domingo, 13 de abril de 2014
La culpa… ¿la tiene el chancho? Lilly Morgan Vilaró
Escritora y periodista Lilly Morgan Vilaró
Por ser causante de destrozos en sembrados de maíz y sorgo y hasta matador de corderos recién nacidos si los encuentra en corrales lejos de los perros de la casa, el jabalí es considerado plaga nacional en el Uruguay y como tal su caza está permitida.
Pero el rótulo de plaga nacional es también la excusa perfecta de los cazadores furtivos (profesionales o amateurs) para entrar a campos-sin el permiso de sus dueños- a practicar lo que ellos consideran un deporte, pero que, cuando se los agarra in fraganti, disfrazan como una cruzada moral contra el chancho. Que realizan desinteresadamente por el bien del dueño del campo, ¡obvio! Un cazador furtivo “profesional” es un hombre que utiliza cuanto tiempo libre tiene a su alcance, sea invierno o verano, para salir a cazar. Generalmente conoce el campo en donde se está metiendo de memoria, sólo va en busca del chancho jabalí, y muy raramente podrá matar por equivocación a otro animal. No es el caso de sus perros (entre 5 a 12) que en el fragor de la cacería pueden confundirse y atacar a un ternero, sobre todo si éste es negro y está corriendo delante. Cosa que muy lógicamente hacen los terneros y sus mamás vacas cuando ven avanzar dentro de su potrero a una jauría de perros ladrando, seguidos por un montón de hombres de a pie que van disparando armas y gritando como locos.
El “profesional” también puede colocar trampas en los alambrados por donde está el sendero habitual del chancho, sin tener en cuenta (o sin importarle) que esa misma ruta es también utilizada por vacas, ovejas y caballos y otros animales silvestres inofensivos.
Cualquier persona de campo que haya tenido que curar la lastimadura o el muñon de uno de sus animales que quedó enganchado en el lazo de alambre colocado por los cazadores, sabe de qué estoy hablando. El “amateur” por su parte, es aquel que sale a cazar algún fin de semana con buen tiempo, y preferentemente en semana de turismo. Porta por lo general, armas de muy buen calibre, y va con un grupo de amigos y mucha bebida alcohólica para no aburrirse. Y/o, peor aún, con el hijo de 14 años para enseñarle a usar un arma y matar a un chancho, “para que se haga hombre”. (Nunca entendí ese apuro de los hombres en “hacer hombres” a sus hijos anticipadamente, en vez de dejar que éstos se hagan hombres solos, a su debido tiempo. ¡Y sin tener que matar a nadie para probar su hombría!) Es común que el amateur no haga discriminaciones a la hora de cazar y termine disparando contra nutrias, carpinchos, cigüeñas, chajaes, y hasta contra nidos de hornero. Asimismo, es muy probable que confunda al jabalí con un ternero chico y dispare contra él, matándolo o dejándole una herida que si no lo desangra hasta morir, se convertirá rápidamente en “bichera”. (Herida llena de gusanos que si no es tratada a tiempo puede llegar a matar al animal.)Tanto profesionales como amateurs pueden llegar a cortar el alambre del medio de los alambrados, para poder pasar más rápida y cómodamente cuando el chancho perseguido cruce al campo vecino. Por su parte, el jabalí aterrorizado, cruzará arremetiendo contra el alambrado, rompiendo piques y hasta postes en la desesperación por escapar de sus asesinos. Esto acarreará gastos extras al propietario que tendrá que salir a reparar alambrados repetidamente. Las vacas, ovejas y caballos saldrán disparando, trillando el pasto bajo sus patas, cosa nada buena, sobretodo si es época de sequía. Si el chancho está en un sembradío de sorgo, los cazadores y sus perros arrasarán a través de la cosecha, mermando el rinde de ésta en forma mucho mayor que el daño producido por el jabalí. Ni hablar de las balas perdidas que pueden llegar a aterrizar en algún desprevenido gaucho que haya ido a buscar las vacas al potrero de la costa o en un tambero que está ordeñando en un tambo cerca del área de los cazadores. De nada vale colocar carteles colgados de los alambrados prohibiendo “pasar y/o cazar”, ya que los cazadores no los respetan y hasta llegan a balearlos para demostrar su disconformidad con aquel dueño de campo que se atreve a tratar de impedirles el paso. También han llegado a disparar contra los que los han descubierto cazando en su propiedad. Por éste motivo la policía rural recomienda no enfrentar a los cazadores y llamarlos a ellos para sacarlos del campo, pero generalmente, y debido a las grandes distancias, cuando llegan al lugar, los intrusos ya se han ido con el chancho a cuestas. Otras veces ni siquiera pueden venir, ya sea porque el único móvil existente no tiene gasolina o no está disponible por estar en otro procedimiento policial. Si llegan a encontrar a los cazadores en la carretera tampoco pueden hacer mucho más que demorarlos un ratito y decirles que es muy feo entrar a propiedades privadas sin permiso. No les pueden confiscar las armas porque ya han salido del campo en cuestión, y tampoco les pueden quitar el chancho ya que su caza está permitida. Resumiendo, los cazadores furtivos, ya sean amateurs o profesionales, y los hay de toda clase social y económica, se han convertido en plaga nacional. Pero a diferencia del pobre chancho jabalí, parecería que no hay quien los cace.
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