La presidenta brasileña se pasea por la capital para huir del protocolo y tomar contacto con la realidad del país
Juan Arias
Río de Janeiro
23 AGO 2013 - 11:28 CET19
El País de España
A la presidenta brasileña Dilma Rousseff, del izquierdista Partido de
los Trabajadores (PT), le entraron de repente ganas de salir por las
calles de Brasilia, para sentirse libre unos momentos. Y lo hizo en
moto. A escondidas. “Me coloqué el casco y salí corriendo en moto”,
reveló la mandataria al ministro de Minas y Energía, Edison Lobão, que
pensó que se trataba de una broma. Era cierto y lo cuenta esta mañana el diario Folha de São Paulo.
Lo que nadie aún ha podido saber es si Dilma fue de paquete o condujo ella misma. Esta última posibilidad es poco probable porque el departamento de Presidencia ha confirmado que ella no tiene permiso para conducir ese tipo de vehículos.
La escena podría haber sido complicada: un guardia de tráfico para a la Presidenta y le pide el carnet. Ve que se trata de Dilma y se echa a temblar. Es pura ficción.
Lo cierto es que, encerrada en su castillo de oro, la exguerrillera que lucha por recuperar la popularidad perdida durante las protestas callejeras del pasado junio contra el Gobierno, quiso hacer “a la Papa Francisco”, una escapada por las calles de la capital.
“Ni él lo supo”, contó Dilma al ministro refiriéndose a Marcos Antônio Amaro, jefe de seguridad de Presidencia que estaba presente en la conversación. Eso es lo que ella se creía, pues Amaro contó a su vez: “Sí lo supe y mandé que la acompañasen”. Le explicó a Dilma que, al saber que se había fugado, mandó a un equipo seguirla a distancia para no robarle la aventura.
La presidenta describió lo que sintió durante su paseo por la ciudad: “El placer de saborear los aires de Brasilia”. Era más bien un eufemismo, estos días la capital pasa por momentos extremos de sequía y la humedad alcanza niveles saharianos. Pero ella fantaseó con sentir el aire fresco al salir del palacio presidencial.
Como recuerda Valdo Cruz en Folha, los gobernantes, aprisionados por el poder que les rodea, “acaban olvidándose hasta de cómo se abre una puerta con las propias manos”. El ministro Lobão, orgulloso de la confidencia de su jefa, se atrevió a regañarla como un padre a una hija rebelde: "No puede preocuparse sólo de usted, sino de 200 millones de brasileños”. Dilma le agradeció la preocupación y respondió: “Ministro, la vida está llena de riesgos. Todo lo que hacemos en la vida comporta riesgos”. El Papa Francisco, a su paso por Brasil, contagió con sus travesuras y escapadas a la mismísima presidenta.
Lo que nadie aún ha podido saber es si Dilma fue de paquete o condujo ella misma. Esta última posibilidad es poco probable porque el departamento de Presidencia ha confirmado que ella no tiene permiso para conducir ese tipo de vehículos.
La escena podría haber sido complicada: un guardia de tráfico para a la Presidenta y le pide el carnet. Ve que se trata de Dilma y se echa a temblar. Es pura ficción.
Lo cierto es que, encerrada en su castillo de oro, la exguerrillera que lucha por recuperar la popularidad perdida durante las protestas callejeras del pasado junio contra el Gobierno, quiso hacer “a la Papa Francisco”, una escapada por las calles de la capital.
“Ni él lo supo”, contó Dilma al ministro refiriéndose a Marcos Antônio Amaro, jefe de seguridad de Presidencia que estaba presente en la conversación. Eso es lo que ella se creía, pues Amaro contó a su vez: “Sí lo supe y mandé que la acompañasen”. Le explicó a Dilma que, al saber que se había fugado, mandó a un equipo seguirla a distancia para no robarle la aventura.
La presidenta describió lo que sintió durante su paseo por la ciudad: “El placer de saborear los aires de Brasilia”. Era más bien un eufemismo, estos días la capital pasa por momentos extremos de sequía y la humedad alcanza niveles saharianos. Pero ella fantaseó con sentir el aire fresco al salir del palacio presidencial.
Como recuerda Valdo Cruz en Folha, los gobernantes, aprisionados por el poder que les rodea, “acaban olvidándose hasta de cómo se abre una puerta con las propias manos”. El ministro Lobão, orgulloso de la confidencia de su jefa, se atrevió a regañarla como un padre a una hija rebelde: "No puede preocuparse sólo de usted, sino de 200 millones de brasileños”. Dilma le agradeció la preocupación y respondió: “Ministro, la vida está llena de riesgos. Todo lo que hacemos en la vida comporta riesgos”. El Papa Francisco, a su paso por Brasil, contagió con sus travesuras y escapadas a la mismísima presidenta.
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