El desempleo y la diferencia cambiaria de moneda suelen ser la variable fundamental. Siguiendo aquel objetivo planteado de dar la discusión histórica sobre un tema tabú, recordando a aquellas personas que han subsistido gracias al contrabando de sobrevivencia y preservando sus memorias de vida -que exponía en la publicación anterior-, en esta oportunidad profundizaré en algunos detalles de la producción independiente vinculados al audiovisual y el libro. La idea de realizar un documental surgió a instancias del reconocido escultor Nicolás Fariña, un joven melense con pasaje por las Fuerzas Armadas, soldador de empresas constructoras de molinos eólicos y hoy funcionario municipal, que dedica gran parte de su vida al reciclaje de hierro considerado “chatarra”, el que con sus manos, intelecto y espíritu creativo, transforma, posiciona y suelda, creando piezas de arte únicas no sólo por lo grandioso de su proporción (con obras que superan los tres metros de altura), sino por su magnífica expresividad, logrando darle una vida a piezas frías de metal herrumbrado que adquieren un significado sin igual para la comunidad local. EL ARTISTA El escultor pensó que para este caso no bastaba la sola presencia de las esculturas (una serie de obras en las que se encontraba trabajando, y que llevarían el nombre EL POBRE QUE VA POR PAN) sino que las mismas deberían ir acompañadas de un audiovisual que revelara otros detalles que la obra por sí misma no podría dejar ver. Así fue como, inspirados en la letra de Osiris Rodríguez Castillos “Camino de los Quileros”, nos pusimos a trabajar, primero para develar el complejo proceso de creación, desde el momento de ir a las chatarreras a recolectar el metal con que el artista dejaría volar su cabeza y esbozaría los bocetos, hasta la etapa del armado y soldado del hierro. Lo trabajoso no era sólo pegar una pieza a la otra, sino hacerlo en dimensiones que oscilan los tres metros de alto y en algún caso los más de cuatro metros de largo por un metro de ancho. Mover una pieza, prender objetos pesados en altura sin la ayuda de otras manos, así como subir y bajar escaleras a buscar herramientas o piezas que podían caer y volver a levantarlas, implicó horas de dedicación y esfuerzo físico puesto a disposición de dichas obras. Esto, sumado al coste de algunos materiales (buena parte de la chatarra fue donada por el hoy extinto “Turco”, de la chatarrera de barrio Soñora de Melo) y parte del tiempo cedido por su empleador, le permitieron finalmente dar forma a cuatro obras espectaculares. EL RODAJE Tema aparte fue la instalación de las esculturas, que permanecieron durante más de un año ya finalizadas y en algunos caos deteriorándose porque no se encontraban un lugar debidamente protegido; el artista sufría el dolor de ver su creación más querida perder su imagen ante las inclemencias del tiempo y el destrato del entorno de trabajo donde se hallaban depositadas, mientras se sucedían las demoras y postergaciones (en parte causadas por trámites burocráticos, y otra parte debidas a cuestiones de políticas gubernamentales). Finalmente, en junio de 2019 las obras y el artista encontraron su lugar de reconocimiento: el conjunto escultórico ocupa hoy el cantero central de la carretera Brig. Juan Antonio Lavalleja (Ruta 8), viniendo desde Aceguá para Melo -o saliendo en sentido contrario-. Allí están, para honrar la memoria de los que hoy ya no cargan más, por la veintena que perdió su vida con la carga y por los centenares de otros y otras que por diversos motivos no pueden volver a bagayear. El punto no es casual, y la posición tampoco: se ubicaron como que vienen de la frontera, y por la tardecita parece que están llegando a escondidas de la “rojita”-tradicional camioneta de Aduanas usada para perseguir y persuadir a los contrabandistas mayormente en la década del ´80-, cortando campo y viendo el caserío del pueblo asomar, dejando las tropas del Ejército atrás y pensando en esos gurises con la panza vacía para alimentar, a sabiendas de que la jornada aún no termina porque el sol caiga a sus espaldas; todavía resta llegar a casa sin ser detenido en la otra cuadra del camino vecinal por la Policía, y peor aún, tener que salir a vender lo traído para asegurar el regreso al día siguiente, ya que el duro camino hay que volverlo a andar porque ese es “el camino del pobre que va por pan”. EL CONTEXTO Para ir reflejando los diálogos internos del artista, así como los efectos que el entorno marcó en su proceso creativo, fue necesario contactar a otras personas que estuvieran dispuestas a hablar del tema “contrabando”, no ya desde una postura acusatoria, castigadora o penalista, sino desde las otras perspectivas que se dan cita en este tema, como los aspectos literarios, históricos y supra- legales, así como también el aporte anecdótico de quienes protagonizaron los modos de contrabando descriptos por el escultor. Conversamos con los profesores Teresita Pirez, Víctor Ganello (hoy fallecido) y Nelcino Mederos; y eso no fue al azar ni por causalidad. Podíamos haber procurado la opinión de algún prestigiado actor judicial, autoridades policiales, militares o de las aduanas; pero la postura profesional, junto con la visión del territorio y conciencia de la situación real del entorno, no la podría expresar nadie mejor que un docente, que día a día ve a sus alumnos desertar en busca de una oportunidad en el mercado laboral, porque necesita afrontar responsabilidades de vida que de otro modo no podía abarcar. Otro aporte invalorable fueron los testimonios de los ex contrabandistas: Arturo Ferreira, quien practicaba el contrabando a caballo en cargueros; Juan Robatti, que bagayeaba en bicicleta; Darly Borges, que fue motoquilero, y Evangelia Olivera, que practico el quileo con bolsitos en ómnibus y “a dedo”, todos ellos testimonios vivientes de una tradición practicada desde los primordios de la Patria, y que hoy forma parte del patrimonio cultural e inmaterial de esas terceras zonas. LA PRÁCTICA Si bien es cierto que la práctica del contrabando se extiende a lo largo y ancho de las fronteras del Uruguay, incluso hoy día (según nuestro estudio bibliográfico y de campo), el mismo no es exclusivo de nuestras entre-regiones. Al parecer es una tradición que se daba ya en la Madre Patria, específicamente de la región norte de España -como La Raia-, donde por su localización geográfica, resultaba más barato comprar lo que ingresaba por el puerto de Porto y las costas portuguesas (café, azúcar y otros), que adquirir los bienes que venían de la costa mediterránea de España a mayor costo. Por su parte, otras regiones de Latinoamérica no son ajenas a este fenómeno: los pasos de frontera entre Argentina y Paraguay viven realidades similares, con lugares de geografía peligrosa donde se pasa mercadería en mano, con botes por los ríos y en vehículos por los caminos, a escondidas de las Fuerzas Públicas, y lo mismo ocurre en Bolivia y otros países, casi siempre motivado por el desempleo y la diferencia cambiaria significativa que abarata y permite la vida un poco más digna si se consumen bienes y servicios del otro lado de la frontera. Es de significar que en este contexto nos estamos refiriendo exclusivamente al contrabando de sobrevivencia, a aquel que se realiza en pequeña y mediana escala, por el que se pagan impuestos (porque los vendedores facturan las cargas impositivas de su respectivo país), pero que no abona las tasas correspondientes por la importación. Y quizás ahí esté “el talón de Aquiles” en el que los gobiernos han fallado; ya que de ser éstas más accesibles, y razonablemente menores las ganancias (algunas veces exorbitantes) de las empresas que importan a gran escala, los productos microimportados serían más baratos, y no sería necesario ir contra una ley que se arrastra desde el período de las colonias imperiales en la región. En próxima entrega revelaré algunos detalles sobre el proceso creativo, recopilación y publicación del libro “QUILEROS-Entre historias y caminos” Richar Enry Ferreira
No hay comentarios:
Publicar un comentario