Agréguese un misterioso 3,66% que
votó en blanco o anulado y estaremos frente a la información capital que
arrojan las internas. Preocuparse de cualquier otro fenómeno obviando
éste, significa olvidar el bosque extasiados con el primer árbol con que
tropecemos.
El dato es aún más elocuente en su
perspectiva histórica. En las internas del 99 acudieron por propia
voluntad un 53,7% de los habilitados; en el 2004 un 46%; en el 2009 un
44,8% y el domingo pasado un 37,5%. En un lapso de 15 años la abstención
creció un 20% y seguirá creciendo a medida que se renueve el padrón
electoral.
Las internas son parte de una reforma
electoral que intentaba oxigenar el sistema con dosis de transparencia y
democracia. La idea era muy linda: en vez de los aparatos sería la
gente quien elegiría al candidato. Es la historia, reiterada, de las
reformas políticas y educativas: hacer como que algo cambie para que
nada cambie: el viejo y efectivo truco de tirar la pelota para adelante.
La reforma del 96 pretendía revertir el desinterés por nuestra forma de
hacer política que venía in crescendo desde la apertura democrática. Si la gráfica, en vez de partir del 99, partiera del 84, la tendencia sería aún más elocuente.
Sin embargo, para medir la
incuestionable decadencia del sistema democrático republicano, es
necesaria una mirada aún más amplia que incluya la eclosión democrática
que significó la Revolución de las Trece Colonias y la posterior Revolución Francesa. El nuevo sistema político opuesto a la teocracia y teorizado por la Ilustración
mantendría su prestigio durante el siglo XIX, sobreviviría, con ciertas
grietas, a la prueba de fuego que significaría la carnicería de la Primera Guerra Mundial (1) y volvería a justificarse al término de la Segunda Guerra,
con la consecuente derrota del fascismo italiano y el nazismo. Sin
embargo, paradójicamente, la declinación, si estuviéramos obligados a
situarla en un momento histórico, comenzaría con su definitivo triunfo,
la caída del muro de Berlín y la consecuente universalización del mundo
bajo el capitalismo. Esta universalización conocida como globalización
arrasó con industrias nacionales, selvas y desiertos; arrojó toneladas
de plástico en los océanos, hizo inconcebibles avances en la
comunicación y nos inundó con mercaderías que no logran ocultar una
verdad evidente: como le dijera Morfeo a Neo, sólo somos una pila
Duracell en la Matrix. Si miramos aquellas ilusiones que marcaron el
nacimiento del "Nuevo Régimen", de la fraternidad ya nadie se
acuerda, la libertad es un concepto bastante relativo y la igualdad es
una burla en tanto un 1% sea dueño del 50% del PBI mundial y los 85
individuos más ricos acaparen tanto como los 4.000 millones más pobres.
El problema no es sólo que ese 1% sea dueño de la mitad de una esfera
que gira en el universo, el problema es que van por más y aparentemente
nada ni nadie puede detenerlos y mucho menos un sistema político que no
se visualiza como garante ante esa geofagia ni como expresión de las
mayorías. En el amplio mundo siete mil millones de hormiguitas que se
afanan de aquí para allá saben que el loable régimen democrático
republicano es el sistema por el cual el 1% ejerce su dictadura. Ni se
confía en el sistema ni se confía en la justicia del sistema, la cual es
tipificada como una serpiente que sólo pica al pie descalzo.
Lo único que logra prestigiar al sistema
democrático republicano son las dictaduras. Millones de individuos en
el mundo árabe, ante el insólito desinterés de los intelectuales del
resto del mundo "civilizado", han protagonizado acciones de un heroísmo
rayano en la demencia. En lucha contra unas autocracias sanguinarias
apuntaladas desde Occidente, han volteado cuatro tiranos al grito de
democracia y dignidad. En Uruguay, once años de dictadura nos llevaron a
añorar una mirífica democracia, pero hoy vemos con claridad que sólo
salimos del fuego para caer en las brasas. Esta referencia a la
dictadura genera que se prendan luces rojas y suene la alarma en el
cerebro de ese lector que afirmará: "No sabés lo que era aquello. No se podía hablar, torturaban a mansalva en las cárceles". No
dude el lector que nosotros también sufrimos la dictadura y para nada
quisiéramos retrotraernos a aquel infausto período, pero le advertimos
que actualmente se sigue torturando, sólo que en vez de sufrir los
pequeños burgueses justicieros sufren los plebeyos que no tienen ni
partidos ni prensa alguna. Los Derechos Humanos no fueron hechos para
ellos. La tortura sistemática que hoy se aplica en Uruguay es conocida
por presos, policías y abogados penalistas como "la chancleta didáctica"
que te destroza pero no deja marcas en el rostro. Es cierto y es una
ventaja que en los periódicos y en la calle se puedan decir ahora los
disparates que uno quiera, pero si vamos al vital problema de la
concentración de la riqueza, desde la dictadura hasta aquí hemos
retrocedido. Retrocedimos si observamos la tragedia de la primarización
de nuestra economía. El latifundio avanza comiéndose más de mil pequeños
productores al año. Este proceso cardinal que determina todos los
demás: la educación, la seguridad, no se ha revertido con la llegada de
la izquierda al gobierno.
Así que sumado al problema de una dudosa
representatividad de nuestros representantes, nos encontramos que a la
vuelta de cuarenta años el sueño por el cual dieron la vida unos
cuántos, se ha transformado en la triste realidad de un candidato que
para ganar las elecciones promete tablets a los jubilados así como
Pacheco les compraba chorizos.
Se cree que ese 66% que no perdió el
tiempo el domingo en elegir candidatos al dudoso oficio de títeres, son
gentes apolíticas, o desinteresadas de la política. No sabemos si es
mayor la falta de respeto que significa esta forma de pensar o la
ceguera que la anima, pero afirmamos que no existe una mirada apolítica.
Los abstencionistas dimos un mensaje sumamente claro que podríamos
repetir en Octubre si el voto no fuera obligatorio, triquiñuela ésta,
verdadera afrenta contra la libertad, que inventó la derecha ante el
nacimiento del Frente Amplio. En Octubre no se repetirá este porcentaje,
obligados a ir se votará, sin entusiasmo, por el menos peor.
Insólitamente algunos, recientemente, defendieron el voto obligatorio en
las internas, manifestación de un rara concepción mágica que razona que
si negamos el síntoma acabamos con el problema.
Si los filósofos de La Ilustración
vieran en qué se ha convertido el resultado de su imaginación
humanista, se cortarían el cuello con el filo de una urna. Sin embargo,
tal es el carácter contradictorio de todo en este mundo, la nueva
tiranía que derrocó a la vieja autocracia debió ampararse en ideas
igualitarias y democráticas que no es sencillo borrar ahora con el codo.
Todos hemos sido educados hasta el
hartazgo en esos principios, y en el Magreb y el Máshreq, en España y en
Grecia, en Portugal e Islandia, en Estados Unidos, Brasil y Argentina
una nueva oleada democrática conocida como los indignados ha
puesto en tela de juicio la gran farsa que vivimos. Aquí, en nuestro
país y en su traducción pachorrienta, esa corriente se ha expresado en
las urnas, y si no llegó al nivel de iracundia de los indignados,
al menos podemos afirmar que no se tragan el anzuelo. Parece ser que
ese 66% "apolítico" le regala el anzuelo con caña y todo, para que se
atragante, al 34% que los mira desde arriba, mas ese gesto donde
devuelven el interesado regalo, no ha podido hacerse sin al mismo tiempo
rasgar la máscara de la democracia del sistema. La fisura no es muy
grande, es cierto, pero todo tiene un principio, aunque no sepamos si el
tiempo sólo construirá una nueva máscara o al fin podremos mirar un
rostro de frente.
(1) Las manifestaciones artísticas que
explotan en el período son testimonio evidente de esta grieta, sin
olvidar a la Revolución Rusa que, ya que hablamos de democracia, pero no
en el sentido de democracia republicana representativa, con luz, fue la
mayor irrupción democrática de la Historia Contemporánea.
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