sábado, 22 de abril de 2017

La agonía del Partido Colorado La crisis de 2002 y el golpe contra Jorge Batlle Por Alberto Grille


Caras y  Caretas



Cuando la crisis de 2002 estaba en su apogeo, Caras y Caretas dedicó dos tapas a un asunto de la mayor gravedad que venía olfateando y sobre el que tenía algunos elementos firmes. La primera se tituló “Halcones y palomas”; la segunda, directamente, “La conspiración”. Además, en los artículos de fondo se mencionaba a los conspiradores, Ramón Díaz, Juan Carlos Protasi, Jorge Caumont, Ernesto Talvi, Ignacio de Posadas, Conrado Hughes, el diario El Observador y los Peirano.

Denunciábamos que un grupo de economistas neoliberales y empresarios se había concertado en torno a la persona del doctor Ramón Díaz, y enfrentando a las ‘palomas’ de Jorge Batlle, como Alejandro Atchugarry, querían aprovechar el desastre nacional para cumplir su eterno objetivo de privatizar las empresas y los bancos públicos, golpeando puertas para que se diera un golpe de Estado que depusiera al presidente constitucional.

No sabemos a cuántos generales ni cuántos cuarteles visitaron, pero no fueron pocos, según algunas referencias. Sabemos, positivamente, que golpearon la puerta de Julio María Sanguinetti, que este los recibió (lo ha dicho más de una vez) y que en algún momento le preguntó al vicepresidente Luis Hierro López si estaba preparado para asumir la presidencia de la República, a lo que el esforzado militante batllista respondió: “Sí, señor”.

Todo lo que dijimos entonces, que nadie de izquierda ni de derecha denunció, fue confirmado más de dos años después por el actual director del semanario Búsqueda, Claudio Paolillo, en su libro Con los días contados (Colección Búsqueda, Editorial Fin de Siglo), publicado en agosto de 2004. Dice Paolillo que un día de mayo de 2002, “Sanguinetti le explicó [a Hierro López]: ‘lo que pasa es que tal vez tengas que agarrar la Presidencia en algún momento’. ‘Ah, ¿me preguntabas por eso? Yo me siento bien, con fuerzas y con la convicción de hacer las cosas que sean necesarias, si algo ocurre’, comentó Hierro. Sanguinetti insistió: ‘Pero ¿estás seguro? Mirá que tendrías que tomar medidas muy duras. Tendrías que cerrar bancos, echar gente, etcétera’. Hierro repitió que él se sentía firme, y que, si era por él, que no se preocupara”. Paolillo agrega que lo mismo le preguntaron a Hierro por esos días, en el Parlamento, senadores del Foro Batllista, y que volvió a hablar con Sanguinetti, esta vez para preguntarle por qué se planteaba ese tema.

“Sanguinetti se allanó entonces a explicarle el motivo de su planteo. “Mirá, hay un grupo de ciudadanos que sostiene que Batlle se tiene que ir de la presidencia y que tiene que asumir Hierro porque, aunque no sabe de economía, tiene el don de mando necesario como para estar al frente de situaciones como esta. Ellos creen que Batlle (que se había negado a los planteos del FMI [Fondo Monetario Internacional], como bien recuerda Protasi en su carta a Búsqueda) carece de ese don, o dicen que ya perdió esa facultad. Se están moviendo y alguno de ellos incluso me lo han venido a plantear a mí”, le reveló.

Esto que Sanguinetti y Hierro López manejaban no está previsto en la Constitución (salvo en la instancia de juicio político y llamado a elecciones anticipadas, que sí lo están, pero de eso nadie habló), se llama golpe de Estado, y con un episodio de este tipo, contra el presidente constitucional Manuel Oribe, nació el Partido Colorado en 1836.

Como el propio Jorge gustaba decir, Luis Batlle Berres decía que un presidente (“y más si es un Batlle) sale de la Casa de Gobierno el día que entrega el poder o con los pies para adelante”.

Esta buena gente hablaba de un golpe de Estado promovido, como se explica más adelante en el libro de Paolillo. Sobre los conspiradores sostenía que “tres o cuatro de ellos habían ocupado altos cargos en gobiernos anteriores, y en ese momento, todos trabajaban en estrecho contacto con el sector financiero […]”. Esas características les calzan exactamente a los nombres que mencionó, en absoluta soledad, Caras y Caretas.

