jueves, 15 de septiembre de 2016

MACHADO X MACHADO. “RECORDANDO A MI PADRE “PECOS BILL”. Por Julio Dornel.



                                 Escritor y periodista Julio Dornel

En varias oportunidades hemos intentado recoger antecedentes que nos dieran la oportunidad de rendir tributo a uno de los escritores que sin ser de Chuy, participó durante varias décadas en la búsqueda de una identidad ciudadana todavía no lograda. Wilkins Machado nació en Melo junto al arroyo Conventos de Juana de América, pero llegó muy joven a este enclave fronterizo, con la misión de custodiar desde la receptoría de aduana los intereses del país. Sin embargo nos estaban faltando algunas piezas para desentrañar el misterio que rodeó su tránsito en el ámbito familiar. Por ese motivo recogemos hoy el testimonio de Tabaré (su hijo) quien desnuda al hombre para ofrecernos una versión más humanizada del querido integrante del Equipo Frontera Chuy.

MACHADO POR MACHADO.

“Es difícil hablar de mi padre… un ser humano especial, ni mejor ni peor que el promedio, pero con un sello original que lo hizo (con tres o cuatro trazos de inigualable color) diferente y singular en su modo y estilo de vida.
A muy temprana edad tuvo la ‘osadía’ de hacerle un chiste a su padre luego de un clásico (ambos eran fanáticos de equipos diferentes) y al ser reprendido con un: ‘no eres digno de vivir en esta casa’ decidió irse sin despedirse de su Melo natal para llegar al Chuy y allí establecerse. Cuando solía narrarnos esa anécdota las lágrimas aparecían de forma inevitable al sentir en carne propia el momento vivido, pero en la vida nada se da por casualidad sino por causalidad y fue allí donde fundó y estableció su familia. 
De firmes convicciones, con un don inigualable para la poesía, historiador, funcionario público ejemplar, con dotes de entrenador de fútbol (una de sus grandes pasiones), enérgico, apasionado e impulsivo, vivió con total intensidad y transmitió con magnífica sencillez los sentimientos que acunaba.
Creo, sin temor a equivocarme, que le hubiese gustado ser recordado como el personaje de una canción que siempre nos cantó a sus hijos, sobrinos, nietos y nietas y que es reconocida en la familia prácticamente como su huella digital: “Pecos Bill”…
Pecos Bill fue una de las figuras míticas más representativas del vaquero del Oeste americano. Fue inventado por el escritor Edward J. O'Reilly en 1923 y la canción que lo encarnaba iniciaba diciendo así: “Pecos Bill fue un súper hombre en todo Texas y por más que se hable de él no es presumir. Era el vaquero más valiente, más terrible e indomable, ese vaquero era el famoso Pecos Bill”...  Y así quiero recordarlo hoy y siempre: auténtico, singular, valiente e indómito, con una prolífica vida que dejó un vestigio indeleble en las personas que conoció. Por eso, al igual que en la canción de Pecos Bill, que narra diferentes situaciones que interpretan fielmente al personaje quiero yo dejarles algunas anécdotas que pintan de cuerpo entero a quien era mi padre…

