INGENIERO
AGRÓNOMO, PRODUCTOR AGROPECUARIO Y DOCENTE DE LA UCUDAL
La producción
agropecuaria caerá tanto en volumen físico como en precios, reduciendo los
ingresos por exportación, lo cual afectará severamente a la economía. Solamente
hay que tomar en cuenta que el agro aporta cerca del 80% de las exportaciones y
más de un tercio de los empleos.
Los granos y la leche, los productos de mejor desempeño reciente, son los
grandes castigados por los mercados. También se afectarán severamente sus bien
articuladas cadenas de aprovisionamiento de insumos y servicios. Se reducirá el
empleo y los ingresos, en actividades que son un pilar de la economía del
interior. Se sembrarán menos hectáreas, se ordeñarán menos vacas, se reducirán
los insumos empleados y los rendimientos obtenidos. Trabajadores y empresarios
tendrán menos dinero y consumirán en consecuencia.
Algo parecido ocurrirá con la construcción. Con pocas excepciones, la industria manufacturera también reducirá su producción y caerá más el empleo que el PIB industrial. Las industrias que ya arrastraban dificultades -pequeñas, de baja competitividad, con exceso de mano de obra por unidad de producto- serán las mayormente afectadas. Hace años que se formulan proyectos para asegurar la continuidad de algo que solamente servirá para empobrecer trabajadores. Seguirán dominando al sector las grandes industrias del S. XXI y capital extranjero.
La desaceleración del PIB y en mayor proporción del ingreso, no afectará por igual a todas las actividades ni a todas las familias. La clave es la competitividad, la cual depende del acceso de los factores de producción al logro de escalas excelentes, a la optimización de recursos humanos y de mercados. Estos son elementos críticos para diferenciar y decantar negocios. Aunque el PIB nacional crezca, habrá una fuerte asimetría en las condiciones que enfrentarán empresas y trabajadores. Un PIB subiendo 3% se alcanzará con pocos sectores al alza y muchos con caídas de empleo y salarios. Habrá una seria regresión en la distribución del ingreso. Es una lección para otra vuelta. Promover la vulnerabilidad competitiva con despilfarro y discursos progresistas termina acentuando la inequidad. La coyuntura afectará especialmente a más de la mitad de los trabajadores y a multitud de microempresarios. La tónica viene de la mano de reducciones en los precios, el empleo, los salarios, la inversión y el consumo. Todas variables de lento período de recuperación, entre otras cosas porque las políticas no permitirán la rebaja del costo del sector público, uno de los mayores manantiales de gasto improductivo y desaliento para el sector privado. Difícil olvidar a Ancap, Antel, las intendencias, sin controles ni sanciones.
Nos tocarán mayores y peores impuestos, tarifas crecientes, déficit, deuda, burocracias, regulaciones de escasa utilidad que se van sumando sin una inteligencia de gestión que aliente la competitividad y favorezca la inversión. La novedad es que se está descubriendo la importancia de la competitividad, de la infraestructura, del capital humano y de mejorar la inserción internacional. Estos objetivos se espera lograrlos designando gabinetes y ampliando la plantilla pública.
En todos estos terrenos, los plazos para madurar resultados también serán largos. Mientras tanto, nos contentaremos con humaredas de expectativas y promesas. Buscando el tiempo perdido y cohabitando con socios a regañadientes.
Algo parecido ocurrirá con la construcción. Con pocas excepciones, la industria manufacturera también reducirá su producción y caerá más el empleo que el PIB industrial. Las industrias que ya arrastraban dificultades -pequeñas, de baja competitividad, con exceso de mano de obra por unidad de producto- serán las mayormente afectadas. Hace años que se formulan proyectos para asegurar la continuidad de algo que solamente servirá para empobrecer trabajadores. Seguirán dominando al sector las grandes industrias del S. XXI y capital extranjero.
La desaceleración del PIB y en mayor proporción del ingreso, no afectará por igual a todas las actividades ni a todas las familias. La clave es la competitividad, la cual depende del acceso de los factores de producción al logro de escalas excelentes, a la optimización de recursos humanos y de mercados. Estos son elementos críticos para diferenciar y decantar negocios. Aunque el PIB nacional crezca, habrá una fuerte asimetría en las condiciones que enfrentarán empresas y trabajadores. Un PIB subiendo 3% se alcanzará con pocos sectores al alza y muchos con caídas de empleo y salarios. Habrá una seria regresión en la distribución del ingreso. Es una lección para otra vuelta. Promover la vulnerabilidad competitiva con despilfarro y discursos progresistas termina acentuando la inequidad. La coyuntura afectará especialmente a más de la mitad de los trabajadores y a multitud de microempresarios. La tónica viene de la mano de reducciones en los precios, el empleo, los salarios, la inversión y el consumo. Todas variables de lento período de recuperación, entre otras cosas porque las políticas no permitirán la rebaja del costo del sector público, uno de los mayores manantiales de gasto improductivo y desaliento para el sector privado. Difícil olvidar a Ancap, Antel, las intendencias, sin controles ni sanciones.
Nos tocarán mayores y peores impuestos, tarifas crecientes, déficit, deuda, burocracias, regulaciones de escasa utilidad que se van sumando sin una inteligencia de gestión que aliente la competitividad y favorezca la inversión. La novedad es que se está descubriendo la importancia de la competitividad, de la infraestructura, del capital humano y de mejorar la inserción internacional. Estos objetivos se espera lograrlos designando gabinetes y ampliando la plantilla pública.
En todos estos terrenos, los plazos para madurar resultados también serán largos. Mientras tanto, nos contentaremos con humaredas de expectativas y promesas. Buscando el tiempo perdido y cohabitando con socios a regañadientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario