lunes, 5 de enero de 2015

AÑO 1950: ¿SE ACUERDA ABUELO? Por Julio Dornel

                                                   Escritor y periodista Julio Dornel
Pese al esfuerzo realizado por los escritores locales, algunas profesiones han desaparecido definitivamente de la frontera sin dejar huellas que permitan  a las nuevas generaciones un acercamiento directo con su pasado histórico. El encuentro con profesiones de la aldea, ha resultado siempre gratificante para quienes intentan recoger el testimonio de viejos vecinos sobre profesiones ya desaparecidas. En esas charlas informales surgen los primeros peluqueros del siglo pasado con Sadi y Pepito,  que dentro de sus limitaciones  desempeñaban su oficio con dedicación, sin tener los instrumentos que existen en la actualidad. Por aquellos años solamente se cortaba, mientras ahora se lava, se seca y  se pinta en varios colores. En la actualidad resulta muy difícil encontrar peluqueros de la vieja usanza con navaja,  tijeras, algunos peines, talco y agua perfumada para después de la afeitada. No dudamos que aquellos peluqueros marcaron una época en la historia  ciudadana por  tratarse de una profesión de trato personal y lugar sagrado para las confidencias o las últimas noticias. Sin embargo, un buen día  apareció la máquina eléctrica para asombro de la juventud que se agarraba fuerte de la silla giratoria. 
Sin duda que una de las fiestas populares más recordadas de la primera mitad del siglo pasado estaban relacionadas con las hogueras de San Juan, y el entorno festivo que le otorgaban  los bailes y fuegos artificiales. Esperadas por toda la población, comenzaban por lo general el 23 de junio con el encendido de las hogueras y las romerías en distintos domicilios, con abundante carne de gallina con arroz. Según las costumbres por aquellos años no se hacían los tradicionales asados a la parrilla por respeto al santo  que se invocaba, aunque los festejos podían variar de acuerdo a la región. Allá por el 50 aparecieron los primeros chicles “Adams” que descubrimos en la escuela 28  con cierto temor porque algunos compañeros se resistían a consumirlos porque según sus padres corrían el riesgo de que en caso de tragar alguno se les podían  “pegar”  los intestinos. Tampoco se podía comer sandia con vino, y bañarse después de comer era congestión en fija. Cuanta sabiduría preventiva en la imaginación de nuestros abuelos. Por aquellos años las recomendaciones familiares eran distintas a las  actuales, nada de cigarrillos, alcohol, ni malas compañías. Sin embargo no siempre las tuvimos en cuenta…

No hay comentarios:

Publicar un comentario