martes, 13 de septiembre de 2016

¿EL URUGUAY QUE QUEREMOS? Por Martín Valdez Vega



 Edil Departamental/Lista 84 P.N

    En cada campaña electoral se repite de manera sistemática por quien se postula a conducir al País que sueña con un país prospero, que incluya a cada rincón del territorio, que contemple al interior profundo cuyo único sueño es progresar y aportarle algo al país desde sus orígenes mismos. Pero lo cierto es que una vez que se apagan los micrófonos, se escrutó el último sobre, se traspasó la Banda Presidencial y la cuenta regresiva de cinco años comienza a andar, ese discurso de campaña cada vez se aleja más de lo que son las políticas que emplea el gobierno. Y ojo que con pasear el circo del Consejo de Ministros en una gira nacional no es incluir, ni impulsar a un país; es simplemente una buena excusa para lograr mantener una campaña electoral encendida pero con el telón institucional que sirve para evadir cualquier ataque.
    Esa introducción que se acaba de realizar sirve para contextualizar lo que sucede en el Pueblo de Velázquez, histórico pueblo de nuestro Departamento que cada vez se aleja más del país de la inclusión financiera.
    Hace unos cuantos días atrás, el pueblo velazquence fue convocado a reunirse con las autoridades del sindicato bancario dada la situación de recorte horario de la sucursal del Banco República en esa localidad. Situación que ya hace un año persiste y las autoridades propias del Banco País no han dado la cara por ello. Ante tal situación me parece correcto analizar lo que ésta deja al descubierto.
    Pues bien, lo primero es que según la versión del sindicato, los recortes se deben a que hay sucursales que no dan los suficientes movimientos que justifiquen su apertura semanal. En función de ese argumento -bastante pobre, a decir verdad- resulta lógico preguntarse por qué motivo no enfocamos la atención de transacciones -en incluso de pérdida- a las sucursales que el Banco tiene en el extranjero, por ejemplo: la sucursal Buenos Aires y San Pablo, ambas no sólo mantienen pocos movimientos sino que como un plus, casi paradójico, cierran cada día con pérdida para la banca. Como otro ejemplo, cuántos movimientos más puede tener una sucursal que se aloja en un shopping de nuestro vecino Departamento en comparación con la que mantiene la de pueblo Velázquez. Parece ser entonces que la mira del gobierno nacional (que apoya, evidentemente, a la mayoría del directorio del BROU) y del gobierno del Banco República está puesta en castigar a los pequeños pueblos uruguayos únicamente por una cuestión demográfica.
    Por lo dicho, queda claro que la visión oficial es que a menor cantidad de transacciones, menor cantidad de horas de atención al público. Y aquí está la segunda capa protectora del oficialismo cuando argumentan -argumento aún más pobre que el primero- que no es necesaria la atención personificada cuando existen los cajeros automáticos. Y eso es verdad, pero también es verdad que el cajero automático traga las tarjetas, comete equivocaciones en las transacciones descontando montos incorrectos o queda fuera de servicio. Entonces la pregunta obligada aquí es: ¿cómo hace ese vecino que va el día en que la sucursal está de puertas cerradas a retirar efectivo (además contemos que ya no se puede retirar menos de $500, lo cual no contempla la realidad de muchos) y su tarjeta queda trabada o el cajero por alguna imperfección queda fuera de servicio? Es simple, como antiguamente se decía: "agua y ajo" hasta que el Banco País, el de los 120 años al servicio de los uruguayos, abra sus puertas y le realice los trámites de rutina ante esos hechos.
    Dicho esto, nuestra posición es clara. El Banco República tiene no solo el deber sino la obligación de retractar su medida porque, incluso, atenta a la misión con la que fue creada el Banco (Brindar servicios financieros accesibles a toda la población, estimular el ahorro y fomentar la producción de bienes y servicios contribuyendo al desarrollo productivo, económico y social del país). No podemos esperar un país inclusivo cuando las medidas son tomadas con visión centralista tal como lo hicieron aquellos tan criticados por los actuales gobernantes, y tan imitados una vez que llegaron al gobierno. No podemos esperar un país productivo cuando le negamos las posibilidades a que los pequeños productores de la zona tengan acceso a un pequeño crédito para sus actividades. No podemos aspirar a un país ágil y desarrollado cuando la banca financiera estatal es un obstáculo para que, incluso, desde las pequeñas localidades casi perdidas de nuestro País se comercialice y se aspire a la competitividad. No podemos esperar que la seguridad mejore cuando obligamos a que muchos vecinos de zonas aisladas, y no tan aisladas, duerman con lo logrado por su trabajo bajo su cama a la espera de poder realizar depósitos.
En síntesis y reiterando, no podemos esperar. Es hora de exigir que la inclusión y la descentralización sea en serio. En serio y ¡YA!.

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