martes, 15 de abril de 2014

¿El Frente está demasiado a la izquierda? ESCRIBE: LEANDRO GRiLLE

Caras y caretas.com.uy


El miércoles 26 de marzo, al mismo tiempo que se desarrollaba el acto del Frente Amplio en la Plaza 1º de Mayo único acto partidario en el que estaba prevista la participación de los dos precandidatos a la presidencia de la República el director de la encuestadora Cifra, Luis Eduardo González, presentaba en el informativo de Canal 12 los resultados de un estudio de opinión pública sobre la intención de voto de la ciudadanía si las elecciones fueran en ese momento. De acuerdo al estudio, al día siguiente publicado y analizado en el semanario Búsqueda, la intención de voto del Frente alcanza el 44%, la del Partido Nacional llega al 30%, la del Partido Colorado al 17%, la del Partido Independiente al 2%, y el resto (indecisos, blancos, etcétera) registra un 7% de respuestas.
Los números de Cifra prendieron algunas luces de alarma en el Frente. Y no podía esperarse menos de un sondeo en el que los partidos tradicionales sumados superan al Frente por tres puntos, y si se consideran los partidos de la oposición, entonces superan al Frente en cinco puntos. Pero la alarma vino por partida doble, porque a los números de la encuesta hay que añadirles la interpretación de González, según la cual el Frente ya no es el partido que retiene más a sus votantes de elecciones anteriores, y para quien los números reflejarían la derrota de la izquierda en la definitoria “batalla por el centro” que la ciencia política ha impuesto como el difuso territorio a conquistar por aquellos que quieran hacerse del gobierno.
Más allá de la encuesta de Cifra, todos los estudios de opinión de las tres o cuatro principales empresas del rubro coinciden en que el escenario más probable para la próxima elección nacional es el triunfo de Tabaré en la segunda vuelta, pero esta vez sin mayoría parlamentaria. La encuesta observa, además, un crecimiento de los partidos tradicionales (incluso del Partido Colorado) que hasta ahora no se había registrado en años, lo que habría permitido esa curiosidad de ultrapasar en conjunto la intención de voto de la izquierda. La hipótesis de que el Frente está demasiado a la izquierda es la explicación preferida de algunos analistas (como el propio González) de ese retroceso relativo (que no aparece, en las encuestas, como una pérdida absoluta de votos del Frente, que se mantiene más o menos en el mismo nivel que el último año), medido con relación a blancos y colorados.
Si bien González deja correr una frase algo críptica sobre el estudio, admitiendo la posibilidad de que su resultado responda a un sampleo peculiar, a una muestra “un poco más desenfocada que lo usual” lo cual daría por tierra con cualquier intento de explicación, ya que no se debe jamás intentar justificar los resultados de un experimento mal hecho, hagamos el ejercicio de dar por representativos y reproducibles los números obtenidos, al menos dentro de las limitaciones del método. Y eso, haciendo fuerza. Recordemos que la encuesta de Cifra es telefónica, y que la telefonía fija está quieta desde hace años el número de aparatos colocados aumenta, según los estudios de la Ursec, en algo así como diez mil por año, y la teledensidad, es decir el número de aparatos por cada cien habitantes, está estacionada en treinta, mientras que los celulares aumentan a razón de 150 mil cada seis meses y la teledensidad supera los 150 móviles por cada 100 habitantes. O sea que las encuestas telefónicas (que llaman a números de telefonía fija) sesgan la muestra y, aunque no tengo idea de cómo la sesgan, posiblemente lo hacen de modo cada vez más significativo.
Supongamos que es verdad. Que el Frente retrocede y que hoy las encuestas muestran que peligra su victoria, o por lo menos su mayoría parlamentaria, pero quizá también la presidencia. Supongamos además que los factores de la disputas internas en cada uno de los partidos no estén sobrerrepresentando a las colectividades que aparecen con verdadera lucha interna (caso único del Partido Nacional, que tiene dos precandidatos con posibilidades de ganar, y en el que la ventaja circunstancial de Larrañaga sobre Lacalle Pou se viene extinguiendo con lentitud pero sin cesar, y equivale ya a los votos que tendría el tercero en disputa, Sergio Abreu). Suponiendo esto, es necesario demostrar que la teoría de que el Frente puede perder las elecciones porque sus candidatos están demasiado a la izquierda es una trampa.
