martes, 7 de marzo de 2017
Entre la ética y la ola de calor. Mauro Mego
La izquierda en el gobierno, no solo aquí en Uruguay, sino en todo el mundo es siempre más vigilada por la opinión pública, por su historia, por su prédica, por su razón misma de ser. Porque las izquierdas son las que se rebelan ante la injusticia del mundo, las desigualdades, el capitalismo y sus efectos inhumanos, es la que pone los valores de la solidaridad por sobre los de la competencia. No quiere naturalizar al mercado ni a la desigualdad, condena y combate la pobreza desde sus causas. Además es más vigilada por esas y otras razones porque en definitiva los poderes del mundo controlan casi todo, cada pasito que da la izquierda en dirección a ese mundo más justo es siempre flor de triunfo, cuesta, te lo cobran caro. Porque perder privilegios y echar una mano a quienes más jodidos están no es algo tolerable por algunas elites hambrientas de todo menos de comida, que ya les sobra. En ese marco de aguda vigilancia, las izquierdas del mundo se mueven, hay para todos los gustos, de todos los matices que se imaginen. Pero la izquierda, se sustenta no solamente en la búsqueda del poder como medio y no como fin, sino que se edifica sobre la base de una ética en sus procedimientos, con una muy fuerte carga de valores respecto de lo correcto, lo incorrecto, lo justo, lo limpio, la verdad. Toda una ética que la izquierda debe cargar consigo a cada paso que da y que en muchos casos no solo debe expresarse en un sitio determinado de gobierno sino en las esferas centrales de la vida vincular, que no implica la perfección puritana, pero sí tratar de acercar el “decir” y el “hacer”.
En todo este marco hay un debate no dado con total fortaleza y claridad pero que “subyace y sobrevuela”. Es decir, ¿La izquierda debe construir una vez que accede al gobierno-con las enormes limitaciones de la coyuntura histórica-utilizar las armas que combatió? ¿Si, como dijimos, a la izquierda todo siempre le cuesta el doble, se debe avanzar con fiereza sobre lo establecido sin valorar los medios? ¿En nombre de esos valores superiores vale justificar todo? Hay quienes sostienen que, como estamos en un territorio de total hostilidad, la construcción de una nueva “hegemonía” se debe hacer como sea. Allí florecen algunos relativismos complejos de digerir. Por ejemplo, todos sabemos que existe una gran embestida de los centros de poder real y sus derivas políticas, pero ver ese hecho objetivo no debe hacernos prescindir del análisis sobre nosotros mismos. Porque si bien estratégicamente hay que ver todo el panorama con las fuerzas de derechas y conservadoras que están al acecho, y es infantilismo prestarse al juego de dar aire a las opciones regresivas (porque implica no comprender en parte lo que pasa, los avances y logros) no debemos perder de vista que somos simples “obreros de la construcción de la patria del futuro” como pensaba el General Seregni. La izquierda, que rema siempre el mundo contracorriente, tiene sobre sí una lupa más grande, no solo por su propuesta sino por su prestigio, su historia, sus aciertos y desaciertos, sus propias experiencias históricas, que las hay de todo tipo.
Dicho esto creo que debemos ser cuidadosos de valorar los enormes avances que hemos tenido y evitar los “mesianismos” internos que nada tienen que ver con la cultura frenteamplista. Del mismo modo pienso que debemos ser cada día más rigurosos con los aspectos éticos desde nuestra gestión, e incluso desde el interior mismo de las organizaciones políticas, sus praxis, sus manejos internos, sus pugnas. Porque si los cargos, y las permanencias o re-posicionamientos en ellos, nublan nuestros deberes programáticos y estratégicos estamos el clima se vuelve espeso. Porque también hemos aprendido que la condición humana no distingue de ideologías, pero tenemos la obligación de pensar sobre ello desde nosotros mismos y desde nuestras fuerzas políticas. Que determinadas derechas hagan tal o cual cosa, o lo hayan hecho, puede hasta ser comprensible porque los intereses de sus espacios suelen no ser los del mundo que deseamos, pero quienes proponemos otra cosa: austeridad, apego al trabajo, solidaridad, humanismo, igualdad, cristalinidad, cuidado de la cosa pública (de todos y todas) tenemos que empezar por esos elementos. ¿Quiere decir esto que está prohibido equivocar? ¿Qué debemos ser infalibles? No, al contrario, somos tan humanos como para errar y errar, pero definimos al ser humano por sobre todas las cosas y es ese elemento y la confianza misma en el futuro humano lo que solventa la proyección de porvenir de cualquier proceso de izquierdas. Aquel “Hombre nuevo” del que se habló alguna vez o, para no ser tan grandilocuente, esa “construcción de ciudadanía” que demanda la hora.
Esta preocupación no es para entrar en alarmas ni mucho menos. La izquierda nuestra es un ejemplo en el mundo, y hemos llevado adelante 12 años de políticas de izquierda con las limitaciones de nuestra realidad y los equilibrios que nuestro país exige. Pero, el debate ético no está solo de un lado del mapa de la izquierda, sino que corta transversalmente a toda la fuerza, porque incluso detrás de algunas “causas revolucionarias” a veces hay cosas que no cierran. Se trata de construir dentro de nuestras fuerzas sobre la base de debatir qué lugar juega esa ética, de qué ética hablamos y para qué queremos gobernar, cómo equilibramos las convicciones y la responsabilidad, cómo tratamos de dar empuje a los cambios pero sin torpezas que nos devuelvan a los brazos de quienes representan los intereses contrarios a las mayorías populares. Eso lo haremos de brazos abiertos siempre, nada de exclusiones, pero sobre una síntesis que signifique avance pero con los pies sobre la tierra, porque hay que gestionar y tener ideología también, la segunda debería en la medida de lo posible marcar la cancha de la primera pero sin olvidar que somos humanos y que hemos propuesto una bella utopía, una ética a la que no debemos renunciar. Pero bueno, disculpen, debe ser el calor.
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