jueves, 23 de noviembre de 2017

Incertidumbre en Chile de cara al balotaje Por Rodrigo Tisnés



De Chile, ese vecino a la vez cercano en distancia y lejano por las montañas que lo separan y aíslan contra el Pacífico, solemos tener una imagen de país tranquilo, con una economía próspera, abierto al mundo, donde se alternan en el gobierno sin mayores contratiempos una derecha liberal y “moderada”, con una izquierda socialdemócrata y “sensata”, que convierten al país trasandino en una de las democracias más estables y previsibles de América Latina.
Sin embargo, parece que ni las montañas por un lado, ni el Pacífico por el otro, ni el desierto al norte, son capaces de aislar a Chile de los tiempos socio-políticos que corren.
El dato más contundente es que, por primera vez desde el retorno de la democracia, no se tendrá un Parlamento bipartidista. Una de las más pesadas herencias de la dictadura pinochetista era, precisamente, un sistema político pensado y armado para asegurar el bipartidismo entre la derecha y la izquierda, sumado al esquema aristocrático de los senadores vitalicios, que prácticamente hacía imposible imaginar su modificación por las mayorías necesarias para lograrlo.
Sin embargo, en el gobierno de Bachelet se había llegado a un consenso acerca de que había que reformar el sistema electoral para hacerlo más democrático y dotar al Parlamento chileno de mayor representatividad. De este modo, sin ser ideal, se pasó de un sistema binominal (los dos partidos más votados se llevaban las bancas en juego, así superaran por tan solo un voto al tercer partido) a un sistema de representación proporcional (atenuado) relativamente similar al que existe en Uruguay.
El sistema anterior favorecía el llamado “voto útil” y alentaba la lógica bipartidista. Este nuevo favorece a las terceras opciones electorales y les da un margen mayor de libertad a los ciudadanos.
Si entre la gobernante coalición de centro izquierda Nueva Mayoría (anteriormente la Concertación) y la derechista Chile Vamos concentraban más del 90% de legisladores, ahora pasaran a representar alrededor del 75%. Sigue siendo mucho. Pero es bastante menos que antes. Podría haber sido menos incluso, de no ser porque el Senado se renueva parcialmente.
También se reflejó esta nueva realidad en la elección presidencial.
El ex presidente, Sebastián Piñera, tal como se preveía fue el candidato más votado. Pero con menos del 37% de los votos, no pudo alcanzar el 42-44% que muchas de las encuestas auguraban, y que él aspiraba a obtener como base “mínima” de cara a la segunda vuelta.
El candidato de la Nueva Mayoría, Alejandro Guillier, votó dentro del margen que las encuestas indicaban; pero lo que no se esperaba, es que haya estado a punto de quedar tercero y afuera de la segunda vuelta.
Esto se debió a que la candidata del Frente Amplio –Betriz Sánchez- obtuvo el 20% de los votos, cuando en general las estimaciones le daban alrededor de 12-14% de los sufragios. El Frente Amplio es una coalición de fuerzas de izquierda que supieron integrar la Concertación y apoyar a la actual presidenta Michel Bachelet en las pasadas elecciones, pero por diferencias políticas, tanto con el actual gobierno como con su plataforma electoral, resolvieron seguir su camino propio.
Exactamente el mismo camino que siguió la Democracia Cristiana, otro histórico aliado del actual oficialismo, que también resolvió seguir el camino propio y terminó en quinto lugar; detrás del ultraderechista y pinochetista José Antonio Kast, quien obtuvo el 8% de los votos. El tiempo se ha ido encargando de ir disminuyendo la base electoral del pinochetismo, desde lo que era a mediados de los 90’, pero aún existe un núcleo duro, que en un contexto parejo, puede resultar determinante y hacerse sentir. En sexto lugar terminó otro candidato de centro izquierda, Marco Enríquez-Ominami, en la que fue su tercera candidatura presidencial.
La segunda vuelta será el próximo 17 de diciembre, entre Piñera y Guillier. Teóricamente, si los otros candidatos y fuerzas políticas de izquierda y centro-izquierda resolvieran dar su apoyo al candidato de la Nueva Mayoría, estaría en condiciones de superar al candidato derechista, de quien se espera reciba el apoyo del pinochetismo.
Pero esto es política, no matemáticas. Y hasta en un país que de afuera parece tan previsible como Chile, puede ser que el electorado no termine por alinearse tan automáticamente como podría imaginarse en función de las cercanías/simpatías ideológicas. Ni Guillier puede conformarse pensando que todos los votos del Frente Amplio, la Democracia Cristiana y Enríquez-Ominami se alinearán con él; ni Piñera puede conformarse pensando que todo el pinochetismo se volcará con él.
Mientras tanto, el próximo gobierno deberá seguir encarando una serie de reformas, que el gobierno de Bachelet intentó encarar, pero, o fueron muy tibias o directamente no tuvo la fuerza política (léase: votos en el Parlamento) para impulsarlas. La reforma educativa, especialmente la gratuidad en la enseñanza universitaria, ha sido una de las diferencias más marcadas dentro de las fuerzas políticas de izquierda. La inseguridad ha sido otro tema de campaña, especialmente manejado por la derecha, así como reformas que propendan a una mayor flexibilidad económica y reactiven la marcha de la economía, que es parte de la plataforma de Piñera. Por el lado de las fuerzas de izquierda, y especialmente de Guillier, se encuentra la agenda de derechos y profundizar reformas de tipo social, una de ellas, la comentada reforma educativa, pero también una reforma tributaria, y especialmente el gran debe de hace décadas en el país: la desigualdad. Pese a su éxito en términos de crecimiento económico, Chile sigue siendo un país sumamente desigual en la distribución del ingreso. De hecho, es el más desigual entre los países que integran la OCDE.
Todo esto habrá de resolverse el domingo 17 del mes que viene. Lo que ya se resolvió (aunque habrá que ver en las siguientes elecciones) es que 30 años de bipartidismo parecen haber quedado atrás, y está surgiendo un Chile más diverso y plural, tal vez menos predecible, con una derecha reaccionaria –que ya existía- pero ahora con peso electoral propio, y una izquierda menos “sensata” –que también existía- también con representación electoral propia.

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