La columna de François Graña /¿LO QUE ES MODA NO INCOMODA?
La
industria de la moda, que representa más del 70 % de la producción
textil, se ha vuelto muy poderosa. Emplea a unos 300 millones de
personas a lo largo de toda la cadena de producción y distribución
(1) y confecciona unos 120.000 millones de prendas al año; en 2020
facturó por más de 600.000 millones de dólares a nivel mundial(2).
Actualmente domina el sector la llamada fast fashion, que como podrá
verse, ha exacerbado el despilfarro de recursos, la contaminación,
la economía sumergida y la sobreexplotación. La estrategia consiste
en inundar el mercado con gran cantidad de colecciones de ropa que
marcan “tendencia” para lapsos cada vez más breves. El viejo
modelo de colecciones bianuales primavera/verano y otoño/invierno ya
es prehistoria: Zara presenta hasta 24 colecciones al año y la firma
H&M lanza 52 microcolecciones -sí, una nueva cada semana-
dirigidas sobre todo a jóvenes y adolescentes.
Del
lado del gran público, un frenesí de “novedades” -apenas
diferentes de las anteriores- ha disparado el consumo de ropa
volviéndola un bien descartable. En promedio, estas prendas son
desechadas luego de unas 7 posturas, dato que -como todo promedio-
camufla disparidades: un top de fiesta no se usa más de 1.7 veces.
Este flujo acrecentado de prendas efímeras modificó los estándares
de producción: a) se emplean materiales de baja calidad que abaten
precios, reducen la durabilidad e incrementan la huella de carbono;
b) se produce en países como Bangladesh, India, Camboya, Indonesia,
Malasia, Sri Lanka y China, en condiciones laborales muy duras y
pagando salarios ínfimos.
Actualmente
compramos en promedio cinco veces más prendas que nuestros abuelos
(3), el 40 % de las cuales no serán utilizadas por sus compradores
(4), y el valor de la ropa nueva desechada en perfectas condiciones
ronda los 460 mil millones de dólares; si se dejara de fabricar ropa
de la noche a la mañana, habría suficiente para toda la población
mundial por unos diez a quince años. Todo esto, aunado al consumismo
fácil y desprevenido que anima a buena parte de la humanidad, no
augura nada bueno para el futuro inmediato de la calidad del agua, de
los alimentos y del aire que respiramos.
Según
una consultoría del sector moda en New York, en esa ciudad se
vierten alrededor de 100.000 toneladas de ropa por año; esta
estimación se puede extrapolar -toneladas más, toneladas menos- a
muchísimas ciudades en el mundo. Se verifica también que, en
promedio, una persona compra 60% más de artículos de ropa y los
guarda aproximadamente la mitad de tiempo que hace 15 años. En suma,
se produce mucho más para que dure mucho menos(5). Cifras de la ONU
indican que la producción mundial de ropa se duplicó entre 2000 y
2014. Nuestro país no ha escapado a esta tendencia mundial: en el
2014 se generaron 63 toneladas de desechos textiles por día -unos
2.900 camiones de basura al año- y todo hace pensar que estos
volúmenes han seguido aumentando (6).
Después
de la industria petrolera, la de la moda es la más contaminante.
Genera hasta un 10 % de la producción mundial de dióxido de
carbono, representa el segundo gran consumidor de agua, produce una
quinta parte de los 300 millones de toneladas anuales de plástico en
el mundo y es responsable del 20 % de las aguas residuales vertidas
en cursos de agua que van a parar a los océanos (7). La producción
de algodón para prendas insume en promedio 1.931 litros de agua por
quilo, y lavar la ropa libera cada año medio millón de toneladas de
microfibras plásticas al mar que equivalen a más de 50 mil millones
de botellas de plástico (8). El poliéster es la fibra más
utilizada en la confección de ropa; su producción insume alrededor
de 70 millones de barriles de petróleo por año y tarda
aproximadamente 200 años en descomponerse (9). Importantes empresas
destruyen enormes cúmulos de ropa no vendida por año (10); por
ejemplo, solo en 2017 la firma Burberry incineró productos
excedentes por un valor superior a 31 millones de euros (11) H&M
quema año tras año unas 15 toneladas de prendas. Cada quilo de ropa
incinerada genera 1.36 kilos de CO2, superando la contaminación
generada por la quema del combustible fósil más demonizado: el
carbón (12).
