El autor fue testigo directo de los tejemanejes de la FIFA y en esta columna cuenta los entretelones y por qué está por encima de la justicia ordinaria, de las garantías del derecho y de la equidad
Angel Ruocco
Cuando esa delicada y gentil damisela que se hace llamar Giorgio Chiellini descubrió en un gesto sugerente su grácil hombro para seducir al árbitro y a la todopoderosa FIFA y de paso dar pasto a las fieras de la farándula mediática en que se ha transformado la sesgada información futbolística internacional supe que iba a pasar lo que efectivamente pasó.
La mordida de Suárez, si la hubo, fue una oportunidad de oro para que ese “enano molesto” (según definición de la revista brasileña “Veja”) que es Uruguay, en este caso en su expresión futbolística, dejara de molestar a Blatter & Cia y diera una pírrica venganza a esos ingleses una vez más derrotados por salvajes tercermundistas vestidos de celeste.
Además resultó una gran ocasión para tratar de impedir que los celestes repitan lo del 50, como temen Pelé y los suyos.
Porque el Uruguay sin Suárez no es lo mismo que sin él, como se vio en los partidos contra Costa Rica, Inglaterra e incluso Italia.
No sólo porque faltó en el primero gracias al sospechoso patadón de un inglés-galés en la última jornada de la Premier League (y así nos fue) y porque hizo los dos goles ante el equipo del país de los piratas con títulos nobiliarios. También porque si Godín anotó el gol ante la azzurra fue gracias a que el fierrero y simulador Chiellini y los suyos estaban ocupados en tomas de catch as catch can y de variadas artes marciales non sanctas contra Suárez y Cavani.
Y no olvidemos que antes Balotelli se había encargado de darle una patada voladora en la cabeza a Alvaro Pereira y Marchisio de meterle una plancha como para quebrarle la pierna a Arévalo Ríos… Para ellos no hubo intervención de oficio de la FIFA.
Eliminado Suárez de la Copa del Mundo, sancionado con inusitada saña, obligado a dejar la concentración celeste como si fuera un barra brava, un delincuente o un terrorista, las posibilidades de Uruguay en este Mundial se redujeron mucho, aunque no está todo dicho.
Están contentos los ingleses de la Football Association e incluso del gobierno, así como los tabloides amarillistas, que nunca digirieron las varias derrotas futbolísticas a manos de los habitantes de un pequeño país que antes de ser nación se dio el lujo de echarlos de Montevideo y de Buenos Aires a principios del siglo XIX
Les duele el 4-2 de la Copa del 54 (más el 7-0 a Escocia), el empate 0-0 en el partido inaugural del Mundial del 66, que ganaron gracias a un gol inexistente de Hurst y a las maniobras con árbitros cruzados contra Uruguay y Argentina, y varias otras derrotas. Eso sí fue antideportivo.
La animadversión de los dirigentes del fútbol británico hacia Uruguay fue patente en el Mundial de 1970, cuando el racista presidente de la FIFA Stanley Rous (cómplice del apartheid sudafricano), complotado con el corrupto brasileño Joao Havelange, cambió arbitrariamente la sede de la semifinal Uruguay-Brasil –fijada años antes- para favorecer a los brasileños. Al parecer esa entente, aunque con otros protagonistas, sigue funcionando.
Fui testigo de las maniobras de dirigentes de la FIFA como Havelange, el alemán Neuberger, el actual presidente de esta multimillonaria organización, Joseph Blatter, y los siempre influyentes británicos para perjudicar a Uruguay en la Copa del Mundo de 1986 en México. Allí, el escocés Alex Ferguson dijo en conferencia de prensa, luego de la eliminación de su equipo a manos de los celestes, que Uruguay es una bloody nation, o sea una nación maldita o algo peor.
Hay muchos otros ejemplos de actitudes agresivas e inamistosas antiuruguayas de la dirigencia futbolística británica, en su propio ámbito y en el de la FIFA.
El caso Suárez, con juicios sumarios, verdaderos linchamientos con infundadas acusaciones de racismo y una persecución implacable –con la colaboración de la xenófoba prensa británica, entre ella la del magnate australiano-estadounidense de extrema derecha Rupert Murdoch, también dueño de la corporación de TV Fox y culpable de sucias prácticas periodísticas - es una de las cuentas de ese largo rosario.