Anécdota 1.-              
Lecciones que no se olvidan…
La honestidad u honradez es, sin dudas, una de las mayores cualidades que puede tener un ser humano y una de las más apreciadas, porque en ella se basa y descansa cualquier relación entre semejantes. La honestidad consiste en comportarse y expresarse con coherencia, sinceridad y de acuerdo con los valores de verdad y justicia, expresando respeto por los demás y por uno mismo.
En un mundo como el de hoy, donde la competencia es total, el poder corrompe, la economía manda, el placer se impone  y la conveniencia personal prima largamente sobre otros valores, la honestidad pasa a ser una virtud superlativa, que es valorada y respetada en grado máximo, porque brinda algo que escasea en la sociedad actual: confianza total y absoluta.
Hace muchísimos años atrás, cuando apenas tenía seis años, mi padre me dio una lección práctica e inolvidable sobre lo que significa la honradez u honestidad, una lección que jamás olvidaré y que marcó a fuego el resto de mi existencia…
Vivíamos en un pequeño pueblo en la frontera de dos países y mi padre era el principal de Aduanas. Un domingo tuvo que ir a cumplir  un trámite administrativo a las oficinas porque alguien se trasladaba de un país a otro y me llevó con él. Para llegar a su oficina debíamos recorrer un largo pasillo donde había depósitos repletos de mercadería y quiso el destino que cerca de una de las puertas de esos depósitos  había quedado olvidada, quien sabe por qué, una reluciente cajita de chicles que contenía tan solo dos unidades. Muy pequeña e insignificante para todos, pero en mis ojos refulgió como un gran tesoro… Cuando llegamos hasta donde estaba la cajita me agaché a buscarla, saboreando por anticipado el momento de disfrutar de la golosina, cuando mi padre secamente me paró y me dijo: “¿qué haces?”… Su voz retumbó en el silencio del lugar y aun hoy me parece escucharla clara y diáfanamente… Yo le dije con total inocencia, “iba a recoger la cajita de chicles para…”, pero mi padre ni siquiera me dejó terminar la frase y con mayor énfasis que la primera vez, me dijo más fuerte aun: “¿Acaso es tuya?”…
Sin entender aun por qué mi padre me impedía agarrar la cajita de chicles y frustrado por el momento le dije: “no, ¿pero quién va a saber que la agarré?” Y mi padre me dijo: “voy a saber yo y con eso basta… jamás agarres lo que no es tuyo… esa es la mejor manera de que, al llegar la noche, pongas la cabeza en tu almohada y duermas en paz con tu conciencia”… En la tarde mi padre culminó su gran enseñanza comprándome una cajita de chicles y diciéndome: “este si puedes disfrutarlo porque es tuyo, yo te lo regalo”… En realidad me regaló algo más que una golosina, me obsequió una  lección práctica e inolvidable de cómo se debe proceder en la vida.
Han pasado muchos años de aquel momento, ya mi padre no está físicamente conmigo, pero sus enseñanzas las llevo grabadas a fuego en mi corazón porque me han permitido ver la vida desde otra perspectiva, donde la honradez, la honestidad y la confianza son el puntal donde descansa la relación con los demás… Ojalá esa forma de enseñar tan gráfica y contundente  algún día pueda transmitírsela a mis hijos porque son lecciones que no se olvidan…

Anécdota 2.-                         
Un ingrediente especial…
La alquimia con la que tratamos de recomponer a diario nuestra maltratada vida necesita de un ingrediente muy especial, sustancial diría yo, para que todo funcione correctamente y tengamos el aliciente de seguir adelante. ¿Cuál es? El estímulo, esa señal externa o interna capaz de provocar una reacción que nos lleve un paso más allá de donde estamos. Si el aliento falta, el espíritu decae y la confianza se mella, porque falta el combustible que hace funcionar el alma. 
Si será importante el estímulo que, cuando fallamos en algún intento, su impulso se convierte en la energía que necesitamos para volver a intentarlo nuevamente sin desmayo y con mucha fe.
Así me enseñó mi padre hace mucho tiempo con una lección práctica y sencilla de lo que puede hacer por nosotros esa señal de confianza. Fue un mediodía de primavera, mi padre me había invitado a pasar un ‘día de hombres’ como solía decirle él a un día nosotros dos solos…
Yo apenas tenía seis años y nos fuimos a la playa a comer carne asada. Cuando se acercaba la hora de almorzar mi padre me dijo que juntos íbamos a preparar la ensalada así que, mientras él lavaba y picaba los tomates yo debería ayudarlo a lavar la lechuga… Me dio una jarra con agua y yo comencé a mojarla pero casi al terminar se me escapó de la mano y fue a parar a la arena. La levanté raudamente y traté, con la poca agua que quedaba de limpiarla nuevamente, pero fue imposible.
Con el orgullo herido y sin querer mostrarle el fallo a mi padre le llevé la lechuga sin decirle nada. Él la picó y la agregó al resto de las verduras y en poco tiempo ya estábamos listos para comer. Mi padre sirvió para cada uno un gran trozo de carne y ensalada como acompañamiento. Cuando probé un bocado de las verduras los granitos de arena crujieron en mi boca desagradablemente así que, con disimulo, di vuelta el plato y me enfoqué solo en la carne.
Al cabo de un rato mi padre me preguntó: “¿no comes ensalada?”  Y yo le respondí algo así como: “no, no tengo ganas”. Entonces él me miró, se sonrió y me dijo, “Está bien igual. Para mi está riquísima así que dame tu porción para mi” y con gran satisfacción en el rostro se comió todo lo que había en el plato…
En ningún momento mencionó lo arenosa que estaba la ensalada, recién muchos años después me confesó entre risas, la odisea que había sido comerla pero que lo había hecho con mucho gusto para estimularme a seguir adelante. 
Esa frase: “está bien igual” me la repitió muchas veces en su vida y significaba que valoraba el esfuerzo aunque el resultado final no había sido bueno, alentándome a seguir adelante corrigiendo errores…
Por lo que recuerdo mi padre jamás me dio una aburrida lección teórica de lo que eran los valores o de lo que era necesario hacer para vivir a pleno, él simplemente volvía los momentos simples y rutinarios en una escuela de aprendizaje para que nunca se me olvidase… Es que sabía muy bien que el alma se fortalece y los valores se reafirman con esas pequeñas actitudes que demuestran con el ejemplo el derrotero que debes seguir para ser feliz. Hoy ya no está, pero me dejó un legado impagable: el saber que el estímulo es un poderoso acicate que nos incita a ir, siempre, un paso más adelante… 


