viernes, 16 de febrero de 2018

Autoconvocados y Política (II) Por Rodrigo Tisnés




Voy a comenzar realizando una precisión: esta segunda parte no tiene tanto que ver con el movimiento de los autoconvocados en sí mismo, cómo en ciertas reflexiones e ideas que me han surgido a raíz de su aparición.
Si bien no forma parte de su plataforma, algunas partes de la misma, y de expresiones de referentes del movimiento me suenan parecidas, o cercanas al menos, al discurso, de contenido populista, que busca asociar la gestión pública a la gestión/administración de una empresa privada.
Quienes sostienen esta idea se suelen presentar como “outsiders” del sistema político, que vienen a corregir, desde afuera, un sistema que no funciona, en el cual todos los políticos son corruptos que buscan satisfacer apetencias personales (dinero, poder, fama, etc) y en caso de no ser corruptos, son unos incompetentes que no encuentran ni proponen las soluciones que “la gente” quiere, porque se acuerdan del pueblo solamente cada 4 o 5 años cuando salen a buscar los votos.
Este fenómeno no es novedoso y no surge en Uruguay. Puede rastrearse su origen, un tanto difuso, en la ascensión política de Valery Giscard d’Estaing, a fines de los 70’ y comienzos de los 80’, desde donde comenzó, lenta pero seguramente a permear al resto del mundo, para finalmente, penetrar con la fuerza arrolladora de un alud en Latinoamérica, una vez desaparecida la URSS y el bloque comunista, donde tomó primera forma en el Consenso de Washington a partir del cual se impulsaron toda la serie de reformas privatizadoras y de carácter gerencial en casi toda la región durante la década de los 90'.
Ahora bien, pese a que quienes sostienen este discurso “gerenciador” cargan contra la ideología, lo hacen genéricamente, sin nunca aclarar contra que ideología cargan. Porque, mal que les pese, y aunque parezca que para ellos esa palabra sea sinónimo del Anti-Cristo, el mero hecho de Ser Humano significa que alguna ideología tenemos. Los robots no piensan, por tanto no tienen ideología. Nosotros pensamos, por tanto, parafraseando a Sartre, estamos condenados a tener ideología.
No me refiero con esto a ser comunista, socialista, liberal, conservador, anarquista, ni ninguno de los “ismos” tan conocidos.
Voy a intentar ser claro: nosotros somos seres racionales y sensibles. Los hechos no los conocemos directamente, sino que la realidad la aprehendemos en procesos mentales –más o menos complejos y en general inconscientes - en virtud de lo que captamos mediante nuestros sentidos, y las fases de pensamiento asociados que nos permiten comprenderlos/desentrañarlos. Dicho de otra forma: la realidad es siempre interpretable.
Si no fuera así, resultaría imposible entender como en el pleno Siglo XXI hay personas (no pocas) que aún siguen creyendo que la Tierra es plana, en el creacionismo, en la superioridad étnico/racial, que Elvis está vivo, en rituales de magia negra, en la infalibilidad del Papa y Carlos Marx, en la neutralidad y la mano invisible del mercado… o que niegan el Holocausto.
Lo que llamamos realidad es, por tanto, siempre y antes que nada, una construcción simbólica, que nos permite dar orden y nombrar a las cosas del mundo, y relatar/contar lo que pasa de forma más o menos coherente con nuestras propias ideas y preconceptos.
Esto incluye, por supuesto, a quienes se paran desde un supuesto “pragmatismo” para criticar a los políticos y partidos políticos (todos) diciendo que lo que falta es gerencia privada… de la cosa pública.
El problema es que, para llegar a esa conclusión se debe pasar por todo un proceso mental, mediante el cual se equipara e iguala el Estado a una empresa privada, que de pique elige ignorar –u omitir- que mientras una empresa es una unidad económica que busca generar la mayor riqueza posible para distribuir la renta entre sus propietarios (o propietario); el Estado es la asociación política de los ciudadanos nacidos en determinado territorio (o naturalizados) que aceptan vivir en una comunidad, y cuyo cometido es garantizar la convivencia social de las personas y grupos que integran ese Estado, para lo cual dispone de ciertos medios, el más importante de los cuales, el monopolio en el uso legítimo de la coacción física.
Como puede apreciarse, son dos instituciones con fines radicalmente distintos (no necesariamente opuestos), por tanto, asimilarlos mediante una analogía por demás burda es un ejercicio de ideología casi en estado puro.
Podría contra-argumentarse que las empresas del giro industrial del Estado, aquella que brindan servicios de energía, agua potable, saneamiento, distribución y venta de combustibles, servicios de telefonía e Internet y datos, seguros, ferrocarriles, etc… sí tendrían que administrarse como empresas privadas, dado que en la medida que arrojen ganancias y sean eficientes, estarán actuando en beneficio del conjunto de la sociedad.
Es una visión posible. De hecho, hay actividades que hoy brinda el Estado en forma monopólica, que el desarrollo tecnológico ha convertido en obsoletas. El servicio de telefonía fijo es el más claro. Los seguros son otro, de una actividad comercial no estratégica, que funciona mucho mejor una vez abierta a la competencia.
Sin embargo, también existe la otra visión: la de que una empresa que brinda un servicio estratégico, como el suministro de energía eléctrica o el saneamiento, no necesariamente debe buscar la rentabilidad de una empresa capitalista clásica; porque en realidad, debe cumplir una función social, que es llevarle un servicio -básico en pleno siglo XXI- en condiciones mínimamente dignas hasta al más pauperizado rancho de lata, lo pueda pagar o no. De hecho, esa fue la razón que llevó a Batlle y Ordoñez a crear las primeras empresas públicas del Estado.
Y esa discusión, guste o no guste, no es económica, y mucho menos gerencial… ES UNA DISCUSIÓN POLÍTICA –e ideológica- porque es un debate acerca del tipo de Estado, y de sociedad, que queremos tener y construir entre todos.
Y por acá la dejo hoy, porque aún queda el tema no menor de la representación política, que es, en última instancia, lo que movimientos de “outsiders” políticos cuestionan. Prometo redondearlo en una tercera entrega… y espero que no sea una promesa vacía (como de político en campaña)

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