Claro que ingleses y brasileños (no todos) no están solos en su animosidad contra ese equipo de Uruguay, un país cuyo ínfimo mercado no es atractivo para las grandes transnacionales que con sus “coimisiones” han llenado los bolsillos de los dirigentes de la FIFA y organizaciones conexas (ver casos Havelange, Texeira,Warner, Leoz y Catargate, entre otros).
Un insospechable, el periodista y escritor inglés Tom Dunmore, autor del libro “Historical Dictionary of Soccer”, dijo: “Hubo una vez en la que la FIFA no era corrupta. Era sólo un imperio eurocéntrico dirigido en beneficio de unos pocos países de Europa Occidental que no querían abrirle las puertas de la Copa Mundial al resto del mundo. Eso ocurría en los años 60, cuando el caballero inglés Stanley Rous prefería consentir y complacer a la racista Asociación Sudafricana de Fútbol antes que encontrar los caminos para integrar al mundo en desarrollo a las salas del poder.”
Agregó que “Havelange y Blatter han hecho de la corrupción y de la explotación comercial un modo de vida en la dirigencia del deporte global, sin eliminar la arrogancia colonial de la época de Rous.”
Agreguémosle que las cadenas deportivas internacionales de TV Fox y ESPN son ahora de hecho estadounidenses-argentinas-colombianas dado que aparentemente unos ignotos patrocinadores colombianos han invertido gruesas sumas en ellas. Por ello es que, junto a abrumadoras menciones a los futbolistas argentinos y a una “messimanía” recurrente, la información sobre los colombianos pasó a compartir el centro de la atención en esos medios.
Así que ¡con quienes se metió Suárez por culpa de su irrefrenable impulso a la mordida que hasta ahora los psicólogos no han podido curar! Y ¡qué inocentes la AUF y sus abogados, que creían que con válidos argumentos jurídicos iban a impedir la desmesurada sanción finalmente impuesta!
La FIFA está por encima de la justicia ordinaria, de las garantías del derecho y de la equidad. La globalmente aceptada máxima del derecho romano de in dubio pro reo, o sea “en la duda, a favor del acusado” no existe para los “juristas” de la FIFA y no se aplicó en este caso.Para esta organización futbolística de bien ganada mala fama la ley no es igual para todos.
Asimismo, la satisfacción con la que la prensa deportiva brasileña, que había echado antes mucha leña al fuego, recibió la noticia de la desmesurada sanción a Suárez es un índice de que el fantasma de Maracaná sigue provocando miedo.
De modo que los brasileños están contentos, pero también lo están los medios de comunicación y el ambiente futbolístico de Colombia, ya que su equipo tendrá el sábado una preocupación menos. Ello gracias al impulso atávico de Suárez –al parecer resurgido en este caso- de morder en lugar de dar puñetazos o patadas o cabezazos (tipo Zidane) como lo hacen sus marcadores y muchos otros futbolistas de todo el mundo. Lamentablemente ese es el talón de Aquiles de un gran futbolista al que un enorme espíritu agonístico, quizás sus carencias culturales y un trauma de la infancia (según los psicólogos) le hacen hacer a veces cosas irracionales, tontas e inconvenientes (sobre todo para él mismo y su equipo), pero no tan graves como la FIFA afirmó y sancionó.
Para esta FIFA a la que no pocos –entre ellos Romario- califican de mafiosa, es habitual aplicar un doble rasero, como lo hizo con Suárez. La mordida atribuida al uruguayo, se pueda comprobar o no, provocó una actuación de oficio y sanciones durísimas y prácticamente inéditas, pero no ocurrió lo mismo con el cabezazo de Zidane años atrás y tampoco ahora con el codazo de Neymar ni con otras faltas totalmente antideportivas y peligrosas para la integridad física del adversario, que abundaron en varios partidos de esta Copa, incluso en el de Uruguay con Italia de parte de algunos azzurri.
La sceneggiata de Chiellini, o sea una puesta en escena, una criticable actuación con el fin de inducir a una sanción contra un colega, fue la coartada para eliminar a Suárez y dañar a la selección uruguaya con una sanción absolutamente desproporcionada, que también es un golpe para el fútbol todo.
Pero, pese a todo, ni colombianos ni brasileños están muy tranquilos. Es que, parafraseando a Artigas, los orientales, en este caso los celestes, si no tienen a Suárez bien pueden pelear con “perros cimarrones” como Cavani, Godín, Forlán y otros que se agrandan en las malas. No puede descartarse, aunque sea muy difícil luchar contra varios Goliats a la vez, un nuevo Maracaná. Darán pelea, como acostumbran.
Muy bueno
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