Anécdota 3.-
Cuando se juntan el hambre con las ganas de comer
Hay dos formas de avanzar hacia la cima del éxito: una es confiando en tus condiciones y sumándole a ellas trabajo constante y esforzado para hacer tus sueños realidad y otra es colgándote de las orejas de terceras personas para que, mediante la adulación y la lisonja barata, poder alcanzar lo que quizás por mérito propio no puedas conseguirlo. Lamentablemente este último método parece ser el que lentamente se empieza a imponer en el mundo porque cada vez hay más personas que, aun confiando y teniendo capacidades suficientes, prefieren eliminar competidores y riesgo, adosándole una generosa dosis de zalamería a sus virtudes personales, para conseguir más rápidamente y con menor esfuerzo el éxito esperado.
En la actualidad, para seguir la primera ruta hay que tener fuertemente arraigado los mas férreos valores morales y creer a rajatabla lo que uno ha aprendido (aparte de ser medio Quijote) para no caer en la tentación de la adulación y seguir alentando esperanzas de que, finalmente, la oposición y el mérito sean los que determinen las posibilidades de éxito.
Mi padre fue de los que siempre creyó tajantemente en que la oposición y el mérito eran los que deberían determinar los escalafones de una institución y/o empresa, tal es así que promovió e impusó en la oficina pública para la que trabajaba el concurso por estos dos valores, desterrando el que se pudiera acceder por herencia o por amiguismo a los puestos de trabajo. No crean que le fue fácil y no crean que no le costó miradas inquisidoras y hasta enemistades de aquellos que querían seguir usufructuando beneficios que, quizás, no le correspondían por capacidad propia pero él igual abrazó y se aferró a esta idea casi que como un culto. Es difícil que, cuando uno se cría de esa manera pueda pensar diferente, pero así está el mundo hoy, meciéndose adormiladamente entre el sopor de palabras lisonjeras que no conducen a nada… 
Cuenta una historia que un día, Diógenes estaba comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa. No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas. Comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.  Fue en ese entonces que pasó a su lado un ministro del Emperador y le dijo: “¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y adular un poco más al Emperador, no tendrías que comer lentejas”.
Diógenes dejó de comer, levantó la vista y, mirando intensa y compasivamente al acaudalado interlocutor, contestó: “¡Ay de ti, hermano! Si aprendieras a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al Emperador”...
Lástima que, debido a la baja autoestima de muchos y a la inseguridad de tantos otros, se ha hecho carne al día de hoy la frase de Benito Jerónimo Feijoó que dice: “para quien ama la lisonja, es enemigo quien no es adulador”. De esta manera, triunfar tan solo por méritos propios es cada día más difícil dado que lo que se valora actualmente no es tan solo el merito y la aptitud intelectual sino, también, la capacidad adyacente de lisonjear que tenga el individuo.
Lamentablemente, como dijo Filippo Pananti: “los grandes del mundo son como esos molinos que hay en lo alto de las colinas: no dan harina si no les empuja el viento” y en este momento de la historia se han juntado, para que cada día esto ocurra más y más, el hambre con las ganas de comer...


Final 1.-                                                    
Melancolía…
Sus ojos esta­ban fijos en mi… supli­can­tes, anhe­lan­tes, mien­tras su mano ate­na­zaba la mía con gran inten­si­dad, aun­que ya sin fuerza, tal cual fuese el último cabo de un barco ama­rrado en el puerto, que soporta la más feroz de las tor­men­tas y se va deshi­lachando…
Cómo expli­car esos últi­mos minu­tos de la vida de mi padre… en los que el mundo se  detuvo y tan solo con mira­das nos diji­mos más de lo que jamás habla­mos… Es difí­cil de expli­car la sensación de paz y de dolor que embargó mi alma y lo que esos minu­tos
cam­bia­ron mi vida para siempre.
Mi padre  había deci­dido, un tiempo antes, jugar su des­tino en una ope­ra­ción quirúr­gica (que nunca llegó a tiempo) y para tal momento, dijo, quería estar cerca de mí… Y ahora está­ba­mos allí, al borde de la última fron­tera, en la ante­sala de un viaje de los que no
tie­nen retorno, sin más diá­logo que el de mirar­nos a los ojos y el calor de las manos que querían ate­so­rar un poco más de tiempo para decir­nos, con ges­tos, todo lo que quizás no se pudo o no se tuvo tiempo…
Fue hace casi 15 años… exac­ta­mente, un 4 de noviem­bre, en el que entendí que la vida es tan solo un soplo, un del­gado cris­tal que se rompe cuando uno menos lo espera y que, cuando eso pasa, ya no hay más tiempo de nada… solo que­dan recuer­dos y fra­ses suel­tas que se aco­mo­dan al lado de un retrato que ya no tiene voz… en ese ins­tante entendí lo impor­tante de no guar­darse nada aden­tro, de vivir con los senti­mien­tos a flor de piel para que los demás sepan cuanto los respe­tas y quie­res, sin que te falte tiempo para decirlo… Por eso quizás hoy, como nunca, entiendo uno de los poe­mas de mi padre que decía:
Todo es efí­mero, pequeño, fugaz…
La son­risa o el llanto de un niño,
El vuelo de un pájaro…
El pre­sente… ¿Quizás?
Todo es efí­mero, pequeño, fugaz…
El amor del hombre,
La noche y el día,
La vida… ¿Quizás?
Todo es efí­mero, pequeño, fugaz…
El tiempo que pasa,
El espa­cio infinito…
La muerte… ¿Quizás?

Legado.-                                
 Las zapatillas de mi padre…
Mi padre no me legó dinero, tampoco propiedades, ni capital, ni fortuna, lo que me queda de él son unas simples zapatillas que son de mi propiedad desde noviembre de 1995. Casi 20 años de una herencia que atesoro con el alma, uso y cuido con celo y a las que he tenido que coser y pegar más de una vez porque me han acompañado de país en país, de ciudad en ciudad y de casa en casa, aguantando el trajín de mi paso por la vida y soportando el peso de mis esperanzas…
Tal vez, quizás, muchos ya las hubiesen tirado a la basura por lo viejas y desgastadas que están o las hubiesen dejado ‘olvidadas’ en alguna mudanza obligándose a comprar nuevas, modernas y de marca pero yo simplemente no puedo, no quiero y jamás voy a deshacerme de ellas. Siempre he sido de comprar pocas cosas para vestirme, solo lo imprescindible para andar limpio, aseado y decoroso, porque creo que uno se adorna por fuera para tapar el vacío que lleva adentro, así que prefiero invertir, cultivar y hacer crecer el espíritu, que es lo que me permite ser verdaderamente feliz.
En el caso de las zapatillas que heredé (y que hoy ya están así como las ves) no las puedo sustituir por nada nuevo porque no son comunes… No, ¡qué va! son zapatillas especiales que a veces me permiten caminar en las nubes sosteniendo en vilo mi esperanza o contemplar absorto el escrito que a tus ojos tienes. A veces me aprietan y me incomodan, sobre todo cuando flaquean los valores (como recordándome quién soy y de dónde provengo) o me confortan luego de un día difícil o de un momento de dolor.
Si serán especiales que cuando tengo a mi frente un problema que es difícil y creo ya no tener fuerza para sobreponerme, juro que estas zapatillas me hablan y me dicen, como solía hacerlo mi padre: ‘¡los Machado no se rinden!’ y un brío incontrolable sacude mis entrañas haciéndome redoblar esfuerzos para superar la adversidad.  Y a menudo, cuando repaso el trabajo y la obra del dueño original, estas viejas y gastadas zapatillas se vuelven muy, muy, grandes tanto que me siento diminuto en ellas y me permiten darme un baño de humildad…
Juro que es una bendición tenerlas, porque me conectan a diario con mis valores y son un vínculo indeleble con quien me enseñó (junto a mi madre) lo más importante de la existencia humana: la profundidad interior… Por eso son especiales, únicas, invaluables, porque me recuerdan cada día que para ser feliz no se necesita mucho oropel afuera y si mucha riqueza adentro.  Para mí son algo más que unas viejas zapatillas, son el recordatorio físico de lo que se me inculcó cuando niño. ¡Gracias viejo por dejarme tan poco y, a la vez, dejarme tanto!

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