Esta
gigantesca dilapidación de recursos y su correlato en contaminación,
forma parte de un movimiento generalizado de sobreproducción y
sobreconsumo que no es esencialmente nuevo pero que pegó un salto de
gigante en lo que va del siglo. El éxito global de las estrategias
publicitarias que catalizaron dicho salto, es espectacular:
multitudes de ciudadanos de todos los estratos sociales practican
gustosamente un consumismo desaforado con su correlato en
dilapidación de recursos y contaminación.
Así
las cosas, el colapso generalizado de nuestra civilización
consumista no parece evitable, aunque ignoremos cuándo y cómo se
manifestará. Las voces de alarma, que ya tienen décadas, poco y
nada han logrado. Las grandes corporaciones practican un “sálvese
quien pueda” desquiciante que realimenta la carrera hacia la
hecatombe. ¿Existen acaso fuerzas capaces de impedírselo…?
Pero
la crisis también trae consigo fulgores de esperanza. Emergen en
todos los continentes, múltiples iniciativas locales de regeneración
económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, todas
ellas apuntando a la reforma de la vida misma tal como hoy la
concebimos. En su heterogeneidad, esa miríada de iniciativas
comparte un denominador común: le da la espalda a la noción de
progreso basada en el aumento incesante de bienes materiales con su
correlato en términos de insatisfacción endémica. Pugna por tomar
forma una nueva manera de ver el progreso, un nuevo paradigma que se
orienta a la sustitución de la competencia por la cooperación y el
diálogo, que busca comprender a los demás -próximos o lejanos- y
que dirige la atención a las necesidades interiores de las personas.
Es un reaprendizaje difícil porque va a contrapelo de todo lo
aprendido en la familia, en la escuela, en la convivencia social.
Las
expectativas de triunfo de tal metamorfosis son débiles, aunque
existentes. Asoma en ese horizonte el arte de vivir con poco y sin
afán de lucro, la primacía de la calidad sobre la cantidad, la
opción por el ser antes que por el tener. Se trata de ser felices
con poco, de cultivar la empatía, de detenernos para sentir aquí y
ahora el milagro único de vivir. Seamos realistas: pidamos lo
imposible.
*
Doctor en Ciencias Sociales
1.
https://www.unep.org/es/noticias-y-reportajes/reportajes/sabes-lo-que-hay-en-tus-jeans
2.
https://www.greenpeace.org/mexico/blog/9514/fast-fashion/
3.
https://es.sustainyourstyle.org/en/whats-wrong-with-the-fashion-industry
4.
https://tekstila.net/que-ocurre-con-stocks-ropa-que-no-son-vendidos/
5.
https://www.talentiam.com/es/blog/la-sobreproduccion-de-prendas-el-verdadero-mal-de-la-moda/
6.
https://www.islowly.com/la-alarmante-situacion-del-fast-fashion-en-uruguay/
7.
https://www.elfinanciero.com.mx/bloomberg-businessweek/2022/06/26/el-exceso-global-de-ropa-ya-produjo-una-crisis-ambiental/
8.
https://magis.iteso.mx/nota/la-ropa-la-moda-y-su-crisis/
9.
http://www.puroperiodismo.cl/fast-fashion-la-moda-de-comprar-usar-y-botar-la-ropa/
10.
https://revistadiners.com.co/estilo-de-vida/71656_por-que-algunas-marcas-de-moda-queman-los-productos-que-no-venden/;
https://www.lorenahidalgo.net/las-marcas-de-lujo-queman-la-ropa-que-no-venden/
11.
https://www.trendencias.com/marcas/burberry-ha-quemado-31-millones-euros-productos-no-vendidos-no-unica-firma
12.
https://magnet.xataka.com/en-diez-minutos/tiramos-811-ropa-que-1960-cargando-planeta
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