viernes, 8 de diciembre de 2017

UNA EXPERIENCIA SINGULAR EN AGUAS DEL MAR ARGENTINO. Noé Zenón Suárez Casielles-



Dado todo lo que acontece a diciembre de 2017 en aguas del Atlántico Sur, en la búsqueda del submarino argentino desaparecido, luego del último contacto.
Me viene a la memoria aquella experiencia marina, allá, cuando comenzaba el año 1964 y me disponía a marchar con solo 20 años de vida, como soldado conscripto de la clase 1944.
Iba y fue todo un acontecimiento, que había decidido cumplir con la patria en el Sur, con un alto número de sorteo y luego de salir apto para cualquier parte del territorio argentino.
Todos los preparativos de embarque se llevaron a cabo en Mar del Plata, y el destino era el puerto de Comodoro Rivadavia, para luego viajar al GA9 con asiento en la sureña localidad de Colonia Sarmiento, enclavada en un valle del Río Senguer, un oasis maravilloso entre los lagos Muster y el Colhué Huapi, en la provincia de Chubut.
Zarpamos del puerto de la Perla del Atlántico, en la tarde con pocas horas de sol, en el ARA Bahía “BUEN SUCESO”, un transporte naval que servía a la Armada Argentina, según tengo entendido, desde 1950 a 1982, año en que fue hundido en aguas malvinenses, luego de ser capturado durante la guerra, y en el día de mi cumpleaños, el 21 de octubre de ese año, por la Marina Real.
Luego de un rato de navegación, se vino la noche, y poco pudimos ver desde el buque, ya que viajábamos en los camarotes y por ser una experiencia nueva, casi para todos, nos podíamos marear, cosa que a muchos le fue pasando, en mi caso no lo sufrí tanto, la fui pasando bien en todo el trayecto pese al movimiento. El comer poco era lo mejor, muchos optamos por duraznos al natural enlatados.
Al principio, el movimiento de la embarcación era bastante tranquilo y suave, pero, tengo entendido, que luego que pasamos al sur de Bahía Blanca, pueblo en donde nace mi madre en 1909; todo fue cambiando, al llegar a la altura del golfo San Jorge muy fuertes vientos y un oleaje descomunal, tuvimos que bajar de cubierta por las inmensas olas que lo envolvían de lado a lado, lindo de ver, pero de gran peligro, corría el agua como si estuvieran baldeando la cubierta, o tal vez mejor, por la fuerza en que lo hacía.
Cuando la nave llega al puerto de Comodoro Rivadavia, nombre que se da en honor al Comodoro Martín Rivadavia, nieto del patriota, aquel que en el pago de mis ancestros, se le quiso bautizar a un partido desprendido de Magdalena y diez años sin confirmarse, queda en nada; lo que hoy es Punta Indio.
Al acercarnos al mismo, que recuerdo como un larguísimo muelle de madera, largo como la esperanza de un pobre, creo que tuvimos que trasbordar para subir a él, y de allí caminar hasta tocar tierra, en donde descansamos, para luego seguir hacia Sarmiento.
Fue un viaje inolvidable y novedoso para mí, el ver nuestro territorio desde mar adentro, islotes que aparecían a medida que avanzábamos, una costa irregular, que se veía más cerca y en otra aparecía distante, en algunos de esos islotes de roca, una casita, y una especie de antena, o algo similar, lustrosos peñones bañados por el agua salada, solitarios, en nuestro mar Argentino.
Un triste motivo me ha movido los recuerdos vividos en el mar, un triste fin del navío que me llevó a cumplir con la Patria, hundido el día de mi cumpleaños número 38, en Malvinas.
-2017.


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