En principio, la tendencia en todo el continente ha sido al revés. Los gobiernos progresistas, mientras más moderados, más dificultades tienen para retener el voto y no caer en el desencanto. De hecho, sólo dos gobiernos entre los gobiernos de nuevo signo que trajo el siglo XXI han experimentado caída en los votos en períodos sucesivos: el del Frente Amplio en Uruguay y los de la Concertación en Chile. Justamente los dos gobiernos, entre los sudamericanos, mejor tratados por la prensa nacional e internacional y, en general, por los analistas y los operadores económicos y políticos. Todo el resto ha visto aumentar sus votos de forma espectacular, incluso explosiva. Evo Morales, Hugo Chávez (incluyendo su última elección), Rafael Correa, Lula y Dilma Rousseff, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en todos estos casos las fuerzas políticas a las que esos líderes pertenecen han aumentado su caudal de votos, tanto si ha habido la posibilidad de reelección presidencial como si no.
El caso chileno es más extremo, y además podría ser una postal del futuro del propio Frente Amplio. El último gobierno de Bachelet terminó con una amplia popularidad personal, pero con una fuerza política dividida en múltiples candidaturas, y además con la sociedad desencantada tras veinte años de moderación. Para volver a gobernar Chile, Bachelet debió ubicar ya no sólo su discurso a la izquierda, sino armar una construcción política que incluyera directamente al Partido Comunista, con legisladores venidos del seno de los movimientos sociales más revulsivos y, además, prometer abiertamente la reforma de la Constitución o una bruta reforma impositiva rechazada por el empresariado, pero que ya ha enviado al Parlamento y promete ser su primera batalla política.
En Uruguay, la izquierda ganó su primera elección en primera vuelta y, naturalmente, con mayoría absoluta. La segunda elección la ganó en segunda vuelta y casi que por un artificio matemático logró mantener la mayoría parlamentaria. Y si los encuestadores tienen razón, ganará la próxima en segunda y sin mayoría en las cámaras, lo que, de no haber algún tipo de inflexión, muestra una tendencia que lleva a la derrota en la cuarta elección. Mientras que para algunos la inflexión es jugarse por los siglos de los siglos a un empate, a un compromiso de inmutabilidad y conservación en el marco de una sociedad a la que le espantaría el cambio, lo más inteligente para aumentar el caudal electoral de la izquierda es que más gente se sienta identificada con los valores de la izquierda, para lo cual hay que difundirlos, debatir con los opuestos y gobernar con esa sensibilidad. Más a la izquierda no es ultrismo ni Corea del Norte. Más a la izquierda es más a favor de los trabajadores y los pobres. Más inclusión, más políticas sociales, más inversión pública del Estado. Un buen gobierno de izquierda debería meterse con el problema de la educación y con el problema de la inseguridad. Pero también debe combatir la demagogia punitiva, el populismo represivo que ha logrado situar a la inseguridad como la preocupación número uno de Uruguay, y la estigmatización de los jóvenes, sobre todo de los jóvenes pobres. Por ese camino no se van a perder votos; por el contrario, por ese camino se construye militancia, identidad e identificación; y por ese camino, que es el camino de las grandes mayorías, están también sus votos. El mayor riesgo electoral que tiene la izquierda es que a fuerza de la desmemoria militante, una parte de la ciudadanía alcance la conclusión –contra todos los hechos, que es una trampa– de que da lo mismo, de que en esa tan mentada “batalla por el centro” –que siempre está más a la derecha– la izquierda pierda lo que tiene de izquierda para transformarse en una cosa amorfa, apenas modelada por las conjeturas de los analistas, los números de una encuesta o los vaivenes del humor social.

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