En años de la infancia se calificaba como “gurí peleador” ó “gurisa peleadora”, que también había, a quienes asumían, con frecuencia, actitudes provocativas o desafiantes. Y casi siempre con la intención de irse a las manos. Les gustaba buscar lío, discusión o pelea, daba igual. Existieron también los “conciliadores”, casi siempre varones, porque las mujeres no solían generar escándalos callejeros. Y estaban también los “observadores”. Que no se metían, se abstenían de intervenir o, sencillamente, se alejaban de la escena de conflicto. Pero en algunos casos aparecían quienes llegaban decididos a separar a los contendientes y evitaban que hubiera algún lastimado. En el mundo de ahora se da una situación parecida, con protagonistas similares, aunque en otra dimensión. Mucho más grave. Se están peleando rusos y ucranianos, israelíes y palestinos, por nombrar los dos casos más sonados, aunque también hay “peleas” en otros puntos, sólo que esos otros conflictos no llaman la atención de los grandes medios de difusión. Lo que sí llama la atención es que en estos casos hay más “observadores” y “abstencionistas” que conciliadores. Personalidades influyentes se limitan a declaraciones públicas que no conmueven a nadie. Y principalmente no detienen estas masacres. Apenas estalló la crisis entre Israel y palestinos, lo primero que hizo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, fue salir corriendo hacia Israel para visitar al primer ministro de ese país, Benjamin Netanyahu, y expresarle su apoyo “casi” incondicional. Digo casi porque unos días después tuvo que “recular” en su posición ante las críticas de adentro y de afuera de su país. Pero apenas moderó su posición y exhortó a “respetar el derecho internacional humanitario que prioriza la protección de los civiles”. El anciano presidente de la decadente potencia mundial insistió con un “firme y perdurable apoyo” a Israel y reiteró que “el Estado judío tiene el derecho a defenderse del ataque terrorista de Hamas”. Biden tuvo que suspender una visita a Jordania, pero no vi por ningún lado que pensara visitar Palestina o específicamente la Franja de Gaza. Otro actor que debería ser influyente en este tema es la Organización de Naciones Unidas (ONU). En estos días aprobó una declaración, no vinculante, “exhortando” a un cese del fuego, pero sin ninguna esperanza que la tomen en cuenta. Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Israel y otros países de Sudamérica, como Colombia y Chile llamaron a consulta a sus embajadores en ese país. Y se suceden declaraciones “más o menos rimbombantes” pero que no paran la guerra. Siguen muriendo hombres, mujeres, niños y niñas… No detienen la guerra, que es lo que importa. Uno debería pensar que una organización internacional como la ONU e influyentes personajes, como el presidente de Estados Unidos, podrían ejercer otro papel. Tienen elementos y argumentos suficientes como para detener esta escalada, que no se sabe cuándo ni dónde va a terminar. Pero eso no sucede. Muchos hablan, emiten declaraciones y la guerra sigue. Parece mentira que no haya nadie, ni siquiera el papa, con toda la influencia que parece tener, hace algo para reunir a las partes en conflicto y buscar una salida acordada. Una salida que no signifique la masacre de seres humanos, de todas las partes que se pelean. Estos días, en una escuela de Montevideo, donde compartía experiencias educativas con niños de un Cuarto Año (9 años de edad promedio) y a hablando de la guerra, sin que nadie lo indujera, uno de ellos preguntó: “Maestra, ¿la ONU se creó para parar la guerra o para mantenerla?”. No intervine porque no era conmigo, pero me dieron ganas de contestarle a ese niño que la respuesta es más sencilla de lo que parece. “¿Sabes?… Lo que pasa es que el mundo está gobernado, mayoritariamente, por una cantidad de gurises peleadores y nadie se pone a separarlos. Y no es por miedo… es que o les conviene”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario