jueves, 12 de enero de 2017

1930. MEDICINA RURAL EN 18 DE JULIO. Dr. HÉCTOR LUCIAN CANZANI. Por Julio Dornel.

                         Escritor y periodista Julio Dornel
“Bendito progreso, continúa tu marcha sin detenerte. Que las generaciones actuales y venideras puedan tener a su alcance, con la urgencia que el caso lo requiera, todos los adelantos de la ciencia”.
Con estas palabras finalizaba el Dr. Héctor Lucían Canzani, en el año 1966, un trabajo muy bien documentado sobre la medicina rural que ejerciera desde 1932 en pueblo “18 de Julio”. En reiteradas visitas efectuadas a esta población pudimos aquilatar el sentimiento de admiración y respeto que le profesaban en esta zona del departamento. Vivió como propios los problemas del “pago Chico”, y pese a venir de Montevideo se integró desde el primer momento a las inquietudes de la campaña rochense. Para definir su personalidad, nada mejor que transcribir una parte del trabajo realizado en aquella oportunidad, donde van desfilando con hondo dramatismo algunas de las páginas más hermosas de la medicina rural de la década del 30.
LUCHA CONTRA EL MEDIO Y LA NATURALEZA.
“Entre los recuerdos inolvidables citaré algunos. El 18 de mayo de 1933, hacía pocos días que había iniciado mi vida profesional en “18 de Julio” cuando me llama por la noche desde lo de Atanasio Santurio, entre San Luis y Barrancas. Llovía torrencialmente y las descargas eléctricas se sucedían casi ininterrumpidamente. Me vino a buscar un criollo en un sulky con dos caballos flacos. De entrada se entablo una lucha entre el miedo y la responsabilidad. Triunfo la última y salí acompañado por el miedo. Con el afán de desviar caminos, que por lo pantanoso pudiéramos peludear, el criollo comenzó a apretar alambres hasta que nos perdimos. Después de muchas vueltas el hombre dio con un arroyuelo algo crecido y dijo: “Ahora si me orienté”. Al pasar el arroyuelo y justo en el medio se rompe el porta varas, cayendo estas y también el médico. El agua me llegaba hasta la cintura. Al fin se solucionó el problema y llegamos a lo del Sr. Santurio. Me vestí con ropas prestadas completando un recorrido de 7 leguas”. En otro de sus relatos el Dr. Canzani se refiere al contrabando: “En aquella época, no sé si existen todavía, habían dos o tres comercios fuertes en “San Miguel” del lado brasileño lugar conocido como los “depósitos”. Eran punto de reunión de los contrabandistas de distintos departamentos. Hombres rudos, siempre bien armados, ya que tenían que defender su vida y su mercadería, pero hombres que si se daban por amigos lo eran en las buenas y en las malas. Estos hombres que vivían al margen de la ley iban a los depósitos a comprar mercaderías, que en noches oscuras pasaban en cargueros en las cercanías del arroyo San Miguel. En una noche muy oscura regresábamos a pié con una linterna de 5 pilas de la quinta de Manuel Gallego. Unas cuadras antes de llegar al arroyo, sentí un ruido que me alarmo y con ingenua precaución prendo la linterna para reconocer la causa. De inmediato una voz autoritaria, a la que no cabía la menor duda que había que obedecer, ordenó “apague esa linterna Dr, nunca más haga eso, le puede costar la vida”. Esa gente que fuera de sus ocupaciones, son capaces de un noble gesto suelen tener sus diferencias que algunas veces terminan en peleas. Cuando esto sucede y alguno terminaba herido, venían al consultorio a curarse imponiendo una condición:”usted me cura Dr. pero no da cuenta a la autoridad, por lo menos hasta que yo pase la frontera. Estaban en juego el conflicto legal y el humanitario. Por lo general triunfaba este último, sin que entrara en juego el interés porque yo jamás le cobré a estos hombres”.

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