Debo hacer la salvedad de que a Claudio Paolillo no le creo casi nada, máxime si lo escrito ensombrece la conducta de un ciudadano como Luis Hierro, cuya honestidad intelectual y su probidad nunca había sido puesto en tela de juicio. Si Luis Hierro lo negara, le creo a Luis Hierro.

Reconfirmando

Se acaba de editar el libro Jorge Batlle. El profeta liberal, del licenciado en Comunicación Bernardo Wolloch (Fin de Siglo, 275 páginas), que vuelve a confirmar el gravísimo episodio. Comienza citando a Paolillo y luego al propio Jorge Batlle: “Notorios economistas del Uruguay dijeron que había que cambiar al presidente, como si eso hubiera sido una solución. Siempre hay algún bobo ¿vio? pero no importa. Los países no se hacen con esos bobos”, citado de El Observador del 9 de julio de 2012.

Wolloch manifiesta que le preguntó telefónicamente a Julio María Sanguinetti: “¿Cuáles eran las propuestas concretas que tenían Ramón Díaz, Jorge Caumont, Álvaro Diez de Medina y Juan Carlos Protasi cuando lo visitaron con respecto a destituir a Jorge Batlle en mayo de 2002 –el trabajo de Sherlock Holmes fue posterior a la entrevista cara a cara.

–De ese tema no quiero hacer declaraciones, pero ya sabemos por dónde venía la mano – dice Sanguinetti”.

Todos sabemos que estos cuatro confirmados no son los únicos, ni mucho menos, que estuvieron en la conspiración. En el mismo libro de Paolillo se cuenta cómo un Jorge Batlle desesperado por la renuncia de Alberto Bensión fue a ver a su casa (¡a su casa!) a Ernesto Talvi para que aceptara el honor republicano de ser su ministro de Economía y Finanzas, y este no aceptó, aduciendo que era independiente y no tenía respaldo político. El Batlle desesperado también visitó a Carlos Sténeri (mantenido durante años por Sanguinetti en una embajada paralela en Washington, manejando nuestra deuda, con todos sus gastos observados por el Tribunal de Cuentas), para ofrecerle el honroso cargo de presidente del Banco Central, y este también rechazó el ofrecimiento, aduciendo razones de salud que felizmente no le impidieron seguir trabajando hasta ahora: después de ser alto funcionario del Ministerio de Economía de Danilo Astori, funge como asesor del estudio Posadas, Posadas y Vecino.

¿Porqué estos valientes caballeros no aceptaron esos cargos? Es muy difícil que no supieran de los plantes de golpe de Estado que encabezaba abiertamente Ramón Díaz (quien le dijo a la prensa que Batlle era incapaz de gobernar), pero el caso es que no lo denunciaron. Sería muy bueno –acaso lo sepamos algún día– saber cuántos estuvieron en el golpe de Estado y qué pasos dieron. Pero estos nombres son seguros.

En la edición de Búsqueda de ayer, jueves 20, tres de los nombrados, en sendas cartas, se refieren a “La crisis de 2002 y los planteos para la renuncia de Batlle”, nombre con el que se refieren al intento de golpe de Estado. Se trata del contador Juan Carlos Protasi (expresidente del BCU de la dictadura), el doctor Álvaro Diez de Medina (exembajador de Sanguinetti en Washington y muy cercano a Ramón Díaz y al Departamento de Estado estadounidense) y el economista Jorge Caumont. Ninguno de los tres niega rotundamente haber tenido conversaciones sobre la necesidad de sacar del medio a Batlle, operación que capitaneaba el “liberal” Díaz. Los mencionados prohombres del neoliberalismo usan mucho palabrerío, pero no niegan. Ese intento de golpe de Estado existió, y habría que investigar mucho más.

Ahora estamos viviendo el retiro de Juan Pedro Bordaberry de la política uruguaya, y el Partido Colorado va a recibir otro golpe fatal con las investigaciones del “Banco Nelson”, que llevan directamente al contador Humberto Capote. Los colorados están de duelo, cumpliendo el científico vaticinio de César Aguiar. El Partido Colorado se está extinguiendo a pasos acelerados.



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