Brasil campeón ya no es el país del fútbol
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Brasil reavivó sus glorias futbolísticas
al ganar la Copa FIFA Confederaciones, pero este deporte perdió consenso
en la sociedad. Alegró a millones, pero también se hizo fuente de la
indignación que incendió el país.
Publicado el: 2 de julio de 2013 a las 12:13Por: Redacción 180
Por Mario Osava, de IPS
"No habrá Copa", corearon miles de
manifestantes en referencia al próximo campeonato mundial de fútbol
previsto para 2014, al marchar en torno al estadio Maracaná, en Río de
Janeiro, donde la selección brasileña derrotó a España por 3-0 el
domingo 30 de junio por la noche, ganando por cuarta vez el torneo entre
campeones de las siete confederaciones regionales de la FIFA
(Federación Internacional de Futbol Asociado).
Los estadios construidos o reformados
para albergar a estos dos campeonatos de fútbol de la FIFA se
convirtieron en fortalezas sitiadas por protestas y batallas campales
entre policías y manifestantes en las dos últimas semanas.
Disparos de balas de goma, gas
lacrimógeno y el uso de otros químicos disuasivos fueron las principales
armas de la policía contra manifestantes armados de piedras, cócteles
molotov y fuegos artificiales.
El espectáculo, dentro de los estadios,
también se contaminó. En la inauguración de la Copa Confederaciones, con
el partido entre Brasil y Japón el 15 de junio en Brasilia, la
presidenta anfitriona, Dilma Rousseff, fue masivamente abucheada.
En los partidos siguientes de su
selección, la hinchada brasileña cantó el himno nacional a todo pulmón,
rebelándose contra la regla impuesta por la FIFA que limita en 90
segundos la presentación orquestal del himno.
"Inmediata anulación de la privatización
de Maracaná", reclamó un cartel desplegado en el centro de la cancha por
una pareja de bailarines voluntarios durante la ceremonia de clausura
el domingo. Otros actos similares rompieron las normas que vedan
manifestaciones políticas en eventos de la FIFA.
Los estadios se incluyen entre los
principales blancos de las protestas que movilizaron a más de dos
millones de personas en todo el Brasil desde el 6 de junio.
La corrupción y la inversión de
prioridades en el uso de recursos que deberían destinarse a la salud,
educación y transportes públicos fueron las principales razones que
llevaron multitudes a rechazar los certámenes internacionales.
Algunos estadios serán "elefantes
blancos", después de la Copa Mundial de la FIFA 2014, es la creencia
general. Es el caso del Mané Garrincha, en Brasilia, que fue demolido y
reconstruido con capacidad para 70.064 espectadores.
Observadores entienden que la capital del
país, sin tradición futbolística ni clubes importantes, no puede darle
uso constante a un estadio tan grande, solo superado por el histórico
Maracaná, que en la actualidad puede acoger a 76.804 hinchas.
Seis estadios fueron los que acogieron
los partidos entre las ocho selecciones que participaron en la Copa de
las Confederaciones, mientras que serán 12 los destinados a la Copa
Mundial, a disputarse entre el 13 de junio y 13 de julio de 2014.
El costo de las obras, que ya parece
exorbitante a los ojos de la población brasileña, se va agrandando. El
presupuesto inicial de 5.389 millones de reales (casi 2.400 millones de
dólares), solo para los 12 estadios, ya aumentó 30 por ciento, según la
Contraloría General de la Unión.
Pero ese presupuesto aún puede crecer,
pues falta mucho para concluir los proyectos, que llevan un gran retraso
e incluyen obras de mejoramiento del transporte urbano de pasajeros
para las multitudes esperadas el próximo año. La corrupción es el gran
factor del encarecimiento, sostienen muchos.
El lujo de los nuevos templos del fútbol
es otra queja. Los pobres se van excluyendo del espectáculo en que han
sido mayoría, por el elevado precio de la entrada.
El nivel de calidad exigido se hizo
irónica referencia en las protestas que ya recorrieron las calles de las
principales ciudades del país. "Queremos el estándar FIFA" en
educación, salud y otros servicios, como transportes públicos, reclaman
los manifestantes en sus miles de pancartas.
La FIFA opera como "un Estado dentro de
nuestro Estado", es hoy "el verdadero presidente del país", dijo el
exjugador Romario de Souza Faria, en un video que divulgó por Internet
en apoyo a las protestas, criticando imposiciones de los jefes del
futbol mundial.
Romario, héroe del triunfo brasileño en la Copa Mundial de 1994 en Estados Unidos, es hoy diputado por el Partido Socialista.
Colombia fue el único caso de un país que renunció a ser sede de una Copa Mundial, la de 1986 que se transfirió a México.
El gobierno colombiano de entonces
rechazó las condiciones requeridas por la FIFA, argumentando que los
recursos serían mejor invertidos en educación, salud y otras áreas
sociales, promesas que, empero, aparentemente no se cumplieron.
En los últimos años surgieron Comités
Populares en las 12 capitales que serán sede de partidos oficiales para
denunciar los impactos de la Copa Mundial de 2014 y movilizar la
población en contra, especialmente los afectados por las obras.
En Río de Janeiro, en particular, el tema
se amplía por los previstos Juegos Olímpicos de 2016 y el escarmiento
de los Juegos Panamericanos de 2007, que costaron cuatro veces el valor
anunciado y casi nada dejó como legado.
Esos comités encabezaron manifestaciones
que, junto con las marchas contra el alza de los pasajes de autobús en
São Paulo, desataron la ola de protestas sin precedentes que acabaron
por estremecer las instituciones políticas brasileñas, al destacar la
crisis de representatividad de los partidos y de los poderes Legislativo
y Ejecutivo.
La Copa Confederaciones y el
encarecimiento del transporte urbano operaron como detonantes de la
rebelión generalizada, al coincidir en junio.
No es contra el fútbol sino contra la
corrupción y el destino dado a recursos públicos que faltan en sectores
sociales claves, explicaron las pancartas en las calles.
Pero se apagó el estereotipo de Brasil como "país del futbol" y de su selección como "la patria de botines".
Más importante que ser campeón en la Copa
es tener mejores servicios públicos y gobernantes y menos corrupción,
expresaron las protestas, que derrumbaron la popularidad de la
presidenta Rousseff de 57 a 30 por ciento en junio.
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