarse, esta vez a Lanús Oeste. Paralelamente, se iba definiendo el futuro camino artístico de Mariano Alberto: le compraron otro piano y siguió los estudios con el maestro D’Andrea, aunque en 1929 viajaron a España en busca de mejores horizontes; pero el pibe siguió perfeccionándose y obtuvo nada menos que una beca en la Universidad de Salamanca. Lo presentaban como niño prodigio llamándolo “Lolo, el compositor relámpago”, ya que improvisaba canciones con dos o tres notas que le proponía el público.

Angustiados por la inminente guerra civil española, regresaron a Buenos Aires en 1935, un año decisivo. Mariano Alberto, conmovido por todo lo que vio en su país a raíz de la muerte de Gardel, y por su curiosidad de jovencito inquieto, comenzó a escuchar a aquel cantor tan querido y fue como una revelación: —Me envolvió esa voz, me encantó, sobre todo cuando cantaba las letras de Lepera.

Al año siguiente, muy joven, murió el padre. Mariano Alberto, que ya había cumplido 18 años, tuvo que salir a “parar la olla”: consiguió trabajo como pianista en el café Vicente, en Corrientes al 900 y Pellegrini. Tocaba música internacional y regresó al estudio con Luis Rubinstein, pero ya para dominar el tango. Y fue en esa academia donde conoció a las hermanas Myrna y Margot Moragues, que habían formado el dúo Las Hermanitas Mores. Mariano Alberto se enamoró perdidamente de Myrna; al poco tiempo nació El Trío Mores, incorporándolo, y él compuso su primer tango, Cuartito Azul.

—Fue mi primera novia. A ella le dediqué ese tango, que tiene letra de mi amigo Mario Battistella. Para estar cerca de mi amor alquilé un cuartito en Villa del Parque. Lo pinté con cal coloreada de azul. De ahí el título.

Ese día, además, adoptó formalmente el apellido artístico de su novia, luego esposa, y nació uno de los más grandes pianistas, compositores, actores, directores de orquesta y productores de la historia del tango, Mariano —Marianito— Mores, transformado en una leyenda a partir de su muerte reciente, a los 98 años, el 11 de abril de este año, de la que informó Búsqueda en su edición anterior.

—Quería ser un compositor de tango diferente a los demás. Con esa idea ideé Cuartito Azul, que es muy romántico y afrancesado. Entonces encontré al Mariano Mores que yo quería, con más romanticismo que carga dramática, un camino que, puedo decirlo, nunca abandoné.

Tocó con grandes músicos y orquestas y con agrupaciones propias hasta casi el final de su vida y con una vitalidad sorprendente, recorrió el mundo varias veces, compuso decenas de tangos con los más distinguidos letristas, produjo gran cantidad de revistas musicales, actuó en cine y televisión, recibió 26 Discos de Oro y Platino y, en una votación del año 2000, en Argentina, fue electo “Mejor compositor de tango del siglo” y su tema Taquito militar recibió la distinción de “Mejor milonga del siglo”. También fue nombrado Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires.

Pero esa es la otra parte de la historia, que también está para contarse.

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